¡Patéticos!

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Estamos ante el gran mercado de las mudanzas de primavera, las liquidaciones de los veletas, el festival de los cambios de chaqueta. Ciertamente, este derrumbe intelectual y moral no ha acabado. Patético François Hollande lloriqueando por el transfuguismo de sus infieles. Patético el Partido Comunista negociando en rebajas su supervivencia parlamentaria. Patético José Bové, aceptando una misión “real” [alusión a la candidata del PS Ségolène Royal. NdT] sin esperar siquiera la segunda vuelta de las presidenciales. Más que lamentarse de la competencia desleal de la derecha, los dirigentes socialistas harían mejor en preguntarse cómo se ha hecho posible una confusión así de los valores y sentimientos.

¿Kouchner tránsfuga? Fiel a sí mismo, simplemente defiende hoy en un gobierno de derechas el neocolonialismo humanitario que predicaba ayer en un partido de izquierdas. A fuerza de jugar a ver quién privatiza más, de rivalizar en lirismo patriotero, de oponer el “orden justo” a “justamente el orden”, de comulgar en el “sí” a la Europa liberal y a la “competencia no falseada”, la frontera entre una derecha demagógica y una izquierda de centro se ha hecho más que porosa. El precio a pagar por este Bad-Godesberg rampante será tanto más grande en la medida en que Sarkozy ha sido subestimado. Su programa consiste en terminar la obra de demolición metódica del derecho del trabajo, de los servicios públicos, domesticar al movimiento sindical, y poner a Francia en sintonía con la contrarreforma llevada a cabo por Thatcher y Blair en Inglaterra, emprendida en Alemania por la agenda 2010 de Gerhardt Schröder y proseguida luego por Angela Merkel con el apoyo de la socialdemocracia, dirigida por el centro-izquierda de Romano Prodi en Italia. Desde la noche del 6 de mayo, el Medef (patronal) ha manifestado sin pudor un entusiasmo elocuente.

Sarkozy demuestra sin embargo una virtuosa capacidad en embarullar las cartas, no sólo con el carácter ideológico mixto de su gobierno, sino también con su habilidad para jugar con las divisiones de los trabajadores, para oponer a “los que se levantan temprano” contra quienes supuestamente se abandonan en la mullida almohada de la asistencia social, a animar el cada cual para sí y todos contra todos. A la hora de los balances, se podrá constatar el enorme bluff del asunto. Mientras tanto, sería peligrosamente ilusorio imaginar que un antisarkozysmo epidérmico pueda hacer las veces de buena conciencia y de programa mínimo para una izquierda en pleno desconcierto.

El centro está muy codiciado. Los pretendientes al papel de bisagra se atropellan. Pero la organización de François Bayrou no saldrá muy boyante de las elecciones legislativas y la anunciada restauración de un centro radical recompuesto tomará tiempo. El Partido Socialista tiene pues la ocasión de acabar su blairización para tomar la dirección de este recentramiento generalizado, que alineará al Partido Socialista francés con el grueso de la socialdemocracia europea. DSK (Dominique Strauss-Kahn) y Ségolène Royal se postulan para dirigir esta mutación. Fijando fecha para 2012, la ex candidata confirma su intención de utilizar el juego institucional para coger con el pie cambiado a los elefantes del partido, igual que en su campaña de 2007. Frente a esta evolución programada, las veleidades de “guardar la vieja casa” durarán lo que duran las rosas, el espacio de un congreso, tan estrecha es la vía para un socialismo keynesiano entre las servidumbres impuestas por el pacto de estabilidad y las instituciones europeas. Frente a este paisaje devastado de la izquierda, una izquierda 100% a la izquierda, tan fiel a los explotados y oprimidos como les fue infiel la izquierda light de gobierno, está por reconstruir. Para ello serán necesarios claridad, paciencia y valentía.

El “voto útil” (dramáticamente inútil en definitiva) ha traducido la tentación de saltar por encima de la opción programática de la primera vuelta para apostar, siguiendo cálculos aleatorios, por un vencedor posible de Sarkozy en la segunda vuelta. Para resistir a esta lógica de despolitización era necesaria una determinación anclada en una perspectiva que fuera mucho más allá de los cálculos tácticos a corto plazo. Careciendo de ella, las candidaturas de José Bové, Marie-Georges Buffet y Dominique Voynet no tenían otra utilidad que la de un pálido testimonio. Es lo que los electores les han señalado. Sin claridad sobre las cuestiones de fondo, una candidatura unitaria, deseable en principio, habría conducido solamente a una derrota colectiva. Contrariamente a lo que plantean numerosos comentarios superficiales, la división de la izquierda liberal no es la causa de su incapacidad para prolongar el auge del no de izquierdas, sino la consecuencia de sus inconsistencias y de sus indefiniciones estratégicas. Solo Olivier Besancenot ha resistido los cantos de sirena del mal menor y ha progresado electoralmente.

