Estrategia y partido

Reproducimos el registro del curso de formación impartido por Daniel Bensaïd en el Campo de Jóvenes de la IV° Internacional en julio de 2007 en Barbaste (France). Los subtítulos son de la redacción de Inprecor. La palabra y la cuestión de la estrategia vuelven de nuevo en nuestros días. Ello puede parecer banal, pero éste no era el caso en los años ochenta y en los principios de los años noventa: entonces se hablaba, sobre todo, de resistencia y los debates sobre la cuestión estratégica prácticamente habían desaparecido. Se trataba de aguantar, sin necesariamente saber cómo se iba a salir de esa situación defensiva. Si se reinicia hoy un debate sobre los problemas estratégicos – ya se dirá de qué tratan éstos – es que la propia situación evolucionó. Para decirlo de manera simple: a partir de los Foros Sociales, la consigna de “otro mundo es posible” se convirtió en un slogan de masas o, en todo caso, una consigna extensamente difundida. Las cuestiones que se plantean ahora son: ¿qué otro mundo es posible?, o: ¿qué otro mundo queremos? Y sobre todo: ¿cómo llegar a ese otro mundo posible y necesario? La cuestión de la estrategia es ésta: no se trata solamente de la necesidad de cambiar el mundo sino de encontrar la respuesta a la cuestión de cómo cambiarlo: ¿cómo llegar a cambiarlo?

Observaciones preliminares

Una primera observación: el vocabulario que trata de “estrategia”, “táctica” e incluso, en la tradición de los camaradas italianos familiarizados con la obra de Gramsci, los conceptos de “guerra de desgaste”, de “guerra de movimiento”, etc., todo este vocabulario que se volvió parte del movimiento obrero a principios del siglo XX, se tomó prestado del lenguaje de los militares y, en particular, de los manuales de historia militar. Dicho esto, no debemos equivocarnos: desde el punto de vista de los revolucionarios, hablar de estrategia no es solamente hablar de confrontaciones violentas o confrontaciones militares con el aparato de Estado, etc., sino referir una serie de consignas, de formas de organización política, de una política que trata de transformar el mundo. Una segunda observación: la cuestión estratégica tiene dos dimensiones complementarias en la historia del movimiento obrero. Trata, de entrada, de la cuestión de cómo tomar el poder en un país. La idea de que la revolución comienza por la conquista del poder en un país, o en varios, pero en cualquier caso en naciones en las cuales se organizaron las relaciones de clases, las relaciones de fuerzas, a partir de una historia dada, a partir de conquistas sociales, a partir de relaciones jurídicas. Esa cuestión – la conquista del poder en un país, Bolivia, Venezuela, esperemos que el día de mañana sea un país europeo – sigue siendo una cuestión a la orden del día y una cuestión fundamental. Contrariamente a lo que pretenden algunas corrientes, como las inspiradas por Tony Negri en América Latina o en Italia, que piensan que la cuestión de la conquista del poder en un país es una cuestión pasada e incluso eventualmente reaccionaria, ya que mantiene las luchas en los cuadros nacionales, pensamos que la cuestión de la lucha por el poder comienza sobre el terreno de las relaciones de fuerzas nacionales, aunque cada vez más estrechamente combinada con la segunda dimensión de la cuestión estratégica: la de una estrategia a escala internacional, continental y hoy mundial. Éste ya era el caso a principios del siglo XX – y era el sentido de la idea de la revolución permanente: comenzar a solucionar la cuestión de la revolución en uno o en varios países, aunque la cuestión del socialismo se planteaba inmediatamente por la extensión de la revolución a un continente y al mundo entero. Esa idea era fundamental para los revolucionarios de la generación de Lenin, Trotsky, Rosa Luxemburgo y lo es