El odio a Mayo del 68

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“En estas elecciones, se trata de saber si la herencia de Mayo del 68 debe ser perpetuada o si debe ser liquidada de una vez por todas. Quiero pasar la página de mayo del 68”.

Ha sido necesario esperar a la última semana de campaña para conocer, en boca de Sarkozy, el verdadero meollo de estas elecciones. Acabar con el espíritu y la herencia de Mayo del 68, ese pelagatos, ese sarnoso, de donde nos vienen todos los males, responsable de todas las decadencias francesas. Aquí está, por fin, la “ruptura”, aunque menos tranquila de lo anunciado.

Si se trata de acabar con la esperanza de Mayo, hace mucho tiempo que, de conmemoraciones a oraciones fúnebres, de Mitterrand a Cohn-Bendit, otros se han ocupado ya de hacerlo. Con la ayuda del narcisismo generacional, las ceremonias del 20 aniversario, en 1988, fueron ya una especie de entierro espectacular que prefiguraba las festividades fúnebres del Bicentenario [de la revolución francesa de 1789. NdT]. Del 68, no quedaba ya más, en la memoria de algunos actores, que una gran movida estudiantil, un gigantesco libertinaje y una entrada tardía en la modernidad hedonista. Por más que todo esto se ha producido en nuestras sociedades de mercado occidentales, sin que hubiera necesidad para ello de la huelga general más masiva y más larga de la historia.

La herencia no es un bien que se posee y que se guarda. Si no algo que los herederos se disputan y lo que hacen de ella. Hay su Mayo y el nuestro. El de la leyenda dorada de los “felices, ricos y célebres” o “amor, gloria y belleza”. Y el de las fábricas y de las facultades ocupadas, el de “si lo paramos todo”, para que todo se haga posible.

Sin embargo, es este Mayo del 68 de la huelga general, del que el candidato Sarkozy promete pasar la página, comenzando por atacar al derecho de huelga, al código del trabajo, y a todas las conquistas arrancadas con un alto precio por las luchas pasadas. “Quiero ser el portavoz de todos los infelices golpeados por la vida, desgastados por la vida. Todos esos de abajo, todos esos seres anónimos, todas esas personas corrientes: por ellos quiero hablar”, dice Sarkozy. Pero ellos no le piden tanto. Preferirían hablar por sí mismos, antes que entregar el monopolio de su palabra a la voz de sus amos, Bouygues, Lagardère, Dassault y demás compinches [cabezas de transnacionales francesas, que controlan los más importantes grupos de comunicación y apoyan a Sarkozy. NdT].

Quiero volver a dar al trabajador el primer lugar en la sociedad”, añade Sarkozy. Al trabajo no al trabajador, que se deberá ganar este primer puesto, trabajando más para ganar menos, y que recibirá a cambio no ya algo que se le debe, sino una generosa “recompensa” (¡sic!), consentida por un buen amo…

¿Culpable Mayo del 68? ¿Y porqué no también Rousseau y la Revolución francesa, que sembraron el desorden, destruyeron jerarquías, derrocaron autoridades? ¿Y culpable de qué?

¿De haber impuesto “el relativismo intelectual y moral” para el que todo vale y equivale? Como si no fuera el espíritu del capitalismo el que inculca que todo se compra y todo se vende. Como si fuera Mayo 68, y no la bulimia de la ganancia, el responsable del escándalo de la quiebra del Crédit Lyonnais, de las stock options, de las comisiones por la venta de las fragatas a Taiwan, de los festines en la alcaldía de París, de los delitos de cuello blanco, de los fraudes inmobiliarios y de los tráficos bursátiles.

¿Culpable de haber “liquidado la escuela de Jules Ferry [promotor a finales del siglo XIX del sistema escolar republicano francés. NdT]” y forjado “detestar la laicidad”? ¡Como si la liquidación de la escuela para todos no fuera debida en primer lugar a discriminaciones sociales y segregaciones territoriales! ¡Como si la laicidad no estuviera más amenazada por la descentralización y la privatización rampante de la educación pública y la transferencia a la empresa, exigida por la patronal Medef, de la misión educativa que en otros tiempos correspondía al profesor!

¿Culpable de haber “introducido el cinismo en la sociedad y en la política” y favorecido “el culto al dinero rey, al proyecto a corto plazo, las derivas del capitalismo financiero”?. Como si el cinismo no existiera entre los patronos del CAC 40 [índice principal de la Bolsa francesa. NdT], que se embolsan subvenciones y reducciones de impuestos, y deslocalizan para ganar más, exigiendo recuperar el 15% de la inversión con un crecimiento del 2%. Y como si la obra maestra del cinismo no estuviera en ese discurso de Sarkozy en Bercy, que invoca a Juana de Arco y la miseria que había entonces en el reino de Francia, para llamar a un nuevo impulso moral, sin decir una palabra sobre las políticas que han producido esta miseria social y sobre el papel del propio orador. Cinismo es necesario, y a grandes dosis, para proclamarse “el candidato del pueblo y no de los medios, de los aparatos, de tal o cual interés particular”, cuando se dispone del apoyo de todos los grandes medios privados, del mayor aparato político y de los principales intereses industriales y financieros.

