“Nos encontramos ante el desafío de una reconstrucción social y política”

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Entrevista con Daniel Bensaïd a pocos días de las elecciones presidenciales francesas. Franck Gaudichaud es Doctor en Ciencias Políticas, miembro del colectivo de información alternativa Rebelión (www.rebelion.org) y del comité de redacción de la revista Dissidences.

Franck Gaudichaud: Hace poco en una entrevista publicada en el periódico italiano Il Manifesto, el filósofo Alain Badiou1 reivindicaba todavía la idea del comunismo como un “sentido común” que hay que defender. Si embargo, hoy en día, tras la caída del muro de Berlín, frente a la mercantilización del mundo y a la expansión del neoliberalismo algunos han creído ver en la democracia liberal un horizonte insuperable. En estas condiciones, ¿cómo seguir reindicando la idea del comunismo y también la de la “revolución”?

Daniel Bensaïd: Finalmente no es muy difícil de defender hoy la idea de la revolución, con o sin la palabra. Lo que da miedo en general es la asociación de la idea de Revolución con la de violencia. En cambio, si por “Revolución” se entiende la necesidad de cambiar el mundo y, más precisamente, de cambiar las relaciones sociales, la lógica de producción y de distribución, esta noción sigue siendo plenamente actual. En todo el ascenso del movimiento crítico del liberalismo, de las privatizaciones, de la desmesura del mundo desde mediados de los años noventa, en líneas generales, desde la insurrección zapatista y las manifestaciones de Seattle en 1999, esta idea ha reconquistado una legitimidad. La duda se refiere mucho más a las vías y a los medios.

En otras palabras: ¿existen estrategias para lograr este objetivo que sean válidas en el marco de la globalización? Así pues, una pregunta es la de los efectos de la globalización en la reorganización de los espacios políticos. Porque cambiar el mundo no es una idea que esté flotando en el aire, se inscribe en unos territorios y unas relaciones de fuerza. El campo estratégico dominante en el siglo XX fue el del Estado nación y no está obsoleto. La prueba de ello está en las relaciones de fuerzas que se constituyen a este nivel en Venezuela o Bolivia. Pero también es válido en Europa, con los “No” francés y holandés al tratado constitucional europeo. Sin embargo, al mismo tiempo, estos espacios nacionales que conservaron una pertinencia estratégica ahora están estrechamente imbricados en lo que llamo “una escala móvil de los espacios”: regional, nacional, continental, incuso mundial, según los temas y las cuestiones abordadas. El Estado sigue siendo uno de los nudos de las relaciones de fuerza, pero las relaciones de poder económico y político se han reorganizado en el plano espacial. Por consiguiente, la dificultad está más bien en una redefinición de los actores y de los espacios, es decir, más en el plano estratégico que en la actualidad de una revolución.

Respecto a la idea del comunismo, Badiou tiene, desde luego, una interpretación particular, como todo su análisis político, por otro parte… Simpatizo con este pensamiento a contracorriente del orden liberal, pero su interpretación está cercana de una especie de “metafísica del comunismo”. Una metafísica que evita ampliamente el problema histórico y el examen crítico de la historia (por ejemplo, el examen crítico del maoísmo, de China o incluso de la burocracia). En Badiou se trata más de una sucesión de secuencias, cortadas por unos acontecimientos “surgidos del vacío”, como diría Slavoj Zizek2, y, por tanto, más cerca de una concepción milagrosa del acontecimiento. Este credo filosófico es lo que Badiou llama “comunismo”.

Después de todo, aún así considerada la palabra tiene todavía una historia y un sentido. En todo caso, mucho más que muchas actitudes actuales. Pero esta matriz teórica hace difícil lo que, por mi parte, considero un proceder político, de acumulación de fuerzas y de inscripción en la duración. A modo de ejemplo, la corriente de Alain Badiou llega a erigir en principio la no participación electoral, en un estilo que frisa la coquetería intelectual…

Franck Gaudichaud: Y sobre esta base, ¿cómo definirías tu comunismo, suponiendo que sea posible resumirlo en unas frases?

