Revolución Permanente y Revolución por Etapas en América Latina

En 1981, Schafik Jorge Handal secretario general del Partido Comunista Salvadoreño, publicó un articulo denominado “El poder, el carácter, y la vía revolucionaria y la unidad de la izquierda”, en el cual, trataba una serie de problemas de la revolución salvadoreña y latinoamericana a la luz de la experiencia nicaragüense. El 15 de noviembre de 1982, en una entrevista con la periodista chilena Marta Harnecker, Handal desarrolla las ideas presentadas un año atrás y critica la política de los PCs en América Latina. Desde entonces, la polémica – y la confusión – recorre a gran parte de la vanguardia latinoamericana: se trata de un PC distinto? lo de Handal significa una rectificación de la clásica concepción stalinista de la revolución por etapas? no se trata de un giro táctico presionado por los acontecimientos políticos en El Salvador? Por la importancia que el tema tiene para los revolucionarios latinoamericanos, Inprecor ofrece hoy, un artículo del dirigente de la IV Internacional Daniel Bensaid, y aunque escrito en agosto de 1983, mantiene plena vigencia tanto en el análisis como en las conclusiones que se extraen de la posición del dirigente salvadoreño y miembro de la comandancia general del frente Farabundo Martí de Liberación Nacional.

Los problemas abordados por Handal bajo la presión de los hechos políticos, no son problemas nuevos para el Partido Comunista Salvadoreño, sino, que han sido objeto de debates internos y de convulsiones desde hace dos décadas1.

Por otra parte, y mas allá de las autocriticas, Handal insiste en mantener una continuidad en la política concreta del PC. En 1979 después del golpe de Estado que derribó al general Romero, el PC entró al gobierno junto a los demócratas cristianos de Duarte y a los militares reformistas encabezados por el coronel Majano. En 1982, después de las elecciones orquestadas por el imperialismo norteamericano, Handal en persona reafirmaba la posibilidad de una alianza estratégica con un sector del ejército y que no se podía concebir por fuera de una negociación global en la región, “…Seria falso pensar que en el ejército hondureño, no existen más que partidarios de la política de represión y de intervención. Existen en él, otras opiniones, verdaderamente democráticas provenientes de los adversarios de que el ejército sea utilizado de esa manera. Veremos a su tiempo, un cuadro análogo también en El Salvador” (Proceso Revolucionario, n° 2, agosto de 1982, pág. 13). Estos hechos concretos de la política del PC salvadoreño es bueno tenerlos presentes la hora de cualquier análisis.

En su artículo, Handal se propone tratar cuatro puntos decisivos para la estrategia revolucionaria en América Latina y que parten de una constatación indiscutible: “dos grandes revoluciones tuvieron lugar en Cuba y en Nicaragua, sin que, en ninguna de las dos, el Partido Comunista haya estado a la cabeza”. Esos cuatro puntos, son según Handal, él de la cuestión del poder, el carácter de la revolución, el de las “vías de la revolución” y finalmente el de la “unidad de la izquierda revolucionaria”.

1. El fracaso de los partidos comunistas tradicionales (Handal habla de la “experiencia desastrosa del hermano partido nicaragüense”) encierra efectivamente motivos suficientes para cuestionar el conjunto de su orientación. Para Handal, su debilidad fundamental reside en el abordaje del problema del poder: “Estamos convencidos que la ausencia practica de una clara dirección del combate por el poder es el principal factor que explica esos resultados. El mismo problema ha estado en la base, pensamos, de la caracterización incorrecta de ciertos procesos sociales y políticos reformistas en América Latina como “revoluciones en la práctica”, esta caracterización ha colocado a los partidos comunistas hermanos de los diferentes países, en un rol de fuerzas de colaboración”.

2. En cuanto al carácter de la revolución, Handal, escribe, “No podemos llegar al socialismo más que la vía democrática antiimperialista, pero recíprocamente, la revolución democrática antiimperialista no puede alcanzarse sin ir hacia el socialismo. En la medida en que existe entre las dos un lazo esencial e indivisible, se trata de dos facetas de una misma revolución y no de dos revoluciones…” “La revolución democrática antiimperialista no la veremos como una revolución separada, sino mas bien, como el cumplimiento de las tareas de la primera fase de la revolución socialista”.

3. En cuanto a la vía revolucionaria, Handal la deduce lógicamente del carácter mismo de la revolución: “Si aceptamos la idea de que la revolución democrática antiimperialista es una parte de la revolución socialista, la revolución no puede entonces, llevarse a cabo a través de la conquista pacífica del poder, sino que será indispensable, de una manera u otra, desmantelar la maquina del Estado capitalista y de sus amos imperialistas, para construir un Estado y un poder nuevo. En esas condiciones, se torna evidente que la vía pacifica no es la vía de la revolución. A propósito de la vía revolucionaria en América Latina, partir del dogma según el cual, es indiscutible verdad, por principio, que la vía armada y la vía pacifica son igualmente posibles y acertadas, nos parece un error muy grave”.

