La aparicion de una nueva generacion politica

Si hiciéramos caso al frenesí interpretativo que se apoderó del mundillo intelectual parisien durante las movilizaciones estudiantiles de noviembre-diciembre de 1986, parecería que hubiera aterrizado “una cosa del otro mundo”, un objeto sociológico no identificado.

Sin embargo, basta con elevar la mirada por encima de los tristes muros que limitan el hexágono francés, para encontrar las premisas de esta explosión de la juventud.

Si no caemos en la ilusión retrospectiva sobre lo que fueron los años anteriores a 1968, admitiremos claramente que la juventud ha dado pruebas durante los últimos años y a escala europea de una actividad política incomparablemente más intensa que la de las generaciones pasadas. La gran mayoría de los centenares de miles de manifestantes contra las armas nucleares, la guerra o la OTAN, en Alemania, en Gran Bretaña, en Bélgica, en Holanda, en el Estado español, han sido jóvenes de menos de veinticinco años. Otro tanto ha ocurrido con las grandes movilizaciones ecologistas de Alemania, Suiza o Austria. La juventud estuvo asimismo presente en la solidaridad con la huelga de los mineros ingleses y en las dos marchas de varias decenas de millares de jóvenes contra el paro en Bélgica en 1984 y 1985.

En Francia, esta radicalización se expresó también en el contexto particular del gobierno de izquierda entre 1981 y 1986, especialmente en el terreno del antiracismo, a partir de la primera marcha de los jóvenes “Beurs”1 en 1983, luego bajo el impacto nacional de la campaña SOS Racisme2.

El despertar

Esta actividad de la juventud era un hecho visible, frente a los discursos paternalistas de los ‘“ex-combatientes” desencantados, especulando sobre el tema de la “bofgeneracion”3. Y esta actividad es perfectamente lógica y comprensible. La juventud es tradicionalmente la “zona sensible” o el “eslabón débil” de una sociedad, porque está disponible, en transición entre un medio familiar y un porvenir profesional. Pero esta característica, general tiene en esta época una agudeza particular por varias razones.

En primer lugar, por las mutaciones sociales del último cuarto de siglo. El número de estudiantes de bachiller y de universidad se ha multiplicado por cuatro entre 1958 y 1982. Actualmente, el 70% de la juventud esta escolarizada hasta los diecisiete años. Esta tendencia amplia la reincorporación del trabajo intelectual en el trabajo productivo, que ya se señalaba en 1968. La extensión del trabajo femenino durante este mismo periodo da un lugar nuevo a las mujeres jóvenes en el sistema educativo. En fin, en Francia la escuela primaria y secundaria se han convertido en el crisol donde tiene lugar la unificación en una misma lucha de jóvenes de diversos orígenes nacionales y culturales.

En segundo lugar, hay que analizar el papel de las circunstancias políticas concretas. Se ha dicho y repetido con frecuencia durante las últimas semanas que la nueva generación no cree en utopías ni tiene ilusiones. Pero los y las que nacieron en 1968, y que tenían doce o quince años cuando la victoria de Mitterrand en 1981, tampoco tienen desilusiones. Sólo han conocido la realidad y la profundización de la crisis y descubren ahora por primera vez la actuación de un gobierno de derechas. Esto sucede además, en condiciones de debilitamiento de las formas de organización política y sindical, en todos los niveles de la sociedad.

Una lectora del diario “Liberation” describía las cosas de una manera muy maja, evocando a su manera la metáfora del “despertar” tan querida por Walter Benjamin: “Ellos creían que estábamos dormidos. Pero solo lo parecíamos…”. A fuerza de ser objeto de los discursos y especulaciones sociológicas de la plomiza generación precedente, atacada por el síndrome de la senilidad política precoz (“Nosotros, en nuestros tiempos…”), era previsible que la nueva generación quisiera hablar por sí misma.

Hasta ahora su actividad política se ha caracterizado por grandes rechazos: de la guerra atómica, de las catástrofes ecológicas, del saqueo del tercer mundo, del racismo, de las discriminaciones. Estos rechazos frontales servían para empujar la radicalización, pero carecían de contrapartidas positivas, de proyectos de futuro, de utopías concretas.

