¿Una revolución “prematura”?

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Este artículo fue escrito en 1997 en respuesta a la publicación del Libro Negro del Comunismo dirigido por Stéphane Courtois.

Desde la caída de la Unión Soviética, ha recobrado vigor una tesis: aquella según la cual la revolución habría sido de entrada una aventura condenada debido a su carácter prematuro. Es la que defiende Henri Weber en una tribuna de Le Monde (14 noviembre de 1997). Esta tesis encuentra su origen muy temprano, en el discurso de los mencheviques rusos mismos y en los análisis de Kautsky, desde 1921: mucha sangre, lágrimas y ruinas, escribe entonces habrían sido ahorrados “si los bolcheviques hubieran poseído el sentido menchevique de la autolimitación a lo que es accesible, sentido en el que se revela la maestría de alguien” (Von der Demokratie zur Staatsktaverei, 1921, citado por Radek en Les Voies de la Révolution russe, EDI, p.41). La fórmula es reveladora. Kautsky polemiza contra la idea de un partido de vanguardia, pero imagina de buena gana un partido-maestro, educador y pedagogo, capaz de regular a su guisa la marcha y el ritmo de la historia.

Como si las luchas y las revoluciones no tuvieran también su propia lógica. Por querer autolimitarlas cuando se presentan, se pasa al lado del orden establecido. No se trata ya entonces de “autolimitar” los objetivos del partido, sino de limitar sin más las aspiraciones de las masas. En este sentido, los socialdemócratas, los Ebert y los Noske, asesinando a Rosa Luxemburg y aplastando los soviets de Baviera se ilustraron como los virtuosos de la “autolimitación”. La toma del poder en octubre de 1917 resulta de la incapacidad, desde febrero, de los burgueses liberales y de los reformistas de aportar una respuesta a la crisis de la sociedad y del estado. A la cuestión “¿Había opción en 1917”?, la respuesta de Mikhaël Guefer parece mucho más fecunda y convincente que la tesis de “prematura”:

“La cuestión es cardinal. Habiendo reflexionado mucho sobre este problema, me puedo permitir una respuesta categórica: no había opción. Lo que se hizo entonces era la única solución que se oponía a una transformación infinitamente más sangrienta, a una debacle privada de sentido. La opción se ha planteado después. Una opción que no trataba sobre el régimen social, sobre la vía histórica que tomar, sino que debía ser efectuada en el interior de esa vía. Ni variantes (el problema era más amplio), ni escaleras que subir para alcanzar la cumbre, sino una ramificación, ramificaciones”. (Mikhaël Guefter, artículo citado).

Estas ramificaciones, estas bifurcaciones, no han dejado en efecto de presentarse y de suscitar respuestas diferentes y opuestas: en 1923, ante el octubre alemán, sobre la NEP y la política económica, sobre la colectivización forzada, sobre la industrialización acelerada y las formas de planificación, sobre la democracia en el país y en el partido, sobre el ascenso del fascismo, sobre la guerra de España, sobre el pacto germano-soviético. Sobre cada una de estas pruebas, propuestas, programas, se enfrentaron diferentes orientaciones, mostrando otras opciones y otros posibles desarrollos. En verdad, la tesis del carácter prematuro conduce ineluctablemente a la idea de una historia bien ordenada, reglada, como un reloj, en donde todo llega a su hora, justo a tiempo. Recae en las platitudes de un estricto determinismo histórico, tan a menudo reprochado a los marxistas, donde el estado de la infraestructura determina estrechamente la superestructura correspondiente. Elimina simplemente el hecho de que la historia no tiene la fuerza de un destino, está horadada de acontecimientos que abren un abanico de posibilidades, no todas ciertamente, sino un horizonte determinado de posibilidad.

