“Los irreductibles”, ocho años después

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Prefacio del autor a la edición brasileña (Editorial Bomtempo, 2008) de la obra de Daniel Bensaïd: Los Irreductibles. Teoremas de la resistencia al aire de los tiempos, Paris, Textuel, “La Discorde”, 2001

Este pequeño libro apareció por primera vez en francés en enero de 2001, antes de los ataques del 9 de septiembre de 2001 y al comienzo de la segunda guerra del Golfo. Es, en cierta medida, el producto de un seminario realizado en el año 2000, en el que también nació el proyecto de la revista Contretemps.

Empezamos con una constatación: el agotamiento del debate estratégico en la izquierda en general y en la izquierda radical, en particular. Los social-demócratas de acuerdo a un liberalismo templado no han producido más que banalidades apologéticas. Los partidos comunistas formados (o distorsionada) en el crisol estalinista se redujeron a la infertilidad teórica y fueron condenados a una lenta muerte. El riesgo era contentarse con haber salvado el honor de la izquierda por fidelidad a los valores abandonados por las grandes corrientes históricas, de erigirse en guardianes conservadores de un templo desierto, y de someterse a la agenda ideológica dictada por la dominante. Convencidos de que la herencia no es una cosa inerte o un capital que se mete en un banco, sino algo vivo y no es sino lo que hacen o hagan sus herederos, se hizo entonces un inventario de las grandes cuestiones que se nos imponían para someterlas críticamente a la prueba del presente:

• ¿Qué pasa con las políticas de emancipación y su futuro en la época de la mercantilización del mundo, del despotismo del mercado y de la sociedad del espectáculo como el nivel más alto del fetichismo del dinero?

• ¿Qué pasa con la lucha de clases, en la época del avance de un individualismo sin individualidad, de la desafiliación social y nacional, de seres sociales cuyas identidades plurales están amenazadas de fragmentación?

• ¿Qué pasa con las formas de dominación y de dependencia, de los Estados-nación y de la hegemonía imperialista que algunos pretenden en vías de extinción en el “espacio liso” de un cosmopolitismo mercantil?

• ¿La idea de un porvenir comunista de la humanidad ha muerto con el hundimiento de sus caricaturas burocráticas y con el cierre de eso que ciertos historiadores definen como “el corto siglo veinte”?

• ¿El desarreglo ecológico del mundo se puede dominar por las dulces terapias de una ecología ambientalista o no se impone, al contrario, ir a su raíz: a la desmesura y las malas medidas imputables a la creciente irracionalidad de la lógica capitalista ?

• ¿Qué pensar, en fin, de los anti-iluministas post-modernos, cuyo juicio legitima a la razón instrumental y las ilusiones de un progreso histórico en un solo sentido que va a la vez hacia un nuevo oscurantismo y a una caída de los horizontes de esperanza?

Los Irreductibles (o Teoremas de la resistencia al aire de los tiempos) son la exposición sintética de ese programa de investigaciones. Ocho años después, algunas están inacabadas (y son inacabables, porque la crítica de un mundo en movimiento acelerado no podría concederse el menor descanso), pero el compromiso inicial ha sido cumplido. Están como testimonio los temas de los 22 números de la revista Contretemps: sobre las sociologías críticas, las clases sociales y sus metamorfosis, las relaciones de género, los estudios postcoloniales, a crítica de la propiedad, las nuevas guerras santas y la mundialización armadas, el imperialismo y las naciones, el iluminismo y los anti-ilumiistas, la situación de la izquierda y de los estudios marxistas, la ecología social y la cuestión del decrecimiento, etc.