más aún para nosotros. Y es posible comprobar su vigencia: en Venezuela se puede nacionalizar el petróleo, tener una determinada independencia con relación al imperialismo, pero esta posibilidad tiene límites si no se extiende el proceso revolucionario a Bolivia, a Ecuador, y con un proyecto para toda América Latina de lo que es la revolución bolivariana. Tenemos pues este doble problema: tomar el poder en algunos países con el fin de que sirvan como trampolín para una extensión internacional de la revolución social. Una última observación introductoria: el problema de la estrategia revolucionaria responde a un verdadero reto, que no se soluciona en Marx. Si se considera que los trabajadores en general, la clase obrera, son mutilados física y también moral e intelectualmente por las condiciones de la explotación – y Marx describe esto en páginas y páginas de El Capital, que tratan de la degradación por el trabajo, de la ausencia de tiempos de ocio, de la imposibilidad de tener tiempo para vivir, leer, cultivarse –, entonces se plantea la cuestión de cómo una clase que sufre una opresión total podría, al mismo tiempo, ser capaz de concebir y construir una nueva sociedad. Había en Marx la idea de que el problema se solucionaría de manera casi natural, que la industrialización de finales del siglo XIX crearía una clase obrera cada vez más concentrada, por lo tanto cada vez más organizada, cada vez más consciente, y que esta contradicción entre las condiciones de vida, donde es explotada, y la necesidad de construir un nuevo mundo sería regulada por una suerte de dinámica casi espontánea de la historia. Ahora bien, toda la experiencia del último siglo es que el Capital reproduce permanentemente las divisiones entre los explotados, que la ideología – dominante domina también a los dominados, que no es solamente porque hay manipulación de la opinión por los medios de comunicación – que desempeñan un papel cada vez más importante, es verdad – sino que las condiciones de dominación y compromiso ideológico de los explotados encuentran sus raíces en las relaciones del propio trabajo, por el hecho de no ser propietarios de sus herramientas de trabajo, por no ser quienes deciden los objetivos de la producción, por ser – como lo decía Marx – instrumentos de las máquinas, más que sus amos. Todo eso hace que muchos fenómenos del mundo moderno se nos presenten, a los seres humanos que somos, como potencias extrañas y misteriosas. Se nos dice: no es necesario hacer eso porque los mercados van a enfadarse, como si los mercados fueran personajes omnipotentes, como si el propio dinero fuera un personaje omnipotente, etc. No puedo desarrollar esta idea más, pero es importante decir que las relaciones sociales capitalistas crean un mundo de ilusiones, un mundo fantástico, que sufren también los dominados y del que deben liberarse. Esta es la razón por la cual las luchas espontáneas contra la explotación, contra la opresión, contra las discriminaciones, son necesarias. Ellas son, si se quiere, el combustible de la revolución. Pero las luchas espontáneas no bastan para romper el círculo vicioso de las relaciones entre el Capital y el trabajo. Es necesaria que intervenga una parte de conciencia, una parte de voluntad, un elemento consciente – la parte de la acción política, de la decisión política que es llevada por un partido. Pero un partido no es extranjero a la sociedad en la cual está inserto. Incluso en la organización más revolucionaria se padecen los efectos de la división del trabajo, se sufren los efectos de la enajenación – de la enajenación deportiva, por ejemplo, porque está a la orden del día este verano – pero al menos una organización revolucionaria se da los medios para resistir colectivamente y para romper el hechizo, el encanto, de la ideología burguesa.

¿“Tomar” el poder?