Si leemos hoy a los autores del Libro Negro, se tiene la impresión de que los bolcheviques, una vez triunfado el golpe de mano de Octubre, se habrían aferrado a cualquier precio al poder por el poder. Es olvidar que nunca pensaron en la Revolución rusa como una aventura solitaria, sino como el primer elemento de una revolución europea y mundial. Si Lenin, se dice, bailó encima de la nieve el 73º día de la toma del poder, es porque no esperaba, inicialmente, aguantar más tiempo que la Comuna. El futuro de la revolución dependía a sus ojos de la extensión de la revolución a escala europea y en Alemania principalmente.

Las convulsiones que sacudieron, entre 1918 y 1923, Alemania, Italia, Austria, Hungría, indican una verdadera crisis europea. Los fracasos de la revolución alemana o de la guerra civil española, los desarrollos de la revolución china, la victoria del fascismo en Italia y en Alemania no estaban escritos por adelantado. Los revolucionarios rusos no son a pesar de todo responsables de las dimisiones y de las cobardías de los socialdemócratas franceses y alemanes. A partir de 1923, se hizo claro que no podían ya contar a corto plazo con una extensión de la revolución en Europa.

Una reorientación radical se imponía. Fue lo que estuvo en juego en el enfrentamiento entre las tesis del “socialismo en un solo país” y las de la “revolución permanente”, que desgarró el partido a mediados de los años veinte. Sin contestar la legitimidad inicial de la revolución rusa, algunos estiman pues que se basaba en un pronóstico erróneo y en una apuesta imposible. No se trataba sin embargo de una predicción, sino de una orientación que intentaba eliminar las causas de la guerra derrocando el sistema que la había engendrado. La onda de choque a la salida de la guerra quedó bien confirmada, de 1918 a 1923. Tras el fracaso del Octubre alemán, en cambio, la situación se había duraderamente estabilizado. ¿Qué hacer entonces?. Intentar ganar tiempo sin la ilusión de poder “construir el socialismo en un solo país”, que además está arruinado?. Es todo lo que está en juego de las discusiones de las luchas de los años veinte. Es toda la dimensión política de la cuestión, lo importante del asunto.

En el plano económico y social, la NEP aportó un elemento de respuesta, pero habría sido necesario para aplicarla un personal cultivado de otra forma que el formado en los métodos expeditivos del comunismo de guerra. En el plano político, hubiera sido necesario una orientación democrática, que buscara una legitimación mayoritaria por la expresión electoral de un pluralismo soviético. En el plano internacional, hubiera sido necesario una política internacionalista que no subordinara, a través de la Komintern, los diferentes partidos comunistas y su política a los intereses del estado soviético. Estas opciones fueron, al menos parcialmente planteadas. No tomaron la forma de discusiones apacibles, sino de enfrentamientos sin piedad. Los vencidos de estas luchas no estaban equivocados. Pues, si bien se realiza con entusiasmo la contabilidad macabra de las revoluciones, se evalúa más difícilmente el coste de las revoluciones abortadas o aplastadas: la no-revolución alemana de 1918-1923 y la revolución española vencida de 1937 no pueden dejar de tener relación con la victoria del nazismo y los desastres de la segunda guerra mundial.

Para establecer las responsabilidades reales, periodizar la historia alrededor de las grandes alternativas políticas, es este hilo el que hay que retomar y reexaminar. Hablar simplemente de revolución prematura remite al contrario a enunciar un juicio de tribunal histórico, en lugar de comprender la lógica interna del conflicto y de las políticas que en él se enfrentan. Pues las derrotas no son más pruebas de error que las victorias pruebas de verdad: “Si el éxito fuera reputado inocencia; si, corrompiendo hasta la posteridad, la cargara con sus cadenas; si, esclava futura, engendrada de un pasado esclavo, esta posteridad sobornada se convirtiera en la cómplice de cualquiera que hubiera triunfado, ¿dónde estaría el derecho, dónde estaría el precio de los sacrificios?. El bien y el mal no siendo ya más que relativos, toda moralidad se borraría de las acciones humanas” (Chateaubriand, Memorias de Ultratumba).