Y sin embargo no es posible que la lucha se alimente solo de rechazos. Toda resistencia se apoya en una esperanza de liberación. Por ello, había que reinventar los caminos y las palabras de esta liberación. Esto es lo que se está gestando en las luchas actuales.

Demócratas… pero en serio

Las manipulaciones morales son tan peligrosas corno las manipulaciones genéticas. La derecha francesa confiscó en su campaña electoral la imagen de la juventud Sus candidatos aparecían en los carteles en actitudes pretendidamente juveniles El gran tema de su campaña fue la batalla de la modernidad contra el arcaísmo el liberalismo es la juventud, la competencia es la vida, el mercados lo más natural…

En este tipo de modernidad el culto a los ganadores tienen por corolario la a los ganadores tiene por corolario la desgracia de los perdedores, que son siempre los más numerosos, y la epopeya de los que deciden tiene como cara oculta la creciente represión sobre los “decididos”. La propaganda neoliberal no puede ocultar estas flagrantes realidades. Y precisamente la juventud se ha levantado contra quienes manipularon su imagen y ha conseguido una primera victoria sobre ellos.

Conforme iba desarrollándose el movimiento, cada día resultaba más insostenible el discurso sobre el apoliticismo de la juventud en lucha. Había que buscarle alguna forma moderada de expresión propia. Y después de los “nuevos filósofos” y los “nuevos románticos”, alguien inventó la etiqueta de los “nuevos demócratas”. Bueno, democracia frente a liberalismo, representa ya un progreso. Pero resulta además que estamos ante un tipo particular de demócratas, que consideran a la democracia algo demasiado serio como para dejarla en las manos de periodistas y parlamentarios.

Porque, en primer lugar, los estudiantes se mueven según una lógica social de la democracia que parte de la lectura crítica del proyecto Devaquet (ver recuadro), analizado hasta en el menor detalle y comentado en las clases y en las asambleas generales, como jamás habían sido leídas y criticadas reformas anteriores. Aquí estuvo uno de los más groseros errores del gobierno. En unos pocos días, el sector más activo de los miles de universitarios y bachilleres, el que llenaba las asambleas y determinaba las decisiones, había comprendido el núcleo duro de la reforma: la dispersión de los diferentes niveles de formación, la adaptación de las titulaciones a la demanda y la financiación privada, los títulos locales y regionales en detrimento de los de carácter nacional y la lógica general de una formación cada vez más adaptada a la segmentación de las cualificaciones, a la flexibilidad de la mano de obra y a su movilidad geográfica.

Una vez comprendido esto por la vanguardia del movimiento, las diferentes correcciones en el proyecto que fueron ‘anunciando Chirac o el ministro de Educación, Monory, fueron incapaces de dividir al movimiento y desmovilizarlo. Los argumentos centrales del gobierno eran además extraordinariamente débiles. Afirmaba, por ejemplo, que la Universidad tiene dos vocaciones diferentes: una de cultura general y transmisión de conocimientos; otra de formación profesional adaptada a los imperativos del mercado de trabajo. ¡Como si la cultura general no entrara plenamente a formar parte de la cualificación profesional y como si esta cualificación no formara parte, a su vez, de la cultura general de una sociedad!. Si se considera el empleo y los estudios – corno derechos democráticos, al mismo nivel que la salud, nunca hay demasiados jóvenes en periodo de formación, ni nunca se les puede considerar demasiado formados. Una sociedad que fija cuotas y contingenta su inteligencia está ya en la pendiente hacia la barbarie.