No se trata de satisfacerse con ello, sino de sacar las lecciones y de encontrar ahí un punto de apoyo. Su juventud, su profesión, su talento personal han jugado ciertamente a su favor, pero no bastan para explicar por qué ha resistido a la presión de un abusivamente reputado voto útil frente a un peligro imaginario de una segunda vuelta Sarko/Le Pen. La primera razón, es haber mantenido, en la estricta continuidad del No de izquierdas a la Europa liberal, la urgencia social en el centro de su campaña, contra viento y marea, contra la demagogia identitaria de uno y contra las efusiones tricolores de la otra. La segunda razón, es haber afirmado firmemente su independencia respecto al PS y su negativa a participar en una nueva versión de la izquierda plural. Mientras Voynet y Buffet se habían hecho inútiles haciendo campaña por el desestimiento y emprendiendo negociaciones electorales desde antes de la primera vuelta, Besancenot llamó, en la tarde del 22 de abril, a derrotar a Sarkozy votando por Royal a pesar de su programa, sin el menor mercadeo con ella.

El desplazamiento hacia la derecha del paisaje electoral no refleja el estado real de la correlación de fuerzas. Ni la crisis social, ni la crisis institucional, ni la crisis del proyecto europeo están resueltas. La respuesta a los ataques anunciados por el gobierno debe organizarse. Frente a una izquierda soluble en el centro, la presencia de una fuerza anticapitalista, unitaria en la movilización e intransigente en los principios, es más que nunca necesaria. Tras las elecciones legislativas, vendrá el tiempo de la reflexión y de las redefiniciones. El politólogo Stéphane Rozès constata que el “antiliberalismo ideológico” no ha sabido transformarse en “anticapitalismo político”. La fórmula es confusa, pero es claramente un paso así el que el movimiento social, nacido de las huelgas de 1995, de la movilización de 2003 contra las jubilaciones, de la campaña del No de izquierdas al tratado constitucional, de la revuelta de las barriadas o de la victoria contra el CPE, debe franquear, si quiere escapar de la espiral de las claudicaciones y rendiciones, que ilustran el gobierno de Lula en Brasil o el de Prodi en Italia.

No se trata de una sobrepuja, sino de partir de lo que es necesario para una izquierda de izquierdas. Al “trabajar más para ganar más”, hay que oponerle un “trabajar menos para trabajar todos y vivir más.” A las maniobras para hacer adoptar un tratado constitucional recortado, hay que oponer el mandato del 29 de mayo de 2005 haciendo de la armonización social y fiscal un previo a cualquier nuevo tratado. Al refuerzo de la lógica bonapartista presidencial, hay que oponer la convocatoria de una nueva Constituyente democrática. A la “refundación social” del Medef, hay que oponer la defensa de los servicios públicos y de la protección social. A la ingerencia humanitaria con casco, hay que oponerle la solidaridad entre los pueblos. Al egoísmo identitario y genealógico, hay que oponerle la ciudadanía, la igualdad de derechos, la regularización de los sin papeles. Sí, ¡“nuestras vidas valen más que sus ganancias”!. La lógica del despotismo de mercado, de la competencia de todos contra todos, de la privatización del mundo, y la de las solidaridades, del reparto de las riquezas, del servicio público y del bien común inapropiable de la humanidad, son inconciliables.

La LCR tiene ahora nuevas responsabilidades. Si la campaña de Ségolène Royal fue inconsistente, fue debido a que el social-liberalismo es una imposible cuadratura del círculo. Al no cambiar una línea que pierde, un coro ensordecedor, sostenido por los editorialistas del Nouvel Observateur, Marianne o Libération, pide sin embargo perseverar en la desbandada hacia el centro y exige que sea llevada hasta el final la muda liberal del socialismo francés. La clarificación que se opera en la izquierda obliga más que nunca a elegir. Bien una profundización de la lógica bipartidista – reforzada por el quinquenato – y la satelización acentuada alrededor de un PS alineado con la socialdemocracia europea, bien el reagrupamiento alrededor de un proyecto realmente anticapitalista, ecologista, feminista, 100% de izquierdas. Es a esta tarea a la que la LCR quiere contribuir.

Tribuna publicada en Libération el 28 de mayo (salvo los párrafos en cursiva que fueron suprimidos por el periódico). Traducción: Alberto Nadal
Sábado 2 de junio de 2007. Rouge, Viento Sur
www.danielbensaid.org

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