Muchas cosas pasaron durante los ocho años transcurridos desde la publicación de Los Irreductibles. Algunas interrogaciones recibieron un principio de respuestas. Se aclararon algunas dudas. Los términos de algunos debates evolucionaron1. Habíamos partido de una constatación. La derrota histórica de las grandes esperanzas del siglo XX se traducía, al límite máximo del nuevo milenio, en un estrechamiento de los horizontes de espera y una retractación de la temporalidad histórica en torno a un presente empobrecido. La falta de proyectos estratégicos alternativos estaba en relación evidente con este contexto. Ya que, como muy lo había comprendido Guy Debord, la visión histórica y razón estratégica están asociadas estrechamente. Hasta el punto que un movimiento que sufre de un grave déficit de conocimientos históricos “no pueda ya conducirse estratégicamente”.

Desde 2001, con la invasión de Irak, la dinámica bolivariana en América Latina, la aparición del movimiento alter-mundialista, algo se volvió a poner en marcha. Con dificultad, ciertamente con lentitud, pero las puertas del futuro de nuevo se entreabrieron. Las profecías de Fukuyama sobre el final de la historia hicieron un largo fuego. Y la euforia triunfalista liberal no habría tenido diez años. Significativo a este respecto es el consentimiento de fracaso de Jurgen Habermas: “desde el 11 de septiembre, no dejo de preguntarme si, a la vista de acontecimientos de tal violencia, el conjunto de mi concepción de la actividad orientada hacia el acuerdo, la que desarrollo desde la ‘La Teoría de la acción comunicativa’ no está hundiéndose en el ridículo.”

En efecto. Lejos haber salido aliviado del hundimiento del totalitarismo burocrático, el mundo se vuelve más desigual y más violento. La excepción y la norma se mezclan inextricablemente. Y Georges Bush junior declaró un estado de guerra al terrorismo ilimitado en el tiempo y en el espacio. Algunas cosas están bien acabadas con la caída del muro de Berlín, la desintegración de la Unión Soviética, los atentados del 11 de septiembre y la nueva guerra de Irak. ¿Pero qué? El “corto siglo veinte” inaugurado por la Primera Guerra Mundial y la revolución rusa, sin duda. Pero se agota también, probablemente, el paradigma de la modernidad política inaugurada en el siglo XVII por las revoluciones ingleses y holandeses. Bajo el choque de la mudialización capitalista, se sacuden los conceptos de nación, territorio, pueblo, soberanía, ciudadanía, así como los parámetros del derecho internacional interestatal. Sacudidas, pero no pasadas. Vivimos esta gran transición, este gran entre-dos, entre el “ya-nomás” y el “aún-no”, dónde lo antiguo no termina de morir mientras que lo nuevo apenas nace y corre el riesgo de fallecer antes mismo de haber vivido.

Esta situación de transición, “un momento utópico”, como sucedió bajo otra forma, en el período de Restauración de los años 1820-1840 que hace fermentar tanto los sueños de futuro y las fantasmagorías sociales, de Fourier a San Simon, pasando por Cabet y Owen. El filósofo Henri Lefebvre definía a la utopía como “el sentido no práctico de lo posible”, es decir como una posibilidad entrevista, cuyo contenido sigue siendo indeterminado y sobre todo se ignoran los medios para hacerla llegar. Puede ser percibido esto en el retrovisor de esos años-bisagras como un momento tal en que, en los encuentros apasionados de los foros sociales, donde brotan las ideas de otro mundo es posible pero las relaciones de fuerzas políticas deterioradas por las derrotas acumuladas de las luchas de emancipación lo vuelven inaccesible momentáneamente.

Se comienza con todo a sentir que este momento de ilusión, según el cual los movimientos sociales son una respuesta suficiente a la crisis de la política y las lógicas de hegemonía son solubles en la experimentación local y los contrapoderes miniatura, según el cual se tratarían en delante de “cambiar el mundo sin tomar el poder”, se agota. ¿Cambiar el mundo sin tomar el poder? Este título-programa del libro de John Holloway, aspirando a teorizar en 2002 la experiencia zapatista de México, tuvo una repercusión incuestionable en las nuevas izquierdas, en América Latina en particular.