A partir de lo anterior, es necesario decir algunas cosas simples. Se nos pregunta: ¿Qué quiere decir ser revolucionario en el siglo XXI? ¿Están a favor de la violencia? En primer lugar, como decía el Presidente Mao, la revolución no es una cena de gala. El adversario es feroz, es poderoso, por lo tanto, la lucha de clases es una lucha y una lucha en muchos aspectos despiadada y no somos nosotros quienes así lo decidieron. Por ello existe una legítima violencia revolucionaria, a la que no es necesario rendir culto, porque no es lo que caracteriza para nosotros principalmente la revolución. Hasta se desearía ser pacífico y que se amaran los unos a los otros. Pero para ello es necesario, en primer lugar, crear las condiciones que lo permitan. Por eso, lo que define para nosotros una revolución es transformar el mundo, que, justamente, cada vez más, resulta más injusto y más violento. Y para cambiar el mundo es preciso pasar por la conquista del poder. ¿Pero qué quiere decir “tomar el poder”? No es apoderarse de una herramienta, no es alcanzar puestos, no es ocupar los aparatos del Estado. Tomar el poder es: transformar las relaciones de poder y las relaciones de propiedad. Es hacer que el poder sea cada vez menos el de los unos sobre los otros para que sea, cada vez más, una acción colectiva y compartida. Y por eso es necesario cambiar las relaciones de propiedad – la propiedad privada de los medios de producción, de los medios de intercambio y, hoy cada vez más, la propiedad de los saberes (porque por medio de las patentes o la propiedad intelectual hay una privatización de los conocimientos que son un producto colectivo de la humanidad. llegando pronto a patentar genes, mañana las fórmulas matemáticas o las lenguas), privatización del espacio (hay cada vez menos espacio público: los camaradas mexicanos les contarán que en la ciudad de México las calles son privatizadas, y esto comienza a desarrollarse también en Europa), privatización de los medios de información, etc. Entonces, para nosotros, tomar el poder es cambiar el poder y para cambiar el poder es necesario cambiar radicalmente las relaciones de propiedad e invertir la tendencia actual a la privatización del mundo. ¿Cómo superar este dominio del Capital, que se reproduce casi naturalmente a través de la organización del trabajo, a través de la división del trabajo, a través de la mercantilización de los ocios, etc.? ¿Cómo salir de este círculo vicioso que hace finalmente adherirse a los oprimidos al sistema que los oprime? Durante la última campaña electoral oí a un obrero decir en la televisión en Francia: ¿“Cómo puede ser que los burgueses saben votar en función de sus intereses y que a menudo los trabajadores, o incluso una mayoría de ellos, votan por intereses que les son contrarios?” Es que, precisamente, están bajo la dominación de la ideología dominante. Entonces, ¿cómo salir de ese dominio? La respuesta de los reformistas fue apostar por la erosión de ese poder: con un poco más de organización sindical, un poco más de votos electorales, etc. Obviamente, todo eso es importante. El nivel de la organización sindical e incluso los resultados electorales son índices de las relaciones de fuerzas. En los países capitalistas desarrollados, que tienen ahora cerca de un siglo o más de un siglo de vida parlamentaria, no se pasará de un grupo de algunos centenares o millares de militantes al asalto del poder si no se construyen relaciones de fuerzas en el terreno sindical, social y también, incluso si está muy deformado, en el terreno electoral. Entonces, hay cambios. Pero la ilusión reformista es que, para retomar una fórmula que ya ha sido utilizada, la mayoría electoral terminará por incorporarse a la mayoría social y, en consecuencia, el cambio de la sociedad puede ser el resultado de un simple proceso electoral. Todas las experiencias del siglo XIX y del siglo XX muestran lo contrario. Sólo hay posibilidades revolucionarias en ciertas condiciones relativamente excepcionales. Hay condiciones de crisis revolucionaria, de situación revolucionaria, donde se produce una verdadera metamorfosis, no simplemente un pequeño progreso sino una transformación súbita en la conciencia de centenares de millares y millones de gentes. Los últimos ejemplos en Europa fueron Mayo de 68 en Francia, el Mayo rampante italiano, 1974-1975 en Portugal. Se puede discutir si la situación era verdaderamente revolucionaria o en qué medida, etc. Se trata, en todo caso, de experiencias donde se ve que la gente, como se dice, aprende más en algunos días que en años y años de discusiones, de escuelas de formación, etc. Hay una aceleración en la toma de conciencia.