En realidad, la eclosión de un individualismo sin individualidad, de un hedonismo sin placer, del curso egoísta de cada cual para sí, no son en absoluto el resultado del Mayo del 68, sino de su fracaso y de su reflujo. Mayo del 68 fue, por el contrario, un gran momento de solidaridad. Justamente para borrar su recuerdo, los ganadores de la bonoloto liberal no han querido retener de él más que las reformas de las costumbres, asfixiando su revuelta social.

Cada párrafo del discurso de Bercy deja una profunda indignación. Es un discurso de revancha y de venganza. Un discurso versallés [los “versalleses” fueron los verdugos de la Comuna de París de 1871], que hace estremecerse de gusto al ramillete de ministros y ministrables, André Glücksmann como pope alucinado, la comisaria Julie Madrange, el evasor de impuestos de Optic 2000, Doc Gyneco y Arthur, Steevy y Enrico Macias, Thierry Roland y Philippe Bouvard, el siniestro Fillon et Alliot-Marie que cambia más de ideas que de camisa. Y todo ese pequeño mundo en unión rugiendo de placer a cada golpe lanzado contra el fantasma del 68 ¿Por qué tanto odio? Sin duda es proporcional a un gran miedo. Al gran miedo de ayer, el viejo miedo recocido de los poseedores, momias reunidas cogidas del brazo para expulsar sus pesadillas, un cierto 30 de abril ante el Arco del triunfo. Pues el partido del orden sigue siendo, de algún modo, el reverso y el forro de un partido del miedo. Miedo del mañana, también: ¿se trata verdaderamente, de pasar la página, o de conjurar el espectro de un nuevo mes de Mayo? ¡Que se callen los pobres! Hay que defender a “la familia, la sociedad, el estado, la nación, la república”. Y al Trabajo. Contra la canalla, la morralla, la chusma: la cantinela no es nueva. La divisa del Estado francés todavía puede seguir sirviendo.

Hay algo de Thiers [jefe del gobierno francés, responsable de la masacre de la Comuna. NdT] en este hombre. Se anuncia un fin de régimen tumultuoso. Marx decía de Luis Bonaparte: “Vista la falta total de personalidades de envergadura, el partido del orden se cree naturalmente obligado a inventarse un individuo único, atribuyéndole la fuerza de la que carecía toda su clase, para elevarle así a la dimensión de un monstruo”. Este monstruo miniatura dispone ya hoy de su sociedad del 10 de Diciembre [el partido de Luis Bonaparte. NdT], de su claque, de sus especuladores. Como sus precursores, se presenta “en defensa de la sociedad” y se digna como “charlatán arrogante” a “llevar el peso del mundo a sus espaldas”. Su fuerza depende de la debilidad de sus oponentes, ocupados por disputarle el “orden justo” y la “restauración nacional” [lemas electorales de Ségolène Royal. NdT].

Hace justamente treinta años, en vísperas de las elecciones legislativas de 1977, Gilles Deleuze había leído bien en el juego de los, entonces, “nuevos filósofos”. “Las condiciones particulares de las elecciones hacen hoy que suba el nivel de tontería”.

El nivel no se contenta con subir. Se está desbordando. “En ese marco, añadía Deleuze, los nuevos filósofos se han inscrito desde el principio. Poco importa que algunos de ellos hayan estado inmediatamente contra la Unión de la Izquierda, mientras que otros habrían deseado proporcionar un poco más de confianza a Mitterrand. Una homogeneización de las dos tendencias se ha producido, más bien contra la izquierda, pero sobre todo a partir de un tema que estaba presente ya en sus primeros libros: el odio al 68. El asunto estaba en quién escupiría mejor sobre Mayo del 68. Es en función de este odio que han construido su sujeto de enunciación: Nosotros, que hicimos Mayo del 68, podemos deciros que fue una tontería y que no lo volveremos a hacer nunca más. Rencor al 68, eso es lo único que tienen para vender”. De este odio al 68, el candidato Sarkozy ha hecho, con la ayuda de Glücksmann y de Luc Ferry, su filosofía electoral.

Verdaderamente, sólo tienen eso que vender. Ya no hay izquierda ni derecha, ni burgueses ni proletarios: todos tras el salvador supremo, todos tras el ungido del Señor, en un confuso barullo de los valores y los sentimientos ¿Acaso Sarkozy no se siente tocado por la gracia, transfigurado por su primer mitin de campaña, cuando reveló a sus fieles: “¡He cambiado!” ¿Acaso no deja de asombrarse por esta “comunión”, esta “gravedad casi religiosa”, esta “especie de rezo silencioso que cien mil personas le dirigieron” (el ¡14 de enero en la Puerta de Versalles! [acto de proclamación de Sarkozy como candidato presidencial de la derecha. NdT]). Él responde con la promesa de “entregarse por entero” incluso “arriesgándose a sufrir”. A sufrir por nosotros, por vosotros, pobres pecadores. Es la pasión de San Nicolás [nombre de Sarkozy. NdT].

El domingo, iremos pues a votar tatareando una vieja canción roja: “Tout ça n’empêche pas, Nicolas, qu’la Commune n’est pas morte… Tout ça n’empêche pas, Nicolas…” (A pesar de todo, Nicolás, la Comuna no está muerta. A pesar de todo, Nicolás…).

1 de mayo de 2007
Traducción: Alberto Nadal
www.danielbensaid.org

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