4. Finalmente, en relación con todos esos problemas, está “el asunto de la unidad de las fuerzas de izquierda revolucionaria y de la actitud de los comunistas hacia las organizaciones revolucionarias que han surgido por de las estructuras del partido”. Respecto a ello, Handal dice: “Es curiosamente sintomático, que los partidos comunistas hayan demostrado en las décadas pasadas, una gran capacidad para entenderse con sus vecinos de la derecha, mientras que no hemos sido capaces, sin embargo, en la mayor parte de los casos, de establecer relaciones y alianzas progresistas estables con nuestros vecinos de la izquierda…; no somos capaces de comprender el fenómeno de sus existencias, sus características y su significado histórico”.

Sobre el caracter de la revolución en america latina

Luego de haber afirmado claramente que la revolución democrática antiimperialista y la revolución socialista no podían existir separadas, y que se trata de “dos facetas de una misma revolución”, Handal que no es un novato del movimiento comunista, desliza con una increíble mala fe: “Yo no sé de donde nos ha venido la idea, que nuestro partido, y me parece que otros partidos y dirigentes comunistas en América Latina, han trabajado durante decenas de años con la idea de las dos revoluciones, y que hemos considerado a la revolución cubana como una experiencia particular”.

¡Es una maniobra ideologica! ¡De dónde puede venir esa idea de dividir a la revolución en dos etapas? Handal ha perdido de pronto la memoria. Es necesario refrescársela. La separación de la revolución en dos etapas, es ajena totalmente a los escasos documentos de la Internacional Comunista (IC) sobre América Latina, en sus primeros años. “Llamando a la clase obrera de las dos Américas” (La Internacional Comunista, n° 15, enero de 1921), inscribe al contrario, la lucha democrática en la perspectiva de la revolución proletaria: “La unión revolucionaria de la clase campesina pobre y de la clase obrera es indispensable; sólo la revolución proletaria puede liberar al campesinado, quebrando el poder del capital, sólo la revolución agraria puede preservar la revolución proletaria del peligro de ser aplastada por la contrarrevolución”. Y dos años más tarde, en la proclama “A los obreros y a los campesinos de América del Sur” (Correspondencia Internacional n° 2, 20 enero 1923) afirma lo siguiente: “Luchad contra nuestra propia burguesía y luchareis contra el imperialismo yanqui”.

Los pioneros del marxismo revolucionario en América Latina, los gigantes revolucionarios como el cubano Mella y el peruano Mariategui, se ubicaban directamente en esta tradición, apuntalándola con una lucidez fundada en la experiencia concreta y en el conocimiento preciso de su continente.

En un texto magnifico de 1928, “La lucha revolucionaria contra el imperialismo”, Mella explica: “Las traiciones de las burguesías y pequeñas burguesías nacionales, tienen ya, una causa que todo el proletariado comprende. Ellas no luchan contra el imperialismo extranjero para abolir la propiedad privada, sino para defender su propiedad contra el robo que los imperialistas cometen en su perjuicio. En su lucha contra el imperialismo (el ladrón extranjero), las burguesías (los ladrones nacionales) se unen al proletariado, buena carne de cañón. Sin embargo, acaban por comprender que vale más la pena hacer alianza con el imperialismo, ya que al final de cuentas, persiguen un interés similar. Los progresistas se tornan reaccionarios. Las concesiones que la burguesía daba al proletariado, para tenerlo a su lado, son traicionadas por aquella cuando este trata de avanzar y con ello se vuelve peligroso, tanto para el ladrón extranjero como para el ladrón nacional… Para hablar concretamente: la liberación nacional absoluta, solamente la obtendrá el proletariado, y será a través de la revolución obrera”.