Ritmos, auto-organización, conquista de la mayoría, internacionalismo

En primer lugar: toda concepción de estrategia revolucionaria debe partir de la idea de que hay ritmos en la lucha de clases, hay aceleraciones, hay reflujos, pero, sobre todo, existen períodos de crisis en los cuales las relaciones de fuerzas pueden transformarse radicalmente y poner realmente en la orden del día la posibilidad de cambiar el mundo, o, en todo caso, de cambiar la sociedad. En segundo lugar: examinamos ideas muy generales, como la de que en todas las experiencias revolucionarias, victoriosas o vencidas, que se puede examinar del siglo XIX o del siglo XX, desde la Comuna de París hasta la Revolución de los claveles (de Portugal), o a la experiencia de la Unidad Popular en Chile, en todas las situaciones de crisis más o menos revolucionaria, surgen formas de doble poder, es decir, órganos de poder exteriores a las instituciones existentes. Tales son los consejos de fábrica en Italia en 1920-1921, los soviets en Rusia, los consejos obreros en Alemania en 1923, los cordones industriales y los comandos comunales – es decir, las asociaciones de vecinos en Chile en 1971-1973, las comisiones de moradores que ocupan las fábricas hasta la asamblea de Setubal en Portugal en 1975. Por lo tanto, en toda situación intensa de lucha de clase hacen su aparición órganos que llamamos de auto-organización, de organización democrática propia de la población y de los trabajadores, que opone su legitimidad a las instituciones existentes. Eso no quiere decir que es una oposición absoluta. Los bolcheviques combinaron durante todo el año de 1917 la reivindicación de una Asamblea Constituyente por sufragio universal con el desarrollo de los soviets. Hay una transferencia de legitimidad de un órgano a otro que no tiene nada de automático, es necesario hacer la demostración práctica de que los órganos de poder popular son más eficaces en una crisis, son más democráticos, son más legítimas que las instituciones burguesas. Pero no hay situación revolucionaria real sin que aparezcan al menos elementos de lo que llamamos la dualidad del poder o un doble poder. En tercer lugar: resulta central la idea de la conquista de la mayoría como condición de la revolución. Lo que distingue a la revolución de un putsch o golpe de Estado es que la primera es un movimiento mayoritario de la población. Es necesario tomar al pie de la letra la idea de que la emancipación de los trabajadores es la obra de los propios trabajadores y que pese a lo determinados y valiente que sean los militantes revolucionarios, éstos no hacen la revolución en lugar de la mayoría de la población. En esto radica todo el debate de los primeros congresos de la Internacional Comunista, en particular del tercero y del cuarto, después del desastre de lo que se llamó la “acción de marzo” de 1921 en Alemania, una acción efectivamente golpista, minoritaria (a escala de la Alemania de la época, es decir, a pesar de que participaron cientos de millares de personas). Esto abrió un debate en la Internacional Comunista respecto a los que creían poder copiar de manera simplista a la Revolución rusa; se afirmó entonces que era necesario conquistar a la mayoría, no en el sentido electoral – no se trataba de ser legalistas diciendo que mientras no se tenga la mayoría en el Parlamento, no se puede hacer nada – pero sí como una legitimidad mayoritaria en las masas, lo que es una concepción diferente. Aquellos entre ustedes que puedan leer – siempre es útil leerla – la Historia de la Revolución rusa de Trotsky, verán cómo está atento incluso al menor movimiento en los municipios, en las elecciones locales, etc., en tanto que índices de lo que madura como posibilidad en las masas. La conquista de la mayoría se convirtió en el problema en la Internacional Comunista a partir del tercer congreso de 1921 e hizo aparecer los conceptos de frente único, demandas transitorias y más tarde, con Gramsci en particular, de hegemonía. Es decir, se trata de conquistar la