Daniel Salvatore Schiffer: Su última obra, titulada Prenons parti [Tomemos partido] y coescrita con Olivier Besancenot, se revela, más que como un simple manifiesto, como un auténtico programa político para el Nuevo Partido Anticapitalista (NPA), nacido, hace apenas unos meses, de las cenizas de la Liga Comunista Revolucionaria (LCR), uno de cuyos padres fundadores fue Alain Krivine.
Daniel Bensaïd: En efecto. Este libro, contra lo que su título – Tomemos partido – podría hacer pensar, no quiere ser el manifiesto del Nuevo Partido Anticapitalista, sino una reflexión sobre lo que podría ser, a la luz de la situación actual, el socialismo del siglo XXI. Dicho análisis es el de dos miembros de la LCR, Olivier Besancenot y yo mismo, en vísperas de su disolución.
D.S.S.: ¿Cuál es la tesis de partida?
D.B.: En el diagnóstico, sombrío, no hay lugar para equívocos: el capitalismo está, tal como lo prueba de forma dramática la crisis actual, gravemente enfermo. Los anticapitalistas no son los únicos, ni mucho menos, que lo constatan. Los defensores del nuevo orden mundial – políticos, tecnócratas, burócratas, banqueros, patrones, brokers y otros especuladores –, que hasta hace poco se deslomaban por mostrarnos las virtudes de la economía de mercado, lo reconocen también. Porque el mundo en su globalidad ha entrado en recesión – es un hecho objetivo, que ya nadie niega, ni siquiera los partidos de derechas – desde el último otoño. Pero esta crisis, por muy planetaria que sea, se revela trágica, sobre todo, para las clases sociales más desfavorecidas: los trabajadores, los obreros, los jubilados, los parados, los estudiantes… para familias enteras que no saben, hasta tal punto están sobre-endeudadas en ocasiones, cómo llegar a fin de mes. Son ellas las que pagan el precio más alto, mientras los grandes patrones y otros financieros continúan llenándose los bolsillos gracias a sus “paracaídas dorados”, por esta debacle del capitalismo, cuyas crisis son endémicas: un sistema, en esencia, tan desigual como injusto puesto que está fundado sobre el máximo beneficio, aun a costa de los económicamente más débiles. ¡Es algo que resulta escandaloso, chocante para el ciudadano medio!
D.S.S.: ¿Teme una explosión social? ¿Una sublevación popular? Algunos, también desde la derecha, hablan incluso de clima “insurreccional”, y hasta “revolucionario”.
D.B.: Está claro que el descontento se extiende cada día que pasa, que crece la exasperación. Y que puede rugir, con más fuerza aún, en la base de la sociedad. El paro aumenta. La incertidumbre por el mañana, la angustia por perder el empleo, incluso la desesperación, son cada vez más profundas. Estamos al borde de la catástrofe. Los sindicatos cada vez tienen más dificultades para contener a sus tropas durante las manifestaciones, para frenar una posible explosión de violencia. Los conflictos sociales cada vez son más numerosos y tensos. Y no resulta raro ver, hoy en día, a patrones secuestrados por sus empleados cuando las fábricas amenazan cierre. Pero lo peor es que, en la cumbre de las jerarquías capitalistas, en las altas esferas económicas y políticas, los estrategas del capital no se ponen de acuerdo para encontrar una solución a esta crisis, un remedio al malestar creciente, al empobrecimiento de las masas populares. Al contrario. En Francia, por ejemplo, el presidente Nicolas Sarkozy y el Medef, organización que agrupa a las grandes empresas y que está presidida por Laurence Parisot, continúan, gracias al blindaje financiero del que disfruta una pequeña cantidad de privilegiados, alimentando la miseria social. De ahí, cada vez más numerosas, las reivindicaciones salariales y, sobre todo, las convocatorias de huelga… hasta la huelga general, que podría paralizar todo el país.
D.S.S.: En su libro oponen, a estas convocatorias de huelga [préavis de grève], la convocatoria del sueño [préavis derêve]. Ciertamente, la expresión es bonita. Pero ¿qué se quiere decir concretamente con este simpático juego de palabras? Pues, por muy revolucionario que sea el actual clima social, hoy en día nos encontramos lejos, hasta tal punto el mundo contemporáneo se reconoce desencantado, de esa atmósfera de sueño – todo el mundo recuerda los eslóganes: “bajo los adoquines, la playa” o “prohibido prohibir”- que presidió la protesta de Mayo del 68, precisamente de la cual salió, con Alain Krivine a la cabeza por entonces, la LCR.