Esta línea de pensamiento era también desarrollada por Mariategui, que en 1929 en su texto “El proletariado y su organización” afirmaba: “La revolución latinoamericana no será nada más ni nada menos que una etapa, una fase de la revolución mundial. Ella será pura y simplemente la revolución socialista. Ustedes pueden apegar a esta palabra, según el caso, todos los objetivos que quieran: antiimperialista, agraria, nacionalista, revolucionaria. El socialismo las implica, las precede, las abarca a todas”. No se debe pensar que se trataba de planteos de principios y nada más. Mariategui sabia al contrario, sacar de ellos las consecuencias estratégicas esenciales: “Para nosotros, el antiimperialismo no constituye en sí mismo un programa político, un movimiento de masas apto para la conquista del poder. Incluso si admitimos que pueda movilizar al lado de las masas obreras y campesinas a la burguesía y a la pequeña burguesía nacionalista (nosotros ya hemos refutado formalmente esta posibilidad), el antiimperialismo no suprime el antagonismo entre las clases, no anula las divergencias entre sus intereses. Ni la burguesía, ni la pequeña burguesía pueden llevar al poder una política antiimperialista… La toma del poder por el antiimperialismo en tanto que movimiento demagógico-populista, si fuere posible, no equivaldría jamás, a la toma del poder por las masas proletarias por el socialismo. La revolución socialista encontraría ese enemigo más decidido y más fanático (peligroso en su confusionismo y su demagogia) en la pequeña burguesía afirmada en el poder conquistado bajo estas consignas. Sin descuidar el empleo de ningún elemento de agitación antiimperialista, ni ningún medio de movilización de los sectores sociales que eventualmente puedan participar en esta lucha, nuestra misión es explicar y demostrar a las masas que sólo la revolución socialista es capaz de oponer una barrera verdadera y definitiva al imperialismo” (Punto de Vista Antiimperialista, 1929). He aquí pues, cual es la tradición del comunismo revolucionario nacido de la influencia que tuvo en América Latina la revolución bolchevique de octubre de 1917. Y fue también, bajo la bandera inseparable del antiimperialismo y del socialismo, que el joven Partido Comunista Salvadoreño, bajo la dirección de Farabundo Martí, condujo la insurrección campesina de enero de 1932.

La idea de mutilar la revolución, de truncarla en su fase antiimperialista, y que Handal en 1981 declara “no saber” de donde proviene, es en efecto, una idea importada. Es la proyección en el continente de la corriente derechista de la Internacional Comunista ya burocratizada, de la tentativa de alianzas entre la URSS y las democracias burguesas (pacto Stalin-Laval) y de la sistematización a escala internacional, de la política de los “frentes populares” adoptada en el VII Congreso de la IC en 1935. A partir de entonces, el objetivo estratégico de los partidos comunistas subordinados a Moscú, no va más allá de una etapa democrática y antiimperialista de desarrollo capitalista. El fin implica los medios: una alianza durable con las burguesías nacionales en la cual, los partidos comunistas – como lo admite a posteriori Handal – se convierten en fuerzas de apoya y colaboración y que periódicamente, se ven expuestas a la represión implacable por sus aliados de la víspera. En ese cuadro general, la aplicación concreta de la política sigue las necesidades de la diplomacia soviética. A fines de los años 30, está lo de los “frentes populares” que llevan al PC a ir de remolque del Partido Radical.

En 1945, al final de la guerra, es la euforia de la alianza entre Stalin y el imperialismo norteamericano, lo que se refleja inmediatamente en la política de los partidos comunistas. En la Argentina. Codovila, el stalinista “modelo”, flama a una alianza contra el peronismo de “todos los partidos tradicionales, de la parte más consciente y combativa del movimiento y del campesinado, de la mayoría de los industriales, comerciantes, agricultores, ganaderos y financistas, de la mayoría del ejército y la marina, y de una parte de la policía de uniforme”. (Informe a la Conferencia del PC argentino de diciembre de 1945). En Brasil, el Partido Comunista de Prestes, se coloca bajo la tutela de Getulio Vargas, pues se había ubicado en la guerra del lado de los aliados.

En fin, como decía Carlos Fonseca Amador, fundador del Frente Sandinista; el Partido Socialista Nicaragüense (partido comunista) había nacido “En 1944 antes del fin de la guerra mundial, en una época en que las tesis de Earl Browder, secretario del PC de los EE.UU., que impulsaba la conciliación con la clase capitalista y con el imperialismo norteamericano en América Latina, estaban en pleno vigor. Es cierto, se trataba de la política oficial de Moscú, de la cual Brodwer no era él (inicio abanderado. Peor, el PSN nació en el curso de un mitin cuyo objetivo era proclamar el apoyo al gobierno de Somoza. Esto fue el 3 de julio de 1944 en el Gimnasio de Managua” (Carlos Fonseca, Nicaragua Hora H, Tricontinental, setiembre de 1969).

El agujero en la memoria de Handal es más bien una fosa o un abismo, en el cual desaparece medio siglo de historia del movimiento obrero latinoamericano.

Inclusive, admitiendo que Handal sufre de tales olvidos, habría tenido más de 20 años después de la victoria de la revolución cubana, para volver a encontrar en su frágil memoria, el hilo de la historia. Porque Castro, Guevara y Fonseca Amador, no esperaron 20 años para extraer las enseñanzas de la revolución cubana y retornar a las fuentes de los grandes ancestros como Mella y Mariátegui.