El otro gran argumento del gobierno era que la Universidad estaba formando hasta ahora “lotes de futuros parados” inadaptados al mercado de trabajo. Pero cualquiera que abra un periódico y consulte la estadística de empleo podrá leer que hay en Francia 2 500 000 parados declarados (a los que habría que añadir a estos efectos a los parados ocultos y los trabajadores en empleo precario). Pues bien, el ministro de Trabajo en persona, señor Seguin, no ve posibilidad de reducir esta cifra, porque sólo hay 100 000 ofertas de empleo no satisfechas. Así pues, los patronos no necesitan estudiantes más, o menos, cualificados o cualificadas de otra manera. Tampoco ofrecen empleos, ni cualificados ni sin cualificar. El paro no es, consecuencia de las carencias del sistema educativo, sino una plaga que resulta de la lógica social de conjunto del sistema. Por ello de nada sirve elevar los muros de la selectividad para intentar responder a los imperativos del mercado.

Hay que invertir las premisas y considerar empleo y formación como derechos sociales básicos, como una ampliación de los derechos humanos del terreno político al de la igualdad social: una sociedad tiene el deber de garantizar a sus miembros el acceso a sus recursos por medio del acceso al empleo. Desde este punto de partida, las asambleas y las comisiones del movimiento estudiantil hicieron debates apasionados sobre los criterios presupuestarios, el tiempo de trabajo y la definición de las necesidades sociales.

La democracia puede llegar muy lejos si se la toma en serio, sobre todo en tiempos de crisis. Mientras los liberales tratan de encerrarla en el terreno de los derechos institucionales y electorales, el nuevo brote de su contenido social ha devuelto a la democracia todo su potencial subversivo.

Y también para los liberales, las desgracias nunca vienen solas: junto a la resurrección de la democracia social, la juventud ha descubierto el núcleo duro del Estado.

El credo neo-liberal había anunciado un repliegue del Estado, una disminución de sus funciones económicas administrativas, burocráticas. Y hete aquí que una generación entera descubre que “menos Estado” es en realidad menos educación, menos salud, menos protección social pero más control sobre la información, más presupuestos militares, mas vigilancia policial.

A esta generación le han hablado tanto de democracia que ha terminado creyéndosela. Estaba tan atiborrada de sondeos que ha terminado por imaginar que los sondeos tienen la fuerza de la verdad y la mayoría, fuerza de ley. Incluso el mismo Devaquet la había torpemente incitado en este sentido al anunciar que la manifestación del 4 de diciembre tendría valor de test. En el mismo momento, los inevitables sondeos anunciaban que cerca del 70% de la población estaba de acuerdo con los jóvenes en la retirada, de la ley.

Así en los sondeos y en la calle el resultado del referéndum popular no tenía la menor ambigüedad. Pero para el gobierno era inconcebible que la calle hiciera la ley. Y esta es una nueva lección de la experiencia: cayeron por tierra los adornos liberales del Estado, que de repente, se rebeló corno el “simple aparato” de represión que constituye su esencia irreductible. El asesinato de Malik Oussekine el 5 de diciembre simbolizó para centenares de miles de estudiantes este sin duda inolvidable descubrimiento.

El carácter supuestamente apolítico del movimiento ‘estudiantil esta pues en abierta contradicción con su propia experiencia. Pero hay más que decir en este terreno.

¿Apolíticos?

No deja de ser curioso el apoliticismo de un movimiento unitario y democrático que desconfía de los dirigentes-vedettes inventados por los medios de comunicación, pero asume sin problemas tener como portavoz a David Assouline, militante de un pequeño grupo de extrema izquierda, cuyas convicciones y militancia política se exhiben en todos los periódicos bienintencionados. Un movimiento que juzga a cada uno por sus actos y por su respeto a los mandatos colectivos, pero sin querer controlar los pasaportes ideológicos de cada cual. Un movimiento en fin, cuya coordinadora se disuelve alegremente el 11 de diciembre cantando la Internacional4.

Lo que los observadores mal intencionados han tomado por apoliticismo es ante todo una muy legitima desconfianza hacia las instituciones y los aparatos políticos del sistema, un rechazo a la derecha sin adherir por ello a una izquierda decepcionante. Esta sana desconfianza se ha reflejado sobre todo en el temor a todo intento de recuperación, o de manipulación por dichas instituciones. Recordemos de pasada que la noción de manipulación fue uno de los conceptos claves de 1968.