hegemonía: la revolución no es simplemente la confrontación capital-trabajo en la empresa, es también la capacidad del proletariado de demostrar que otra sociedad es posible y que es éste la fuerza principal para construirla. Esta demostración se hace, en parte, antes de la toma del poder, porque si no es así es un mero salto en el vacío, es un salto de pértiga sin impulso o un golpe de mano, un putsch. Es por eso que las ideas de demandas transitorias y de frente único son herramientas para la conquista de la mayoría. Las demandas transitorias pueden parecer elementales. En Francia estamos muy contentos de la campaña de Olivier Besancenot, pero, francamente, “SMIC a 1 500 euros y una mejor distribución de las riquezas”, no son consignas muy revolucionarias; hace algunos años incluso habrían parecido muy reformistas. Parecen radicales hoy porque los reformistas ni siquiera hacen ya ese trabajo. Las consignas no tienen un poder mágico, no valen en sí mismas sino en una situación dada, como inicio de una toma de conciencia. Cuando se dice hoy que no se puede vivir decentemente en un país como Francia con menos de 1 500 euros al mes, se va a responder que eso no es realista: si se elevan los salarios, los capitales se van a ir. Eso plantea un nuevo problema: ¿cómo impedir que los capitales se vayan? Es necesario entonces atacar la especulación financiera, es necesario atacar la propiedad. El derecho al alojamiento plantea el problema de la propiedad de la tierra e inmobiliaria. Pues se trata de consignas que, en un momento dado, cristalizan los problemas que pueden ser comprendidos y que pueden ser una palanca de movilizaciones para millares o cientos de millares de personas, a partir de las cuales se pueden hacer demostraciones pedagógicas, progresivas, en la acción y no solamente en el discurso, de lo que es la lógica del sistema capitalista y por qué incluso demandas tan elementales y tan legítimas chocan de frente con la lógica del sistema. Esta discusión puede parecer elemental hoy. Pero en los debates de la Internacional Comunista aquellos que querían copiar a la Revolución rusa avanzaban la consigna de armar al proletariado. Sí, por supuesto, si se quiere resistir al enemigo, es necesario llegar a eso. Pero antes de llegar allí, es necesario, en primer lugar, que esté operando toda una toma de conciencia que parta de demandas más elementales, como la escala móvil de salarios, de la división del tiempo de trabajo, etc. Estas cosas que son banales para nosotros distaban mucho de ser compartidas, y fueron objeto de debates muy violentos y muy duraderos en la Internacional Comunista. Y en torno a estas demandas, que se sienten como necesarias y vitales por la mayoría de las personas, se propone la unidad más amplia a todos los que están dispuestos a luchar seriamente por ellas. Es esta la razón por lo que las demandas transitorias están vinculadas al problema del frente único. Se sabe muy bien que los reformistas no irán hasta el final. Se sabe muy bien que cederán al chantaje y que si el Capital lanza un ultimátum, capitularán. Sin embargo, el camino que se habrá hecho tendrá un valor de demostración pedagógica a los ojos de los que quieren realmente luchar hasta el final por las necesidades vitales, las necesidades culturales, los derechos a la vida, a la salud, a la educación, al alojamiento, etc., y a partir de allí se puede avanzar. En cuarto lugar, porque no pensamos que la revolución pueda conseguir una sociedad más igualitaria en un solo país, cercado por el mercado mundial, desde el principio tenemos la preocupación de construir relaciones de fuerzas internacionales favorables. El hecho de construir un movimiento internacional – una Internacional de ser posible, y también redes, una izquierda anti-capitalista europea, los encuentros de la izquierda revolucionaria en América Latina, etc. – es parte del programa, no es un mero instrumento técnico, es la traducción práctica de una visión política sobre la dimensión internacional de la revolución.