A partir de su histórico discurso del 2 de diciembre de 1961, luego de la nacionalización de las empresas imperialistas, Fidel Castro vuelve explícitamente a esta tradición: “No hay término medio entre el capitalismo y el socialismo. Los que se obstinan en buscar una tercera vía, caen en una posición errónea y utópica… Tal es el camino que hemos seguido: el camino de la lucha antiimperialista, el camino de la revolución socialista. Pues no existía otra posición posible. Debíamos hacer una revolución antiimperialista, una revolución socialista. Pero esto no era sino una sola revolución, pues no puede existir más que una. Esta es la gran verdad dialéctica de la humanidad: el imperialismo no tiene frente a él más que al socialismo”. Castro estaba categóricamente por la unidad dialéctica del contenido antiimperialista y socialista de la revolución. Le fueron necesarios 20 años a Handal para convencerse de ello. Más vale tarde que nunca. Sin embargo, el “descubrimiento” de Castro no ha sido la confidencia oculta entre las líneas de un discurso. Fue compartida y propagandeada sobre el continente por toda una generación de revolucionarios. Por el Che que proclamaba “o revolución socialista o caricatura de revolución” por el informe de la delegación cubana en la Conferencia de la OLAS en 1967 y por las tesis de la propia Conferencia2.

Handal no puede pretender que esta perspectiva no hubiera alcanzado a América Central. En el artículo citado de Carlos Fonseca escrito en 1969, se afirmaba: “La lucha se desarrolló (de 1926-1936) sin que existiera un proletariado industrial. La burguesía naciente traicionó al pueblo nicaragüense y se abandonó a la intervención yanqui…” “es necesario actualmente insistir sobre el hecho de que nuestro principal objetivo es la revolución socialista, una revolución que presupone denotar al imperialismo yanqui, sus agentes locales, a los falsos opositores y a los falsos revolucionarios”.

No hemos escatimado citaciones y referencias para demostrar claramente hasta qué punto las revelaciones de Handal son tardías y generales en relación a un debate que sacude desde hace medio siglo al movimiento obrero latinoamericano. Fue necesario el formidable encadenamiento de los hechos y sobre todo el surgimiento de la propia revolución en El Salvador a contrapelo de la política concreta del PC salvadoreño, para que apareciera la autocritica que tratamos.

Sin embargo, ya en los años veinte, los alcances del problema estratégico estaban definidos y bien planteados. Encontrábamos por un lado, una corriente populista que tendía a insistir sobre la especificidad de América Latina, de su historia, de su estructura social, para fundamentar en teoría la perspectiva de una colaboración de clases. Era esa, la posición del peruano Haya de la Torre y de su partido, el APRA, que se presentaba en sus inicios en 1924, como un movimiento antiimperialista.

Más tarde, vendría una corriente marxista-economicista que alimentaba con coartadas teóricas, las políticas de alianzas y de subordinación a las burguesías nacionales, seguidas por los partidos stalinistas. Se trataba de considerar a las sociedades latinoamericanas como sociedades feudales para justificar mejor, la perspectiva de un desarrollo capitalista nacional y antiimperialista, lo que implicaba una alianza estratégica con la burguesía nacional de cada país. Esta orientación, continúa siendo, aun con variantes, la de los partidos comunistas (en Brasil, en Chile, en Uruguay, en Bolivia, en Perú, etc.). Debe entenderse esta orientación, en el marco general de la política internacional de la burocracia soviética y de sus necesidades.

Esta dependencia con la burocracia soviética, tiene raíces materiales, y lo que Handal no dice, es que para tener una política revolucionaria en América Latina, los PCs tendrían que romper definitivamente con la política de Moscú y con los lazos de dependencia que los subordinan.

Finalmente, la corriente marxista revolucionaria, encarnada desde la década del veinte por Mella y Mariátegui, ha considerado siempre a las sociedades latinoamericanas como sociedades en las cuales el carácter capitalista esta directamente imbricado en la dominación imperialista y marcado por ella. De allí, el lazo indisoluble entre la lucha antiimperialista y la revolución socialista. Esta corriente, rechaza la doctrina de un feudalismo latinoamericano y define la estructura social, incluyendo al campo, como esencialmente capitalista. Critica el concepto de “burguesía nacional progresista” y rechaza la perspectiva de un posible “desarrollo capitalista independiente”. Ve en el fracaso de las experiencias populistas, la consecuencia lógica de la naturaleza de las fuerzas sociales dependientes del imperialismo. Encuentra la fuente del “retraso” económico no en el feudalismo o en los obstáculos pre capitalistas, sino en las características mismas del capitalismo dependiente. En conclusión, excluye la posibilidad de una vía de desarrollo democrático-nacional y afirma la necesidad de la revolución socialista como única respuesta coherente a la dependencia y al subdesarrollo.

La cuestion del poder

Handal considera que los deslices reformistas cometidos por los partidos comunistas en América Latina, se debe a que perdieron de vista la cuestión del poder. ¡Razonamiento perfectamente circular! ¿Y porqué perdieron de vista la cuestión del poder? Todo está encerrado en ésta cuestión.