Pero la recuperación es política enmascarada, que no se atreve a decir su nombre. Recuperación y manipulación implican una idea de exterioridad y de explotación. Entre los intentos más obvios de recuperación están desde la autofelicitación de toda la derecha después de la retirada de la ley, como si su único responsable hubiera sido Devaquet, hasta las maniobras de las burocracias sindicales, pasando por la demagogia de Mitterrand en medio de la movilización.

Alguna prensa ha querido presentar como “recuperación” algo que no tiene nada que ver con eso. Así se ha insistido en la “habilidad” de los militantes revolucionarios para asumir las formas y los ritmos del movimiento, como si esto fuera una sombría maniobra, otra “recuperación”.

En realidad, no necesitábamos maniobras ni estratagemas para trabajar en este movimiento. Estábamos en el en nuestra casa, como el pez en el agua. El movimiento había definido un objetivo: la retirada de la ley. Había conquistado la iniciativa y se iba imponiendo al poder con la fuerza de su sinceridad. Hablaba fuerte y claro frente a un gobierno mentiroso y provocador. Nosotros nos reconocíamos en las formas democráticas del movimiento, no para maniobrar, sino por convicción esencial: asambleas soberanas, delegados elegidos y revocables, mandatos claros y controlables. Esta ha sido nuestra línea, de principio a fin.

En cambio los portavoces del sistema han defendido posturas contradictorias, según la evolución de los acontecimientos. Al principio aplaudieron al movimiento por rechazar a los elementos organizados y las siglas políticas. Curiosos demócratas estos para los que la democracia, en cuanto desbordan las fronteras del parlamento, debería excluir el pluralismo. Para nosotros, por el contrario, la democracia directa que salvaguarda la soberanía de la asamblea popular y controla a sus mandatarios, solo puede existir sobre la base del pluralismo y la libre confrontación de las propuestas y las corrientes, dentro del respeto común a las decisiones tomadas.

Más adelante, repitiendo como un eco al ministro de Educación, Monory, lamentaron la marginalización de los “moderados” (simbolizada por la no elección de Isabelle Thomas5 al buro de la coordinadora) y el ascenso de los radicales (especialmente la LCR y la JCR). En realidad, esta gente no está a favor ni en contra de la existencia y la expresión de las corrientes organizadas en un movimiento democrático; están simplemente porque en cualquier circunstancia, se refuercen las corrientes “moderadas” y se debiliten las corrientes “radicales”.

A fin de cuentas todos estos doctos comentadores están de acuerdo en que esta juventud lleva un poco demasiado lejos este amor, tan elogiado inicialmente, hacia la democracia: el movimiento juvenil no solamente ha dado a la democracia un contenido social de libertad, igualdad y solidaridad sino además rechaza toda delegación de poder.

La moral contra la utopía

Finalmente se ha etiquetado al movimiento de la juventud como “moral”, por oposición a los movimientos del 68, que habrían sido “utopicos”. “Ellos no sueñan; no quieren nada… No luchan por algo, sino más bien contra algo” decía un profesor universitario, evidentemente desconcertado ante esta extraña e insólita juventud.

¿No suenan? No quieren? ¿Solo rechazan? Tranquilos, no hay que precipitarse. Ya veremos. Vamos a esperar un poco para conocer mejor a esta nueva generación.

Y mientras esperamos, veamos ese asunto de la moral… ¿Por qué no? Un siglo que ha conocido ya nada menos que Hiroshima, Auschwitz y el Gulag, un siglo en el que “lo peor nunca es seguro”, pero siempre es posible. Un siglo así necesita moralizar la politica. Más exactamente, la moral es en él una dimensión vital de la política, si quiere evitarse que el horror cotidiano acabe siendo una banal noticia de sucesos. Conjugar libertad y justicia es, quizás por primera vez, una ambición altamente política.

Si existe una crisis de la utopía es únicamente una crisis de la utopía de los tiempos prósperos, la utopía fácil del “lo queremos todo e inmediatamente”. Quizás la mirada va ahora menos lejos, pero se ha vuelto más precisa, se concentra en lo realmente posible.