Pero, ante las cuestiones concretas planteadas por las dificultades del proceso de transformación social en Venezuela, Bolivia, Ecuador, ayuda apenas a buscar y a encontrar respuestas. En México mismo, después de las luchas de 2006 contra el fraude electoral y la represión, después de la Comuna de Oaxaca, los términos del debate evolucionaron y la revista zapatista Rebeldía abrió en su número del verano 2007 una polémica violenta contra las tesis de Holloway.

La idea de que el viejo movimiento obrero ha muerto de su isomorfismo hacia el aparato de Estado burgués (de haber reproducido las mismas formas de concentración y de mando) conduce hoy al acta de que “el nuevo movimiento social” rizomático y sin cabeza, es igualmente “isomorfo” al capitalismo liberal, a la “sociedad líquida”, a la fluidez de la circulación comercial y monetaria. Prueba que no escapa por simple decreto de la voluntad a los efectos concretos de la subalternidad, y que no puede escaparse por un cambio de vocabulario al léxico de los dominantes, si no se cambia la propia realidad de las relaciones de fuerzas.

En ocho años, algunas controversias de finales del siglo pasado se clarificaron o desplazaron. Algunos autores, como Mary Kaldor, pretendían que el final de la guerra fría señalaba la llegada de un “imperialismo ético o benévolo”. Otros afirmaban que el concepto mismo de imperialismo y las jerarquías de la soberanía se disolverían en el cosmopolitismo comercial de un espacio mundial liso y homogéneo. La campaña en favor del derecho de injerencia humanitario contra las soberanías nacionales y contra el derecho internacional en vigor no era más que la prolongación de esta nueva visión de “nomos de la tierra”. Los bombardeos sin declaración de guerra sobre Serbia, luego la invasión unilateral de Irak sin algún mandato internacional, fueron los trabajos prácticos. Con motivo de la intervención de la OTAN en los Balcanes, Tony Blair y sus similares rodaron la nueva retórica de la “guerra ética” o de la “guerra humanitaria”, cuyo Gantanamo y Abou Ghraïb debían revelar su verdadera cara.

Al contrario, autores con determinación comprometida con la izquierda sostenían una tesis similar, viendo en la globalización un paso hacia un mundo sin fronteras2. Pero es sobre todo Michael Hardt y Toni Negri quienes debía sistematizar, un año antes de los atentados del 11 de septiembre, la tesis según la cual la organización jerarquizada de un mundo de Estados-nación bajo la hegemonía de un (o varios) imperialismo dominante estaba en curso de disolución en un nuevo Imperio desterritorializado y sin centro, que no sería otro que el mando directo del Capital transnacional sobre las nuevas plebes o multitudes nómadas. La controversia no era puramente teórica. Tuvo sus pruebas prácticas. Así pues, los autores apoyaron en 2005 la aprobación por referéndum del Tratado constitucional europeo, sin embargo claramente liberal e imperial, porque un espacio continental, cualquiera que fuera, constituiría necesariamente un progreso con relación a la defensa de los derechos sociales inscritos en las relaciones de fuerzas nacionales. El mismo argumento habría debido lógicamente conducirles también a considerar que la pretensión de soberanía energética y alimentaria por los gobiernos de Hugo Chávez o Evo Moral era reaccionaria. Afortunadamente, no fue nada. En su libro sobre América Latina en colaboración con Giuseppe Cocco, Global, Toni Negri más bien ha pasado del otro lado del caballo, poniendo en el mismo bolso las políticas de Chávez, Morales (quizá hoy Correa) y las de Lula y Kirchner3.

La invasión unida de Irak en 2003 habría debido causar una reflexión crítica sobre la dinámica real de la mundialización comercial y la potenciación de un liberalismo autoritario en el cual el Estado territorial, lejos desaparecer, ve sus funciones militares y penales crecer a medida que decae su función social. David Cooper, consejero “de la guerra ética” ante Tony Blair, luego de Javier Solana a la cabeza de la OTAN se avocaron a descomplejizar un “nuevo imperialismo liberal” adosado a un “Estado postmoderno”, o también de un “imperialismo de proximidad” velando por los suburbios del mundo (Balcanes, Chechenia), imponiendo sus protectorados, instalando sus procónsules y a otras sátrapas locales sobre todos los continentes.