Handal no establece claramente la relación entre este problema y el asunto sobre el carácter de la revolución. Es sin embargo, evidente que un partido no se plantea la cuestión del poder de la misma manera, si quiere compartirlo con una clase “aliada” o si quiere tomarlo para ejercerlo. Era esa ya, la gran línea divisoria desde 1905 entre mencheviques y bolcheviques y así lo entendía Lenin que afirmaba: “Las fracciones bolcheviques y mencheviques han llevado ellas mismas todas las divergencias a la siguiente alternativa: el proletariado debe ser “el guía”, “el dirigente” de la revolución, y arrastrar tras de sí al campesinado, o debe ser “el motor” que sostiene tal o cual vía de la democracia burguesa” (Obras Completas, tomo 15, pág. 388). Lenin, entonces, defendía contra los mencheviques una posición claramente anticapitalista desde el punto de vista de la conquista del poder político.

A la luz de la experiencia revolucionaria de 1905, y desde 1906, el debate se clarificó aun más. Para los bolcheviques, “solo el proletariado está en condiciones de conducir hasta el fin, la revolución democrática, pues es la clase completamente revolucionaria de la sociedad contemporánea”. Y “arrastra tras de sí al campesinado” (idem).

El litigio con los mencheviques se resume en tres puntos capitales para Lenin y los bolcheviques: 1) que el proletariado debe jugar el rol dirigente, el rol de guía de la revolución. 2) que el objetivo de la lucha es la conquista del poder por el proletariado con la ayuda de las otras clases revolucionarias. 3) que en ese terreno, el campesinado puede ser la primera y tal vez la única ayuda. Para los mencheviques, el proletariado debía ser “el motor” (y no la dirección como planteaba Lenin) de la revolución, y debía “sostener” a través de una presión de masas de vías de la democracia burguesa que no estaban en contradicción con su propio programa. “Desde el punto de vista del poder político, esto significa resignarse a una etapa en la cual el poder es abandonado en manos de la democracia burguesa” (Lenin, idem).

Handal, reconoce a su manera, que los partidos comunistas en Latinoamérica se han colocado en la mayoría de los casos, en el terreno menchevique, al adjudicarse el papel de “fuerzas de apoyo” en cuanto al problema del poder, y en “fuerzas de colaboración”.

Sin embargo, en “su vuelta a Lenin”, Handal no recorre más que la mitad del camino. De un lado, el pretende abolir la separación entre las dos revoluciones. Pero por otro lado, tiende a establecer esta etapa distinguiendo radicalmente “el problema del poder” del “programa socio-económico de la revolución”.

Es cierto que en 1905-1906, la polémica de Lenin contra los mencheviques se limitaba al asunto: quién debe tomar el poder? Y el respondía “el proletariado arrastrando tras de sí al campesinado”. Pero al mismo tiempo, Lenin continuaba caracterizando al programa de la revolución por las tareas a realizar como democrático burgués, concebía incluso, la posibilidad de que luego de la conquista del poder por el proletariado, se mantuviera en la sociedad un cuadro general que se podría definir como capitalista.

Sobre este punto, la revolución rusa de octubre del 17 completó las lecciones de 1905. Es cierto que la revolución proletaria comienza por la conquista del poder político, (Marx hablaba de la dictadura del proletariado como instrumento para empezar las transformaciones económicas y sociales). Es cierto que la conquista del poder politico y las transformaciones de las relaciones de producción, no coinciden en el tiempo. Lo primero (la conquista del poder) es un acto, el resultado revolucionario de una prueba de fuerzas entre clases antagónicas. Lo segundo (las transformaciones económicas y sociales) es un proceso sobre el cual no podemos pre-fijar ritmos ni plazos y que está determinado por un conjunto de factores internos y externos. Lo que si está claro, es que sin el primer acto revolucionario, lo segundo es imposible.

Existe sin embargo, una relación dialéctica entre los dos. Pues la conquista del poder político, y principalmente su conservación frente a toda intentona contrarrevolucionaria, implica la mayor movilización de las masas, en primer lugar de la clase obrera y el campesinado pobre, las únicas capaces de aplastar la resistencia burguesa e imperialista. Pero esta movilización no puede nutrirse de promesas, sino de conquistas sociales concretas. El Partido Comunista Vietnamita (PCV) lo sabía muy bien, por eso, para preparar la ofensiva contra las tropas francesas en Dien Bien Phu en 1954, lanzó una campaña de profundización de la reforma agraria en los territorios liberados. Lo mismo en la revolución rusa, la resistencia a la agresión de las potencias capitalistas europeas y a la contrarrevolución interna durante la guerra civil, llevó muy rápidamente a la radicalización del contenido social de la revolución, la ruptura con la burguesía, la estatización de los medios de producción, a las diferenciaciones de clase en el campo, etc. Esta lección, se ha visto confirmada por las revoluciones derrotadas como la china de 1926-27, o por la victoriosa de China en 1949, la vietnamita, la cubana, y más recientemente la de Nicaragua.

Este problema fue sistematizado por Trotsky en 1928 en la teoría de la revolución permanente. La batalla que él condujo contra la teoría stalinista de la revolución por etapas, se inscribe en la continuidad de la batalla librada por Lenin contra los mencheviques y su etapismo, y Trotsky la enriqueció a la luz de la victoria de la revolución rusa y de la derrotada revolución china a mediados de la década del veinte.