El profesor universitario decía que no había sueno, ni proyecto. Sin embargo, el mito liberal ha sufrido en algunas semanas un terrible golpe que ha revelado su irremediable senectud. ¿Es razonable afirmar que los protagonistas de este levantamiento anti-liberal, los que han enarbolado los valores igualitarios y solidarios, carecen de proyecto de sociedad? ¿No habra crisis de proyecto de sociedad en otra parte, precisamente en la izquierda reformista?. Porque esa izquierda, mientras estuvo en el gobierno enterró sus propias promesas de cambio: ni socialismo ni democracia avanzada, solamente un liberalismo social, alternativo a un liberalismo salvaje. Es curioso que en la misma conferencia del Partido Socialista en que se saludo la victoria de los estudiantes contra la ley Devaquet, se estaban proponiendo toda clase de pócimas e infusiones para remediar el paro, que eran otras tantas pequeñas “leyes Devaquet” contra los trabajadores.

La realidad es que el Partido Socialista está completamente seco de proyectos de reforma de la sociedad. Incluso, el viejo representante del ala izquierda del partido, Jean Pierre Chevenemenent no ve otra respuesta posible al liberalismo que la resurrección del ideal republicano.

Pero este es un juego peligroso. Porque podría ocurrir con la Republica lo que ha ocurrido con la democracia: que la nueva generación no se contente con los modelos establecidos de sistema republicano y que entienda por Republica la de sus orígenes, la de la subversión revolucionaria, que precisamente se pretende enterrar definitivamente ahora, con la conmemoración oficial de su bicentenario en 1989.

Y aquí está el último desafío en potencia en el movimiento de la juventud. Esa avalancha de adjetivos que cae sobre el movimiento juvenil, moral y no utópico, cívico y apolítico, quiere negarle toda dimensión histórica, concentrarlo en el puro instante de su explosión y su rabia, sin pasado ni por venir. Un movimiento efímero como una moda, desechable como un pañuelo de papel.

Pero ocurrirá con este culto a la modernidad sin raíces lo mismo que ha ocurrido con el culto liberal. La historia reconquistara la moral. La memoria de las luchas romperá la reconciliación de las grandes conmemoraciones unánimes. La tradición viva se levantara contra las nostalgias mórbidas. El presente despertara una vez más al pasado.

Porque esta gran lucha de la juventud ha vuelto a iluminar la contradicción cada vez más explosiva entre el desarrollo de los conocimientos y de las capacidades sociales, y la perpetuación de las relaciones de propiedad capitalista y los marcos estatales heredados del pasado.

El dominio de la energía y los conocimientos científicos cuyas consecuencias comprometen el porvenir a largo plazo de la humanidad y desbordan todas las fronteras nacionales, no puede concebirse bajo la dominación de intereses privados y marcos estrechamente nacionales.

Por ello mismo, las posibilidades de desarrollo del conocimiento y de la educación son cada vez menos compatibles con la perpetuación de la división del trabajo vigente y la ley del mercado.Como va a planificarse la formación y definirse las orientaciones, si la producción misma está sometida a la ley ciega del mercado? ¿Cómo va a responderse a las mutaciones tecnológicas, con las necesidades de formación permanente que engendran, si la división del trabajo bloquea la formación en los inicios de la “vida activa” dando una formación y una especialización casi definitiva, y excluye finalmente la fuerza de trabajo usada, condenada a una “retirada” cuyas cargas financieras asume cada vez peor la sociedad?

En definitiva, el conflicto entre los posibles desarrollos de las fuerzas productivas y la reproducción de las relaciones capitalistas de producción está llegando de nuevo a un punto de ruptura.

Una nueva generación ha aparecido. Hubo la de la guerra mundial y la liberación, despues de la de la guerra de Argel, mas tarde la del 68 y ahora otra, que marca su nacimiento con una victoria e inventa su lenguaje.

El gobierno Chirac se ha equivocado, pero volverá a la carga porque su proyecto es profundo y tenaz; porque responde a la necesidad de la burguesía de infringir una derrota histórica al movimiento obrero.