Daniel Bensaïd: Se podría buscar en el repertorio de las definiciones para responder. En primer lugar, una concepción dinámica: el comunismo no es precisamente una utopía y un estado de una situación de los que se podría hacer un inventario. Es más bien “el movimiento real que deroga el orden existente”, como decía Marx. Seguramente esta definición es insuficiente por ser demasiado “elástica”, pero tiene el mérito de ser coherente y respondía a la polémica con las teorías utopistas de los años 1830-1840. Como trato de demostrar en un libro que estoy preparando, a éste respecto nuestra época posee ciertas similitudes con este contexto de reacción de principios del siglo XIX. Una época bien descrita en de Musset. Y en este sentido la crítica de los socialismos utópicos de la última parte del Manifiesto comunista es de cierta actualidad. El “socialismo feudal” descrito por Marx, corriente que busca volver al tiempo bucólico imaginario de la sociedad medieval, se encuentra en ciertas corrientes contemporáneas de la ecología, especialmente de la “ecología profunda”. Igualmente en el siglo XXI se vuelve a encontrar el “socialismo verdadero” o “filantrópico”, acompañado de un sentimiento de impotencia política, por ejemplo a través de la moda de los micro-créditos. No es que haya que demonizar el micro-crédito, pero de ahí a presentarlo como la respuesta al fin hallada para el desarrollo del tercer mundo o hacer apología de ello como hace Paul Wolfowitz3

Los ejemplos se podrían multiplicar. Y hay también las utopías libertarias contemporáneas, como en la época había las utopías proudhonianas. A pesar de su innegable interés, estas ideologías tienen la característica común de no tener en consideración la cuestión política y la del poder. Se trata únicamente de acondicionar unos espacios de una contra-sociedad afinitaria y de eliminar el problema del poder. Y en el otro extremo se podría hablar de una utopía neo-keynesiana que trata – y también ahí se puede encontrar un interés real – de desarrollar unas propuestas sobre el sector público y el papel del Estado. Pero también ahí están ausentes el eslabón político y la cuestión esencial de las palancas para llegar a ello. En Francia pienso en los trabajos de autores como Thomas Coutrot o Yves Sallesse que se inscriben en este registro.

En relación a ofrecer un esbozo del comunismo y sin tratar de “calentar los pucheros del futuro”, se puede mirar la Comuna de París. Engels dijo: si quieren saber qué es la Dictadura del proletariado, miren la Comuna de París. Y, ¿ qué es la Comuna? El sufragio universal, el pluralismo, la revocabilidad de los electos, la apropiación social, la supresión del ejército profesional…¡ y la ausencia de presidente de la República!

Finalmente, y sea cual sea el problema principal que se quiera abordar (por ejemplo, la ecología), inevitablemente se cae en cuestiones de propiedad.

Franck Gaudichaud: En tus obras, especialmente en Marx intempestivo o La discordancia de los tiempos, reivindicas una corriente “cálida” del marxismo, un marxismo vivo y dialéctico. Sin embargo hay muchos intelectuales, incluidos los más críticos del capitalismo, que hablan a partir de ahora de una era “postmarxista” o que reducen la aportación de Marx a la de una “caja de herramientas” teórica, entre tantas otras. Se puede citar al sociólogo francés Philippe Corcuff que ha hecho un llamamiento a superar una lectura del “marxismo holista” o incluso insiste en la necesidad de desembarazarse de las lecturas “marxistas” de Marx.

Daniel Bensaïd: Creo que se trata de cuestiones serias y que a veces estos intelectuales las tratan con una cierta ligereza: Marx sigue siendo un “peso pesado”. Desde luego, se le puede superar, no es eterno… Pero, en mi opinión, el núcleo duro de su teoría es de una terrible actualidad, ya se tome desde el ángulo de la globalización, de la teoría del valor, de la crisis de la medida. Y ello por una razón de sentido común: lo que Marx analizó en estado naciente, a partir del capitalismo europeo del siglo XIX, se ha convertido en la ley del planeta. Y no veo ningún teórico que se haya enfrentado a esta teoría crítica para superarla efectivamente, ya sea Castoriadis, algunos liberales u otros.