La teoría de la revolución permanente afirma, la necesidad de transformar la revolución democrática en revolución socialista en los países dominados, no niega, contrariamente a lo que han hecho creer los stalinistas, la existencia de etapas en un mismo proceso revolucionario: “Yo no he negado jamás, el carácter burgués de la revolución en cuanto a sus tareas históricas inmediatas, yo lo he negado únicamente, en cuanto a sus fuerzas motrices y sus perspectivas…” “La historia ha unido, no confundido, sino unido orgánicamente el contenido fundamental de la revolución burguesa a la primer etapa de la revolución proletaria” (Trotsky, La Revolución Permanente).

Del mismo modo, Trotsky no excluye para nada, las alianzas tácticas con fracciones de la burguesía: “Es evidente que nosotros, no podemos en el futuro, renunciar a tales acuerdos rigurosamente limitados y sirviendo cada vez a un objetivo claramente definido la única condición de todo acuerdo con la burguesía, acuerdo separado, practico, limitado a medidas definidas y adaptadas a cada caso, consiste en no mezclar las organizaciones y las banderas, ni directa ni indirectamente, ni por un día, ni por una hora, y a no creer jamás que la burguesía es capaz de conducir una lucha real contra el imperialismo y a no poner obstáculos a los trabajadores y campesinos” (idem).

Para derrotar a la dictadura de Batista, Fidel Castro hizo con sectores burgueses un pacto limitado, que “definió una estrategia común para derrotar a la dictadura con la insurrección armada”. Pero desde la caída del dictador, Castro consolida alrededor del ejército rebelde, las bases del poder revolucionario fuera de todo control de los órganos formales del gobierno recién instalado e integrado por dirigentes burgueses. En la medida que el proceso revolucionario avanza, y se profundiza, que se desarrolla la reforma agraria, que se constituye el ejército revolucionario, los representantes de la burguesía van a retirarse unos tras otros, para pasar a la oposición abierta y a la contrarrevolución.

Cada presión o agresión imperialista, conduce a la necesidad de ir apurando el proceso de transformaciones sociales y económicas, de radicalización de la reforma agraria, de nacionalización, de expropiaciones, etc., con el fin de resguardar el poder revolucionario y de avanzar en las conquistas sociales de las masas.

Al mismo tiempo, estas conclusiones que han sabido sacar los revolucionarios mas consecuentes, también hay que decirlo, las ha sacado la propia burguesía. La evolución de las posiciones burguesas en la medida que avanzaba el proceso revolucionario nicaragüense con una prueba de ello. La dictadura oligárquica se impuso en Nicaragua en los 30 con el apoyo del imperialismo yanqui. Desde el inicio de la década del 60, una contradicción se desarrolló entre la vieja oligarquía reagrupada en tomo a la familia Somoza, y fracciones de la burguesía industrial que deseaban una liberalización del régimen para poder insertarse en el desarrollo económico ligado a la implantación del mercado común de América Central. Esta burguesía encabezó una oposición liberal con la proclamación de la Unión Democrática de Liberación (UDEL). En 1977, luego de dos años de Estado de Sitio, que supuestamente había liquidado al Frente Sandinista, los liberales creen poder aprovechar la campana democratizante del presidente Carter para pasar a la ofensiva sin correr el riesgo de un desbordamiento del movimiento de masas. En enero del 78, luego del asesinato de su líder Joaquín Chamorro, son los patrones quienes toman la iniciativa de lanzar una huelga general.

Pero una carrera contra el tiempo se plantea entonces para la dirección revolucionaria. En febrero del 78, el Frente Sandinista pasa nuevamente a la acción. La patronal se asusta y suspende la huelga general. En julio se constituye el Frente Amplio de Oposición (FAO) por un lado y que reagrupa a la burguesía opositora. Y por otro lado, se forma el Movimiento Popular Unificado (MPU) que nuclea a veintidós organizaciones de masas (barrios, estudiantes, mujeres).

A fines de agosto y comienzos de septiembre de ese año, con el repunte de la movilización autónoma de las masas, y con ello la iniciativa vuelve a estar en manos de los sandinistas. A fines de agosto, un comando del FSLN ocupa el Congreso Nacional y obtiene la mayoría de sus demandas. El MPU llama a la Huelga general y en setiembre el FSLN a la insurrección popular. A cada paso del movimiento de masas, la burguesía se retrae y busca la negociación con la dictadura apoyándose en el gobierno de EE.UU., que a esa altura busca una “transición” pacifica y controlada.