Para que también fracase la próxima vez hará falta una doble convergencia: entre la juventud y el movimiento obrero y entre la experiencia de la nueva generación y la de la precedente. Esta doble convergencia se ha esbozado ya. No es su signo la lección y la falsa humildad, sino el respeto mutuo y el dialogo.

Así este renaciendo la fuerza de la subversión, de la revolución.

La ley Devaquet

Para comprender el significado de esta “ley” que no llego a serlo, derrotada por el movimiento estudiantil, hay que situarla en su contexto político. En mayo de 1986, diputados del RPR y la UDF, los principales grupos de la coalición gobernante, apoyaron con su firma un proyecto de ley ultraliberal, destinado a destruir el marco actual de las universidades para construir facultades totalmente competitivas y con elevadas tasas de matrícula, El proyecto estaba inspirado por el Grupo de estudios para el reconocimiento de la universidad francesa (GERLJF), agrupamiento de diversas organizaciones universitarias de derecha y de extrema derecha, de notable influencia en el gobierno Chirac. El proyecto estaba inspirado evidentemente por las reformas universitarias realizadas por el gobierno Thatcher en Gran Bretaña, donde el presupuesto de la enseñanza superior ha balado el 20% desde la llegada de los conservadores al poder, pese a que hay 20 000 estudiantes menos. El proyecto Devaquet no iba tan lejos, aunque se inspiraba en las ideas del GERUF. Su contenido fundamental puede resumirse en las cinco medidas siguientes:

– supresión de la regla de los títulos de validez nacional sustituidos por títulos de validez local. La titulación nacional quedaba como una posibilidad, bajo el control de un comité de evaluación;

– autonomía de las universidades para fijar las condiciones de paso de un ciclo a otro (hasta ahora el paso era automático);

– las universidades fijarían también las condiciones de acceso (por un procedimiento similar a la “selectividad” mediante pruebas de acceso);

– liberalización de las tasas de matrícula, que ya han subido un ¡¡475%!! En cinco años;

– estímulos a la financiación patronal de las universidades (por el momento, las empresas privadas solo cubren el 5,71% de los gastos de la enseñanza superior en Francia).

Como corolario de esta política, los profesores aumentaban su peso en los Consejos universitarios, desde el 26% actual al 40%. Este conjunto de medidas caracterizan claramente el objetivo del proyecto: crear universidades de elite, y facultades de baja calidad para la masa de estudiantes.

La victoria del movimiento estudiantil ha conseguido detener este proyecto. Pero no hay que hacerse ilusiones. Algunas de esas medidas se están aplicando ya. Y no cabe duda que Chirac volverá a la carga.

Critique communiste, n° 59
Enero 1987

Documents joints

  1. “Beur” viene a significar “árabe” francés de segunda generación en el argot de moda en la juventud francesa llamado “verlen” (es decir, “L’envers” al revés) que consiste en ponerlas palabras al revés.
  2. SOS-Racisme es la organización de masas hegemónica en el movimiento antiracista. Está controlada por una corriente del Partido Socialista. Ha popularizado su slogan “Touche pas mon pote” y el símbolo de la palma de una mano.
  3. Juego de palabras entre “boeuf” (buey) y “bou” (onomatopeya ­similar a nuestro “bah”). Se venía hablando de la “boeuf generación” (generación de la abundancia) y se pasó a hablar de la “bof generación” (generación pasota).
  4. Se ha interpretado de muchas maneras esta decisión de disolucion. Algunos la han presentado como un “acto estético”, una especie de grandioso suicidio colectivo una vez cumplida la misión, Para nosotros se trata una vez mas de un problema de democracia: un órgano elegido para un fin preciso, en el marco de un movimiento movilizado, no puede perpetuar su pretensión de representar a la vez el objetivo alcanzado y el movimiento ahora desmovilizado. Puesto que se abre una nueva fase de la lucha harán falta nuevas, formas de ­representación y nuevos mecanismos de control democrático.
  5. Isabelle Thomas es una militante de la corriente del PS “Question socialiste” la misma que controla “SOS-Racisme”. Fue muy promocionada por los medios de comunicación en los primeros días del movimiento.
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