La nueva fase de acumulación del capital globalizado implica en efecto una reorganización de los espacios y los territorios, un desplazamiento de las fronteras y la construcción de nuevas murallas de seguridad (contra los palestinos o sobre la frontera mexicana), más que su abolición en favor de un mercado único “sin fronteras”.

La tragedia de los emigrantes es la prueba. Eso de acuerdo con la ley, siempre en vigor, del “desarrollo desigual” cada vez más mal combinado de la acumulación capitalista. Como el escrito muy bien David Harvey, “es imposible entender la coherencia de los conceptos de globalización, neoliberalismo e imperialismo, sin tener en cuenta los cambios producidos estos treinta últimos años en los dinámicos espacio-temporales determinados por la dinámica de acumulación del capital. El doble imperativo de reducir su tiempo de rotación y eliminar sus barreras espaciales implica innovaciones tecnológicas e institucionales que tienen como efecto modificar el contexto espacial en el cuál se ejercen los poderes territoriales4.”

Esta dinámica es profundamente desigual, como dan prueba, año con de años, los informes del PNUD. Los Estados Unidos, la Unión Europea y Japón acaparan un 90% de las patentes. Los Estados Unidos realizan por sí solos un 60% de los gastos de armamento en el mundo, pero Inglaterra, Francia, Israel tienen un buen lugar en este curso de la industria de la masacre. El mecanismo de la deuda sigue transfiriendo de las riquezas del Sur hacia el Norte y sirviendo de correa de transmisión para disciplinar a las clases dominantes locales a los intereses imperialistas supremos. La nueva división internacional del trabajo reproduce nuevas formas de dependencia económica, tecnológica y cultural hacia los centros de la acumulación. Los ocho años transcurridos en cambio han confirmado lo que se denominó torpemente la “vuelta de lo religioso”, como si se tratara de una salida a la superficie de arcaísmos rechazados. Se afirmó que los monoteísmos habían nacido del desierto.

Las nuevas místicas responden a las formas modernas de desolación social y moral del mundo, y a las incertidumbres sobre la manera de vivir políticamente un mundo en convulsión. No son, como se entiende demasiado a menudo, “viejos demonios” que vuelven de nuevo, sino los demonios perfectamente contemporáneos, nuestros demonios inéditos nacidos de las bodas crueles del mercado y la técnica. Cuando la política está a la baja, los dioses están a la alza. Cuando lo profano retrocede, lo sagrado toma su venganza. Cuando la historia se atasca, la Eternidad se vuela. Cuando no se quiere más pueblo y clases, sigue estando las tribus, las etnias, las masas y las jaurías anómicas. Sería sin embargo falso creer que esta vuelta de la flama religiosa sería lo propio de los bárbaros que acampan bajo las paredes del Imperio. El discurso dominante no es menos teológico, como da prueba el revival de sectas de todas las clases en los Estados Unidos mismos.

Cuando Georges Bush, inmediatamente después del 11 de septiembre, ha hablado de una “cruzada” contra el terrorismo, no se trataba de un infeliz lapsus. Cuando se pretende llevar no una guerra de intereses contra un enemigo con quien será necesario al final con tratar, sino una guerra del Bien absoluto contra el Mal absoluto (con el cual se dice no poder negociar), se trata efectivamente de una guerra santa, de religión o de “civilización”. Y cuando presenta al adversario como una encarnación de Satanás, no es necesario asombrarse de que esté deshumanizado y bestializado, como Guantánamo o Abou Ghraïb. No es asombroso tampoco que la excepción y la norma estén mezcladas entonces inextricablemente. Que se proponga reivindicar abiertamente la “tortura preventiva” (corolario lógico de la “guerra preventiva”), que se vio trivializar las extraordinarias rendiciones (“restituciones extraordinarias”) y los lugares de detención desterritorializados, que se puedan reivindicar las “ejecuciones extrajudiciales”, como ya lo hacen desde hace tiempo algunos dirigentes israelíes con respecto al asesinato de los palestinos. La retórica religiosa penetra también en un discurso judicial en el cual las disposiciones antiterroristas recurren cada vez más a los conceptos de arrepentimiento, de penitencia, de abjuración, antes en vigor en los procesos de brujería o en los procesos de la Inquisición.