El ala “tercerista” del FSLN toma esta capitulación como argumento para retirarse del FAO y se unifica con las otras dos tendencias del sandinismo. En febrero del 79 se constituye el Frente Patriótico Nacional (FPN), incluye a los sandinistas y a sectores burgueses significativos representados por Alfonso Robelo y Violeta Chamorro. Pero, mientras que la burguesía era hegemónica en el FAO, ahora el centro de gravedad se ha desplazado, debido a que la lucha toma un curso favorable a los trabajadores y campesinos. Esto es lo que se traduce de la formación del FPN donde el rol dirigente – político y militar – le corresponde al FSLN.

Denotada la dictadura, y a medida que el proceso revolucionario se iba profundizando, nuevos sectores de la burguesía son llevados a retirarse del Gobierno de Reconstrucción Nacional y a pasar a la oposición. Esto se confirma con el retiro de Robelo y Chamorro en la primavera de 1980.

En ese proceso de ruptura con la burguesía, la dirección sandinista permaneció fiel a los consejos de Carlos Fonseca, que el articulo antes citado agregaba: “Se debe prestar atención al peligro de que la insurrección no le sirva de trampolín a la fuerza reaccionaria de oposición a Somoza. El objetivo del movimiento revolucionario es doble. Por un lado, se trata de derrotar a la camarilla criminal y traidora que, durante largos años ha usurpado el poder, y por otra parte, debemos impedir que la fuerza capitalista de la oposición, cuya sumisión al imperialismo es sabida, no aproveche de la situación desatada por la lucha de la guerrilla y tome el control de poder”.

De este modo, el comunicado del 9 de diciembre de 1978, que sella la unidad entre las tres tendencias del sandinismo, confirma la necesidad de continuar la lucha hasta la destrucción de la columna vertebral de la dictadura (la Guardia Nacional) y de avanzar en la conquista de la democracia y las transformaciones sociales y económicas.

Una autocritica a medias

Las otras dos cuestiones abordadas por Handal, la vía armada y la unidad de la izquierda revolucionaria, son decisivas sin duda, sin embargo, como en casi todo, el compañero salvadoreño no va a fondo en el asunto.

1. Primero: él constata que “la idea de la vía pacifica de la revolución en América Latina se relaciona con el reformismo”. La lucha armada es la primera palabra de la estrategia revolucionaria, pero no la ultima. Si la lucha armada es necesaria porque se trata de destruir el aparato del Estado burgués, ella no constituye en sí misma, una línea divisoria suficiente entre reforma y revolución existe también un reformismo armado que practica la conciliación de clases.

El caso de los Montoneros argentinos particularmente bajo el gobierno de Campora en 1973 y luego con Perón – es una muestra elocuente de lo que afirmamos. Pero sobre todo, la afirmación de la necesidad de la lucha armada no dice nada sobre la forma de esa lucha armada y su relación con el conjunto de una estrategia revolucionaria. Existe respecto a este tema una amplia experiencia de más de veinte años en el continente. En la “Revolución en la revolución”, Regis Debray sacó de la experiencia cubana una visión simplista y errónea, privilegiando el foco de guerrilla rural y subordinado a esto la construcción del partido revolucionario A la luz de los fracasos verificados en los años 60, el propio Debray tuvo que hacerse una autocritica, las que formuló en su libro “La crítica de las armas”.

De la misma manera, el ejemplo mal asimilado de la revolución rusa, pudo nutrir en la década del 20, corrientes putchistas en el seno de la Internacional Comunista, y el ejemplo mal comprendido de la revolución cubana, llevó a errores y fracasos político-militares que tuvieron nefastas consecuencias para el conjunto del movimiento de masas en muchos países, y lo que es peor, no sirvieron para hacer avanzar al movimiento popular en sus niveles de comprensión respecto al rol de los aparatos reformistas.

La revolución nicaragüense al contrario, aportó una combinación original de formas de lucha armada culminando en la huelga general y en la insurrección de las principales ciudades: en ese caso, la insurrección supone una preparación particular y una organización en profundidad de las masas urbanas. Hoy en El Salvador, la relación entre las zonas controladas militarmente por el FMLN y la perspectiva final de lucha por el poder, están en el corazón del debate entre las diversas organizaciones revolucionarias salvadoreñas.

Al pronunciarse categóricamente por la lucha armada, Handel da un paso decisivo, pero no irreversible. Ya hemos visto en 1967 en la Conferencia de la OLAS, a dirigentes stalinistas tradicionales como el uruguayo Rodney Arismendi, “pronunciarse” por la lucha armada, sin embargo en la política concreta de su país, el PC uruguayo puede calificarse como absolutamente reformista, consecuente con las tesis etapistas de la revolución, y defensor acérrimo de la vía pacífica. Hoy mismo, el PC chileno se declara a favor de la lucha armada y por la “sublevación popular”, sin que esto signifique un abandono de su estrategia de conciliación con la burguesía democrática y los militares “patrióticos”.

