Izquierda: es la hora de las decisiones

Partager cet article

Contra el liberalismo, hace falta una candidatura única que represente al “No” de izquierdas en las próximas elecciones presidenciales1.

Nadie podía pronosticar ni la fecha ni el alcance de la explosión que sacudió este otoño a los barrios de cercanías de un gran número de ciudades de Francia, pero era previsible y legítima esta cólera frente a todo un cúmulo de segregaciones: social, escolar, territorial. He aquí una revuelta que revela la angustia de un país en que los restaurantes de beneficencia deben servir cada año más comidas, donde un millón de niños vive por debajo del umbral de pobreza, donde una tercera parte de los sin techo son asalariados y asalariadas.

En lugar de escuchar el grito desesperado de toda esta gente, un presidente mal escogido y un gobierno que busca la revancha redoblan los ataques y los ademanes arrogantes: por una parte, el desmantelamiento del Código del Trabajo y del estado social; por otra instauran el estado de excepción y comienzan una carrera desbocada hacia la formación de un estado penal para hacer frente a la amenaza de las nuevas “clases peligrosas”. La nueva presidenta de la gran confederación patronal resume así su filosofía liberal: “La vida, la salud, el amor, son precarios. Por qué no debería serlo igualmente el trabajo?”. Sed flexibles, y acabaréis reptando!

En esta crisis, hay franjas importantes de la población que pueden caer en el racismo y la xenofobia, en la guerra de los pobres contra los más pobres. También pueden, por contrario, entrar en resistencia contra un sistema que agrava las desigualdades, multiplica las exclusiones y desata la competencia de todos contra todos, con el horizonte de una guerra de todos contra todos. Para que se imponga la segunda hipótesis, una izquierda de combate debe oponer el estado de urgencia social al actual estado de urgencia penal.

El ascenso del “No” de izquierdas y el rechazo del Tratado Constitucional liberal abría esta posibilidad. Ahora existe el peligro de que se cierre. El Partido Socialista pretende reducir la oposición entre el “sí” y el “no” a un simple cambio de humor del electorado, a una clase de malentendido pasajero. Tiene prisa por cerrar el paréntesis. Después de haberse “sintetizado” él mismo, reconciliando todas sus tendencias en el decurso de un Congreso ecuménico, ahora querría “sintetizar” bajo su hegemonía toda la familia recompuesta de la izquierda de gobierno. Los Verdes siguen el mismo camino. El Partido Comunista está tentado. Como si lo que se expresó el 29 de mayo a propósito de Europa no tuviera nada que ver, o bien poco, con una alternativa real a la actual mayoría parlamentaria!

Desde luego, una papeleta de voto no marca una frontera definitiva entre los electores y entre los militantes. Aun así, el resultado del 29 de mayo oponía claramente a la Europa liberal e imperial de la competencia “no falseada” la voluntad de otra Europa, social y democrática. El “No” representaba un mandato para seguir en ese camino.

Las inflexiones retóricas de los dirigentes socialistas sólo pretenden apaciguar un electorado cada vez más irritado. Las bellas palabras durarán lo que duran las rosas, el tiempo de una jornada electoral. ¿Quién podría creer en la repentina conversión de estos líderes a una política diametralmente opuesta a todo aquello que ellos mismos han hecho durante un cuarto de siglo, y concretamente durante diecisiete años de gobierno?

Las aspiraciones del 29 de mayo no son sintetizables en un nuevo compromiso social-liberal, ni en una nueva versión de la “izquierda plural” que prosiga poco más o menos la misma política que conocimos en tiempos de Lionel Jospin. Las víctimas de las políticas liberales reclaman justicia. Exigen la igualdad de derechos sociales y civiles: el derecho a un trabajo, un salario y una vivienda dignas; el derecho a una educación y una sanidad de calidad. La explosión de los barrios sitúa en el orden del día otra política laboral, otra política escolar, otra política urbana. Sin esto, las odas compasivas sobre “la mixtura social” serán papel mojado. Para ello hace falta romper las cadenas que suponen los criterios de convergencia de Maastricht y el pacto de estabilidad, tomar el control político de la polítiva monetaria abandonada a los regentes del Banco Central europeo, revertir la lógica de las privatizaciones y de la demolición de los servicios públicos. Haría falta abolir los privilegios fiscales que se han visto aun más reforzados con la contra-reforma fiscal. Haría falta acabar con las exoneraciones de cotizaciones sociales y con las subvenciones a las empresas que despiden. Haría falta derrocar el despotismo de los accionistas y de los mercados financieros. Haría falta, ahora que festejamos el aniversario de la separación de la Iglesia y del Estado, proclamar al fin la separación de la patronal y del Estado.

Cuando ha gobernado la izquierda ha hecho exactamente todo lo contrario: ha privatizado a marchas forzadas, ha mimado a los patrones, se ha sometido a la Europa liberal, ha renunciado al control de la herramienta monetaria. Con la consecuencia de la sorpresa del 21 de abril de 2002, en la que el candidato de la derecha y el jefe de la extrema derecha pasaron a disputar la segunda vuelta de las elecciones presidenciales, acontecimiento del cual la izquierda se resiste tercamente a hacer balance y a asumir la responsabilidad. “Ceder algo, es capitular mucho!”.