Dos hipótesis estratégicas y no un modelo

En lo que resta abordaré los últimos puntos. En primer lugar, se nos pregunta si acaso tenemos un modelo de sociedad. No tenemos un modelo de sociedad. No se puede decir al mismo tiempo que la emancipación de los trabajadores será la obra de los propios trabajadores y pretender tener en nuestro equipaje los planes con las dimensiones de la ciudad futura, etc. Tenemos, en cambio, la memoria de una serie de experiencias de luchas, revoluciones, victorias y derrotas, que podemos llevar, transmitir y no dejar que se borren. Lo que tenemos no es un modelo de sociedad pero sí las hipótesis de una estrategia revolucionaria. Para los países capitalistas desarrollados, en donde los asalariados constituyen la gran mayoría de la población activa, se trabaja con la idea estratégica de una huelga general insurreccional. Para algunos eso puede parecer una idea del siglo XX, incluso del siglo XIX, pero eso no quiere decir que la revolución tomará forzosamente la forma de una huelga general perfecta, de una huelga general con piquetes armados y que será insurreccional. Eso quiere decir, más bien, que nuestro trabajo se organiza en esa perspectiva, que a través de luchas y huelgas locales, huelgas regionales y huelgas de ramas, se intenta familiarizar a los trabajadores con la idea de la huelga general. Esto es muy importante, porque en una situación de crisis es eso lo que puede permitir que espontáneamente haya una reacción de masa en ese sentido. En Chile, en el momento del golpe de Estado de Pinochet en septiembre de 1973, el Presidente Allende, que disponía aún de la radio, no llamó a la huelga general. Si hubiera existido un trabajo metódico, sistemático, en esta dirección, habría estallado una huelga general espontánea con ocupación de las fábricas, que quizá no habría impedido el golpe de Estado pero en cualquier caso lo hubiera vuelto mucho más difícil. Y una lucha que se pierde en la batalla, se recupera siempre más rápidamente que una lucha que se pierde sin dar batalla. Es una norma casi general de todas las experiencias del siglo XX. Trabajar con la idea de una huelga general no es proclamarla permanentemente sino hacer madurar la idea, para que se convierta casi en un reflejo de respuesta del mundo asalariado ante una agresión patronal, ante un golpe de Estado, ante una represión antidemocrática. El levantamiento de julio de 1936 en Cataluña y en España contra el golpe de Estado, habría sido difícilmente concebible sin el trabajo previo, sin la experiencia de Asturias en 1934, sin el trabajo del POUM y los anarquistas, etc. Trabajar con una perspectiva de huelga general no quiere decir que se le proclama estúpida y abstractamente en todo momento, sino que se le intenta unir con todas las experiencias de lucha que ya son habituales, se familiariza con la idea, se cultiva como reflejo en el movimiento obrero. Una insurrección no es forzosamente la insurrección de Octubre vista de manera lírica por la película de Eisenstein – no lo es, incluso si es magnífica; la insurrección puede consistir en cosas muy simples: formar un piquete de autodefensa en una huelga, el trabajo en el ejército, formar Comités de soldados cuando había reclutamiento en Francia o Portugal, etc., es decir: todo lo que desorganiza las fuerzas de represión de la burguesía. Tales son, pues, los hilos conductores que nos permiten vincular las luchas diarias, incluso más modestas, y el objetivo que perseguimos. Actualmente muchos camaradas en Italia, en Francia y yo creo un poco por todas partes, insisten en la necesidad de organizaciones independientes de los partidos sociales liberales, socialdemócratas, etc. Pero, ¿por qué se quieren organizaciones independientes? Porque perseguimos otro objetivo, porque tenemos una idea de hacia dónde queremos ir. Sabemos que con participar en un gobierno burgués junto con los socialdemócratas se podría quizá ganar una pequeña reforma pero nos alejaríamos de nuestro objetivo en vez de acercarnos a él, y con eso aumentaría la confusión y la falta de claridad. Evidentemente, si no tenemos el criterio para determinar qué objetivo queremos avanzar y si no se tiene al menos, si no la respuesta definitiva, sí una idea sobre la manera de avanzar, entonces vamos a ser sacudidos por el menor cambio en la situación táctica, por la menor decepción electoral, por cualquier derrota, etc. Para construir de manera duradera es necesario tener una idea precisa de los objetivos, de las estrategias y las tácticas. Probablemente la revolución nos sorprenderá. Las revoluciones futuras nunca serán la simple repetición de las últimas revoluciones, simplemente porque las sociedades no son ya las mismas. Repito a menudo que estamos un poco en la situación de los militares: ellos aprenden en las escuelas de guerra a partir de las batallas del pasado, pero las nuevas batallas nunca serán las mismas; es por eso que se dice que los militares están siempre retrasados en la guerra. Pero nosotros corremos siempre el riesgo de estar retrasados con respecto a la revolución. Incluso los más revolucionarios son sorprendidos por ella. Los bolcheviques, a pesar de su reputación, se dividieron en el momento de pasar a la insurrección en Octubre. Ninguna organización revolucionaria es un partido de acero, monolítico. La prueba última será cuando la ocasión se presente.