Esos son los índices de una crisis de hegemonía de alcance histórico

La privatización generalizada del mundo (no sólo de la producción y los servicios, sino también del espacio, la información, el derecho, la moneda, la violencia, de los conocimientos y de lo viviente) genera cada día aún más miserias, desigualdades, brutalidades. La alternativa “socialismo o barbarie” es aún más urgente que cuando lo estaba en el límite máximo de un siglo veinte destinado a convertirse en el de los “extremos”. A la lógica de la competencia de todos (y todas) contra todos (y todas), de la cual la guerra global es su forma última, debe oponerse una lógica de la solidaridad, el servicio público, el bien común de la humanidad. Es decir, la cuestión de la propiedad, como lo habían comprendido a partir de la mitad del siglo XIX los pioneros del socialismo y el comunismo, está más que nunca en el corazón de la cuestión social. En los años 1830 y 1840, el desenlace de las formas “híbridas y dudosas” de propiedad, la expropiación de los pobres de sus derechos consuetudinarios, fue la condición de su proyección sin defensa en un despiadado mercado laboral urbano en formación5.

En la actualidad, la nueva ola “de privatizaciones” referente a los servicios, el conocimiento o a lo vivo, tiene por corolario una ofensiva planetaria del Capital contra todas las formas de garantías y de protección social, en cuanto a salario, empleo, vivienda, de jubilaciones, educación o Salud Pública. Es en torno a estas cuestiones que aparece una nueva línea de división de las aguas, entre una izquierda asimilada o resignada al acompañamiento del liberalismo, y una nueva izquierda resuelta que debe enfrentar los retos de un nuevo siglo, en el que lo que está en juego es ni más ni menos saber en qué planeta queremos vivir y qué humanidad queremos llegar a ser.

24 de diciembre 2007
Traducción: Andrés Lund Medina
http://www.vientosur.info/documentos/Irreductibles.pdf
www.danielbensaid.org

Documents joints

  1. Yo mismo intenté una síntesis en Elogio de la política profana, París, Blanca-Miguel, 2008).
  2. Ver Peter Gowan, “The New liberal Cosmopolitanism”, en <em>Contratemps</em> n° 2, París, Textual 2001.
  3. Global, París, ediciones Amsterdam 2007. Varios autores, como Joaquim Hirsch, Atilio Boron, Michaël Löwy, Caludio Katz, Alex Callinicos, han pasado las tesis de Imperio a la criba de la crítica marxista. Por mi parte tengo consagrada una serie de artículos en la revista Contratemps, algunos de los cuales se ha reunido en una edición en español (Clases, Plebes Multitudes, Santiago de Chile, Palinodia, y El Perro y la Rana, Caracas, 2006). Ellos son los mismos autores a menudo que combatieron las tesis de Holloway. Si existe entre ellos diferencias notorias, Negri y Holloway se inspiran en efecto de un aparato conceptual deleuziano y foucaltiano popularizado y empobrecido. Ver John Holloway y otros, Contra y más allá de El Capital, Buenos Aires, ediciones Herramientas, 2006, que presenta un expediente de las principales críticas dirigidas al libro de Holloway y la respuesta de este último.
  4. Ver, en particular, los dos libros aparecidos el mismo año 2003 de David Harvey, New Imperialism (Oxford University Press) y de Ellen Wood, Imperio of Capital (Reverso).
  5. Ver a Daniel Bensaïd, Los Desposeídos, París, La Fábrica, 2007.

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