Si no hay juicio último en historia, importa que sea trazado paso a paso, ante cada gran opción, cada gran bifurcación, la pista de otra historia posible. Es lo que preserva la inteligibilidad del pasado y permite sacar de él lecciones para el futuro. Lo que, en diez días, conmovió el mundo, no podría ser borrado. La promesa de humanidad, de universalidad, de emancipación que se apareció en el fuego efímero del acontecimiento está “demasiado mezclada a los intereses de la humanidad” para que pueda olvidarse. Depositarios y responsables de una herencia amenazada por el conformismo, tenemos la tarea de suscitar las circunstancias en las que podrá ser “rememorado”.

Notas para los nombres mencionados (por orden de mención en el texto)

– Maïakovski : Poeta, cantor de la revolución. Emprende una crítica de la burocracia. Desesperado, se suicida en 1930.

– Adolf Joffé : Jugó durante la revolución un papel de primer plano al lado de Lenín. Representó al poder bolchevique en Berlín, y luego en Tokyo. Amigo de Trotsky, fue detenido y deportado, se suicidó en 1927, dejando una carta de adiós a Trotsky.

– Kurt Tucholsky : Escritor alemán, que critica violentamente el nacionalismo y el militarismo. Sus libros son quemados por los nazis, que le privan de su nacionalidad. Refugiado en Suecia, se suicida en 1935.

– Walter Benjamin : Escritor y filósofo de primera línea. Huyendo de la barbarie nazi, quiere abandonar Francia para refugiarse en los Estados Unidos, bloqueado en la frontera española, se suicida el 26 de septiembre de 1940.

– Sukarno : General que toma el poder en Indonesia mediante un golpe de estado, en 1965, y emprende una eliminación sangrienta de los comunistas (varios centenares de miles de muertos). Será él mismo apartado del poder por el general Suharto, su ministro de la guerra en 1967.

– Rosmer : Colaborador de la Vie ouvrière y responsable del PC. Ligado a Trotsky a partir de 1915, fue excluído del PC en 1924. Colaborará en Révolution proletarienne, luego en La Verité.

– Eastman : Eminente intelectual americano. Se liga a Trotsky, en 1922 en Moscú.

– Souvarine : Uno de los animadores del Comité de la III Internacinal, delegado del PC en la IC. En 1924 toma posición en favor de Trotsky y es excluído del PC. Autor de una gran obra crítica sobre Stalin.

– Panait Istrati : Escritor rumano. Tras un viaje a la URSS en 1929, escribe una viva crítica del régimen (Vers l´autre flamme).

– Zamiatine : novelista ruso, emigrado en 1931 con la autorización de Stalin.

– Boulgakov : escritor ruso, cuya obra no será publicada en su mayor parte más que tras la muerte de Stalin.

– Mandelstam : poeta ruso, detenido en 1933, deportado, exiliado, luego de nuevo deportado, muere en 1937 en un campo de tránsito.

– Anna Tsétaïeva: Escritora y poeta, se suicida en 1941 tras su vuelta a la URSS.

– Babel : Novelista, autor de Caballería roja; fue ejecutado en 1941. Será rehabilitado en 1954.

– Joseph de Maistre : Político y escritor. Emigra en 1793. Monárquico, escribe Consideraciones sobre Francia (1796) y Sobre el Papa (1819).

– Victor Serge : Militante revolucionario, miembro dela Oposición de Izquierdas. Escritor, autor de numerosos cuentos y novelas.

– Ante Ciliga : Miembro del CC del PC yugoeslavo y del Komintern. Va a la URSS en 1928 y se convierte en opositor de izquierdas. Detenido, deportado a Siberia, fue expulsado en 1936. Autor del libro En el país de la mentira desconcertante.

– John Dewey : Eminente pedagogo y filósofo americano. Participó en 1936 en el Comité americano para la defensa de Trotsky.

Traducción: Alberto Nadal

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