La cuestión del partido

El último punto que quiero abordar es el de la cuestión del partido. Esta no es una mera cuestión técnica: si se tiene una estrategia, se va a construir una herramienta para llevarla a cabo. La cuestión del partido forma parte de la cuestión estratégica. Intentar imaginar una estrategia sin partido, es como un militar que tiene en sus manos las cartas del estado mayor y los planes de guerra, pero sin tener tropas ni ejército. Sólo hay estrategia realmente si hay, al mismo tiempo, la fuerza que la lleva a cabo, que la encarna, que la traduce día a día en la práctica, etc. Aquí radica toda la diferencia entre la idea del partido en los grandes partidos socialdemócratas antes de 1914 y la de Lenin (hoy día Lenin no es muy popular, incluso en la izquierda y en la propia izquierda radical, pues aparece como autoritario, etc., y creo que hay allí una gran injusticia, pero no es el tema hoy). ¿En qué cambió Lenin, de manera revolucionaria, la idea del partido? Para los grandes partidos socialdemócratas su tarea era esencialmente pedagógica, una tarea de educador, fundada sobre la concepción de una suerte de lógica espontánea del movimiento de masa en la que el partido aportaba ideas, con escuelas muy interesantes, etc. Para retomar la fórmula de un famoso dirigente socialdemócrata de antes de 1914, el partido no tenía que preparar una revolución. La idea de Lenin es lo contrario: el partido no debe limitarse a acompañar y esclarecer la experiencia de las masas, sino que debe tomar iniciativas, proponer objetivos de luchas, lanzar consignas que correspondan a una determinada situación y, en un momento dado, ser capaces de orientar la acción. Para resumirlo en una fórmula: la idea que dominaba en la Segunda Internacional, en su gran época, era la de un partido pedagogo o educador; a partir de Lenin y la Tercera Internacional, la idea es la de un partido estratega, un partido que organiza las luchas proponiendo sus objetivos y que puede, por otra parte, organizar y limitar las derrotas, preparando la retirada cuando fuera necesario. Hay un episodio famoso: una derrota, porque era una derrota la sufrida por los trabajadores de Petrogrado y Moscú en julio de 1917, habría podido ser definitiva si no hubiera habido el partido para organizar la retirada y reanudar luego las iniciativas. Por ello, el partido no es una herramienta cualquiera. Es indisociable del programa y del objetivo que nos fijamos. En fin, y quizá sea la última palabra en lo que concierne al partido, tenemos otra cosa que decir al respecto. No se trata simplemente, para nosotros, de un partido de lucha, combate, acción, etc., se trata de un partido democrático, pluralista. A veces entre nosotros es un defecto, hay excesos, manías de formar tendencias, etc. A veces es útil, a veces lo es menos. Sin embargo, y a pesar de los inconvenientes, ganamos mucho porque el pluralismo en la organización significa que no tenemos una verdad definitiva y que hay un intercambio permanente entre el partido que queremos construir y las experiencias del movimiento de masas. Y como estas experiencias son diversas, esta diversidad puede traducirse en tal o cual momento también en forma de corrientes en nuestras propias filas. Pero existe otra razón a su favor: si se está por una sociedad pluralista, si se considera que existe la posibilidad de una pluralidad de partidos, incluida una pluralidad de partidos que se reclaman del socialismo, si ésta es una de las consecuencias sacada de la experiencia del estalinismo, entonces es necesario que de una determinada manera desarrollemos la democracia en nuestras propias organizaciones, en nuestras organizaciones de juventud, en nuestras secciones de la Internacional y también en la práctica que intentamos aplicar en los sindicatos y en las organizaciones. La democracia es necesaria desde ya, porque es eficaz para las luchas, porque la unidad no va sin la democracia, porque si queremos construir frentes amplios contra Sarkozy o contra cualquier otro, es necesaria también para que las distintas visiones