Frente a Le Pen, Chirac fue presentado como el mal menor. Y he aquí que un presidente escogido con el 82% de los votos en la segunda vuelta – después de haber recogido menos del 20% en la primera – y su mayoría arrogante aceleran la contra-reforma liberal, derrochan lo que queda de los servicios públicos, desguazan el sistema de pensiones, encarecen el coste de la sanidad, arrasan la investigación y la educación, rehabilitan la colonización. La mano criminal invisible del mercado se mueve al mismo tiempo que su puño visible, y esta gente instaura progresivamente un estado de excepción y subordina la justicia a las decisiones del poder ejecutivo y de su policía.

¿Estado de urgencia? Sí, pero de urgencia social y democrática. La cuestión no es saber si el polvorín de miserias y de humillaciones explotará, sino cuándo y cómo lo hará. La campaña unitaria por el “No” de izquierdas suscitó la esperanza de una respuesta y un contrataque. Esta esperanza nos obliga. Catorce años de Mitterrand y cinco de Jospin han desmoralizado a la izquierda. Si el 2002 representó un aviso, de una nueva decepción podría surgir la catástrofe.

En las luchas cotidianas, por los salarios, por los servicios públicos, en defensa de la protección social y de los puestos de trabajo, contra las lógicas de excepción, contra las leyes que discriminan los inmigrantes o frente a la criminalización de las resistencias, hace falta hacer un frente común, sin exclusiones, entre socialistas, comunistas, verdes, izquierda revolucionaria. Hace falta enfrentarse juntos a la directiva Bolkenstein, a los contratos de primer o nuevo trabajo que pretenden generalizar la precariedad. Esta unidad de acción no es suficiente, sin embargo, para concurrir juntos a unas elecciones que decidirán sobre una mayoría parlamentaria, un gobierno o un presidente de la República. Es necesaria una voz capaz de encarnar un proyecto claramente alternativo y una política de esperanza.

Muchos y muchas reconocen a Olivier Besancenot como un excelente portavoz, 100% fiel a los compromisos del “No” de izquierdas. Pero, tanto antes como después del Congreso de la LCR, la cuestión de los contenidos sigue siendo más importante que la problemática alrededor de los nombres y las personas.

Para sacar adelante un proyecto de sociedad dónde las solidaridades y el bien común se impongan sobre la lógica del provecho y del interés egoísta, es necesario un acuerdo sobre las reivindicaciones más urgentes, pero no es suficiente. Hace falta también ponerse de acuerdo sobre los medios de emprender un cambio radical y sobre las alianzas que deberemos de tejer para conseguirlo. Una ambición limitada a crear una fuerza de presión para tratar de influir hacia la izquierda las políticas social-liberales, nos abocaría a nuevas desilusiones, más amargas aún que las anteriores.

El “No” de izquierdas a disparo su fuerza del compromiso unitario en la base. Todos aquellos y aquellas, socialistas, comunistas, verdes, sindicalistas, que rechazaron constitucionalizar las orientaciones de una Europa antisocial y antidemocrática, deberán mantener el rumbo y reunirse alrededor de un programa anticapitalista por una verdadera alternativa. No lo haremos paso, como querría la dirección del Partido Socialista, exigiendo un contrato de gobierno con vistas a constituir una “izquierda plural”-bis, negociando ventajas electorales, estableciendo compromisos engañosos en base a formulaciones que no comprometen a nada en concreto. Efectivamente, hay dos izquierdas: una izquierda del centro, de gestión y de acompañamiento de la contra-reforma liberal; una izquierda radical, de resistencia y de respuesta. Estas dos izquierdas no pueden gobernar juntas. Dar una proyección al “No” de izquierdas del 29 de mayo significa permanecer fieles a las exigencias de ese voto.

El Partido Socialista utilizará a partir de ahora el miedo que inspiran Sarkozy y la extrema derecha para hacer presión sobre sus aliados y exigirles la adhesión inmediata a un compromiso de mal menor, es decir a una candidatura única de la “izquierda sintetizada” desde la primera vuelta. Esta lógica implacable refuerza la necesidad de una candidatura unitaria surgida del “No” de izquierdas y fiel a su mandato anticapitalista. Pese a los obstáculos que se acumulan, hace falta continuar esta batalla mientras subsista una posibilidad de tener éxito. A partir de ahora, la decisión está en las manos de los dirigentes comunistas y del ala izquierda de los Verdes: o bien una adhesión, saltando por encima de la línea divisoria del 29 de mayo, al malogrado estandarte rosa de François Hollande; o bien una alternativa de combate, social y democrática, a escala nacional y europea. Todavía estamos a tiempo. Pero este tiempo se nos acaba. Es la hora de las decisiones.

Articulo publicado en el periódico francés Liberation 31 janvier 2006.
Traducido al catalán por Revolta Global, y al castellano por corriente[a]lterna
www.danielbensaid.org

Documents joints

  1. Samuel Joshua es Profesor de Ciencias de la Educación en la Universidad de Aix-Marsella.

Partager cet article