D.B.: Lo que Olivier Besancenot y yo hacemos en nuestro libro es tomar partido contra el capitalismo: ¡queremos derribarlo! Y esto con el fin de construir una nueva sociedad, solidaria y democrática. Estamos decididos a no sufrir más, a reagruparnos en torno a una fuerza social real, a inventar un proyecto de sociedad tan revolucionario como inédito, a construir un auténtico partido político. De ahí, precisamente, el título de nuestro libro, Tomemos partido: el partido de la lucha… de la lucha de clases. Pues es a todos aquellos que todavía quisieran creer en ello, a pesar de las enormes dificultades que hay que superar, a quienes dirigimos un mensaje de esperanza, realista y no utópico, en suma.
D.S.S.: ¿Es eso, en su opinión, el socialismo del siglo XXI?
D.B.: Sí. Lo que queremos es revolucionar la sociedad en su conjunto… romper el círculo vicioso de la dominación… hacer que eclosione una sociedad sin violencias… acabar con las discriminaciones, la injusticia y la desigualdad… que uno no pierda su vida para ganársela… revolucionar el trabajo… construir una sociedad solidaria, basada en la solidaridad y no en la caridad… instaurar una democracia realmente participativa… radicalizar, en cierto modo, la democracia.
D.S.S.: ¿Cómo? ¿Sobre qué bases socio-económicas? ¿Y a partir de qué programa político? Pues el comunismo, ya sea trotskista (posición que usted reivindica) o marxista-leninista, también mostró sus límites en el pasado, por no hablar de sus atrocidades (véase el Gulag, tal como lo mostró Solyenitzin.
D.B.: Justamente, lo que nosotros queremos es militar de otra manera, sin los abusos de poder de antaño. Pues, conscientes de nuestros errores del pasado, hemos hecho nuestra autocrítica, si bien el trotskismo no tiene nada que ver con el marxismo-leninismo. Lo que, por otro lado, también preconizamos es una izquierda que, al contrario que el actual Partido Socialista Francés, no se disculpe, víctima de no se sabe que absurdo complejo ideológico, por ser anticapitalista. Lo que deseamos, concretamente, es una democracia autogestionaria: reapropiarnos de las riquezas, retomar el control. A esto añadimos una alternativa económica: ni dictadura del mercado, ni despotismo burocrático. Estamos a favor de una lógica del bien común, que abarque los servicios públicos, empleo incluido. También queremos prohibir los despidos, aumentar los salarios y los mínimos sociales. También la industria automovilística debería estar bajo control público, así como las telecomunicaciones, los transportes colectivos (que quisiéramos gratuitos, dado el coste del petróleo) y, sobre todo, la vivienda… ¡un tejado para todo el mundo!
D.S.S.: La ecología parece ocupar igualmente un lugar preponderante en el seno de su programa político…
D.B.: ¡Exacto! En el plano ecológico, el estado de nuestro planeta nos preocupa en sumo grado. De ahí una alternativa “ecosocialista”. La salud del planeta Tierra es, para nosotros, una prerrogativa que ha de someterse a una vigilancia estricta. Así, el agua, de la que los países del hemisferio sur tienen tanta necesidad, es, para nosotros, un bien común: un bien no privatizable, ¡un bien de la humanidad!
D.S.S.: Para “cambiar el mundo”, tal como escriben ustedes, preconizan igualmente lo que llaman un “nuevo internacionalismo”. ¿Qué tiene este internacionalismo de radicalmente diferente del mundialismo, ese otro término propio del capitalismo, de la globalización?
D.B.: Lo que hay de aberrante, e incluso de contradictorio, en este sistema es que los responsables de los dos principales organismos financieros mundiales, símbolos del capitalismo multinacional, son, paradójicamente, socialistas… y, por añadidura, franceses: Dominique Strauss-Kahn, del FMI (Fondo Monetario Internacional) y Pascal Lamy, de la OMC (Organización Mundial de Comercio). La primera de las prioridades de este nuevo internacionalismo que reclamamos desde el NPA es la anulación de la deuda de los países del Tercer Mundo, que sirve de medio de chantaje para perpetuar el círculo vicioso de la dependencia energética, tecnológica, alimentaria y cultural. La condonación de la deuda no sería, por otra parte, más que la abolición de una forma contemporánea, completamente capitalista e inherente al liberalismo económico, de esclavitud. La segunda prioridad es una revolución agraria. La tercera está relacionada con la política de migración solidaria. Esto es, precisamente, el movimiento altermundialista: un momento de la removilización social contra la globalización mercantil. A lo que aspiramos, pues, es a la fundación de un nuevo partido de la izquierda anticapitalista europea: una nueva izquierda, radical, en algún lugar del mundo. ¡Ésta es nuestra “convocatoria del sueño”!
Traducción: Diego L. Sanromán
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