del mundo puedan reconocerse. Pues la democracia es una condición y no un obstáculo para la unidad. Y es también una cultura democrática que servirá para el futuro, porque la burocracia y la burocratización no es solamente el estalinismo. Algunos se imaginan que el asunto de la burocracia ha terminado con el fin del estalinismo. ¡No! Lo que produce la burocracia no es el partido o, como algunos dicen hoy, “la forma partido”, sino la división social del trabajo, la desigualdad. Las organizaciones sindicales, las organizaciones asociativas no son menos burocráticas que los partidos, a menudo lo son aún más, porque hay intereses materiales. Las organizaciones no gubernamentales en el Tercer mundo, que viven de subvenciones de la Fundación Ford o de la Friedrich Ebertschiftung, en gran parte también se burocratizan y a veces se corrompen. No es la forma de organización la que crea la burocracia. Las raíces de la burocracia están en la división del trabajo entre trabajo intelectual y manual, en la desigualdad ante el tiempo libre, etc. Por tanto, la democracia tanto en la sociedad como en nuestras organizaciones es la única arma que tenemos contra ella. Hoy esto es muy importante, y quiero terminar estas reflexiones con ello. La gente tiene una visión de que un partido es un alistamiento, es militar, es la disciplina, es la autoridad, es la pérdida de su individualidad, etc. Yo pienso exactamente lo contrario. Hoy no se es libre solo, no se es brillante de manera aislada, no se despliega la individualidad sino en una organización de lucha colectiva. Y si se toman las recientes experiencias políticas, los partidos, con todos sus inconvenientes, con sus riesgos de burocratización – incluidos nuestros pequeños partidos – son, a pesar de todo, la mejor forma para resistir a formas todavía peores de burocratización, de corrupción por el dinero. Porque se está en una sociedad donde el dinero está por todas partes y corrompe todo. ¿Cómo resistir en una sociedad así? No por la mera moral, sino por una resistencia colectiva a la potencia del dinero. Además, se tiene también frente a nosotros, y a veces es el mismo poder, el poder de los medios de comunicación. Los medios de comunicación tienden a quitar a las organizaciones sociales y a las organizaciones revolucionarias de sus propias palabras y de sus propios portavoces. Hay un mecanismo de cooptación del personal político por los medios de comunicación. Son las cadenas de televisión las que deciden: aquél tiene una buena cabeza, éste refleja bien la luz, aquélla es más bien simpática, etc. Los fabrican. Nosotros queremos conservar el control de nuestra palabra y de nuestros portavoces. No creemos en el salvador supremo ni en los individuos milagrosos. Sabemos que lo que hacemos es el resultado de una experiencia y de un pensamiento colectivo. Ésta es una lección de responsabilidad y de humildad. El peso de los medios de comunicación en nuestras sociedades sólo des-responsabiliza a la gente. Cuánto gente defiende en la televisión una idea completamente excéntrica y una semana más tarde pasan a otra cosa, sin nunca tener que explicarse, o tener que rendir cuentas sobre lo que dijeron. Lo que dicen nuestros portavoces, como Francisco Louça en Portugal, Olivar Besancenot en Francia o Franco Turigliatto en Italia, lo hacen siendo responsables frente a centenares y millares de militantes. No son individuos que hablan según sus caprichos o lo que sienten en el momento; ellos hablan en nombre de una colectividad y tienen responsabilidades frente a los militantes que los eligieron. Eso es para nosotros una prueba de democracia. Contrariamente a lo que se dice, los partidos políticos tal como los concebimos – sin tomar en cuenta a los grandes aparatos electorales – constituimos la mejor resistencia justamente democrática en un mundo que los es muy poco y es uno de los eslabones, una de las partes de lo que entendemos por estrategia revolucionaria. Traducción: Andrés Lund Medina 15 novembre 2010 www.danielbensaid.org

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