En 1970, Carlos Fonseca ya había dicho respecto al PC nicaragüense: “Podemos afirmar que los cambios operados en la dirección de esta organización no son más que cambios formales. La pretendida nueva dirección no cesa de hablar de lucha armada, mientras que en la práctica, concentra toda su energía en una acción pseudo-legal”,

2. Segundo: Sobre la unidad de la izquierda revolucionaria, Handal reconoce, y es positivo, que pueden aparecer otros partidos revolucionarios por fuera de los PCs oficiales: “La vieja concepción dogmatica según la cual el Partido Comunista es por definición “el partido de la clase obrera”, la vanguardia del combate antiimperialista, etc. limita e incluso bloquea nuestra capacidad para comprender que en las condiciones sociales y políticas de América Latina, es imposible que no aparezcan esas organizaciones de la izquierda armada”. Debemos reconocer, a menos que neguemos obstinadamente la realidad, que Handal no tiene otra elección, ya que el PC salvadoreño fue colocado en una situación de minoría en las organizaciones de masas urbanas, por formaciones revolucionarias armadas como el Bloque Popular Revolucionario (BPR) y por las Ligas Populares 28 de Enero (LP208). Además, la marginalización del PC de Nicaragua en el proceso revolucionario, también le sirvió a Handal, para la autocritica. Pero a partir de ese reconocimiento forzado de la realidad, “la unidad de la izquierda revolucionaria” puede desembocar en dos casos diferentes. O bien se trata de encontrar la unidad en la acción, a nivel sindical, político, de todas las organizaciones que hablan en nombre de los trabajadores y campesinos, lo que significa un frente único de movilización y de combate, respetando la identidad y diversidad de sus integrantes, O bien, se trata de la construcción a través de un proceso de fusiones, de un nuevo partido revolucionario En este caso, un llamado a la unidad no alcanza. Existe entre esas organizaciones (las que componen el FMLN) programas y perspectivas distintas desde el punto de vista del objetivo final de la revolución, así como de sus visiones respecto a la situación internacional. Estas diferencias pueden ser superadas por la experiencia de la practica común es cierto, pero no, sin la discusión clara de las diferencias existentes, y sin afirmar al mismo tiempo, la necesidad de la unidad y de la democracia que permita, en el marco de una misma organización, coexistir a corrientes y compañeros con posiciones distintas.

Artículo publicado por primera vez en agosto de 1983 en la revista Quatrieme International

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  1. En 1969 se produjo la escisión más importante dentro del PC. Allí un grupo de militantes encabezados por Cayetano Carpio, secretario general del partido, cuestionando la finca reformista del PC, formó las Fuerzas Populares de Liberación (FPL), que hoy es una de las organizaciones más fuertes del FMLN.
  2. Contrariamente, la historia de la lucha de clases en América Latina ofrece múltiples ejemplos de revoluciones derrotadas y traicionadas. Handal habla sobre las elecciones de la derrota chilena en 1973, a la considera como un “laboratorio”: “Es cierto que a lo largo de la experiencia chilena, dos vías se opusieron constantemente: la vía de la conciliación y colaboración de clases por un lado, y la de la movilización revolucionaria de masas por otro”.
    Luego que la ofensiva reaccionaria de octubre de 1972 alrededor de la huelga de los camioneros, Allende podía apoyarse sobre la movilización espontanea del movimiento popular, sobre la forma no de las Juntas de Abastecimiento Popular (JAP), de los Cordones Industriales, de los Comandos Cominales, para pasar a la ofensiva contra la derecha fascista. Sin embargo, prefirió reafirmar el respeto a la -“legalidad burguesa” y a aumentar la presencia de los militares “constitucionalistas” en su gabinete ministerial.
    Después del ensayo de golpe de Estado de junio del 73 (“el tancazo”) y cuando preparación del golpe gorila se hacía evidente y abierto, Allende otra vez, y apoyado por el PC y el PS, se dedicó a ofrecer garantías constitucionales a la oposición burguesa encabezada por la Democracia Cristiana, desarmando a los obreros de los Cordones Industriales y permitió la represión sobre los marinos de Valparaiso que se oponían a los militares golpistas.
    Por otra parte, Handal parece ignorar completamente la autocritica del Partido Guatemalteco del Trabajo (comunista) que ya en 1955, evaluaba la derrota popular de 1954, tras el derrocamiento del gobierno burgués-reformista de Jacobo Arbenz: “El PGT no ha -seguido una línea de trabajo independiente en relación con la burguesía nacional. Es la alianza con la burguesía democrática, obtuvo los éxitos señalados, pero a la vez, la burguesía ejerció una influencia sobre nuestro partido, influencia que en la práctica frenó numerosas actividades. El PGT, no evaluó correctamente la débil capacidad de resistencia de la burguesa y no tuvo permanentemente presente en carácter conciliador frente al imperialismo y a las clases reaccionarias, lo que explica algunas ilusiones que se tuvieron sobre el patriotismo, la lealtad y la firmeza de la burguesía nacional frente a los asaltos del imperialismo norteamericano”
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