Algunos han tratado de hacer “bricolaje” a partir de Marx, pero sigue siendo bricolaje… Detrás de estos intentos hay un debate epistemológico sobre el rechazo o el temor a unos sistemas y una teorías de la totalidad. Es cierto que hay totalidades abiertas o solamente parciales, pero esto no es razón para suprimir el pensamiento de los sistemas. El problema ecológico, por ejemplo, prueba la validez de la teoría de los sistemas (¡ de los ecosistemas!). Como dijo un día Régis Debray: “Rechace el todo, tendrá el montón”. Esto resume bien el pensamiento post-moderno que consagra una yuxtaposición hasta el infinito de particularidades y una incapacidad de pensar la universalidad. Es cierto que a lo largo de la historia las universalidades abstractas pudieron servir de coartada a la opresión colonial, nacional, de género, etc. Pero los oprimidos supieron dar un contenido concreto a los “universalizables” que son la libertad, la igualdad de derechos, la tolerancia. Y de Toussaint Louverture a Olympe de Gouge han sabido apropiarse de ellos para sus luchas emancipadoras.

Finalmente, la retórica posmoderna ha causado muchos estragos. Si se relee lo que escribía Deleuze a propósito de los “nuevos filósofos”, es formidable. Sin embargo, lo que se hace hoy de su pensamiento – un “deleuzismo” ideológico – merece algo más que servir de máscara a retóricos post-modernos isomorfos al discurso liberal.

Franck Gaudichaud: En uno de tus textos confirmas la idea de Foucauld de que hemos pasado del intelectual total, comprometido, sartriano a la figura del intelectual especifico, incluso al tiempo de los intelectuales colectivos. Sin embargo, la aparición de algunos intelectuales mediáticos, dominantes y postmodernos o también el hecho de que los intelectuales “específicos” parezcan cada vez más cerrados en sí mismos y situados fuera de la esfera política tiende a hacer que se eche de menos la figura de los grandes intelectuales críticos.

Daniel Bensaïd: Esta cuestión forma parte de la controversia con Bourdieu. Bourdieu rechazaba, de manera explícita, la fórmula del intelectual orgánico, por el rechazo de hecho de la relación perversa entre intelectual y partido que se pudo conocer en la tradición staliniana (sobre todo en Francia), en la que el intelectual es un valedor peticionario del partido. Pero para Gramsci, el intelectual orgánico no es necesariamente un intelectual profesional. Es ante todo el intelectual que produce una clase social en su desarrollo, como pudo hacerlo el movimiento obrero en los siglos XIX y XX, con incontables intelectuales orgánicos obreros.

Hoy bajo el pretexto de que se borra la figura del intelectual total, pensador y consciente del mundo – y no hay que lamentarlo –, nos encontramos con una colección de especialistas, con frecuencia competentes, pero completamente desenganchados del proyecto político y militante: no hay coagulación en torno a una fuerza, en torno a un proyecto común. Nos encontramos, pues, frente al riesgo de una tecnocracia intelectual, de un peritaje, incluso de un contra-peritaje que acaba por tener los mismo defectos que la oligarquía que cuestiona. En relación a este riesgo, mi opción personal a estado relacionada con la figura del “Príncipe”, en el sentido de Gramsci, es decir, al Partido político como intelectual colectivo, que comparte y socializa diferentes fuentes y formas de saberes militantes. No es populista decir que una organización política puede permitir entretejer estos diferentes saberes.

Por mi parte, aprendo mucho del contacto con los militantes, porque tienen otros enfoques, proceden de otros horizontes, de otras generaciones, como es el caso de Olivier Besancenot4. Nos alimentamos los unos de los otros y, sobre todo, se piensa y se actúa colectivamente.

Sé que la idea de partido está muy desacreditada: el partido sería la burocracia, la jerarquía, la disciplina… Todos estos peligros son reales, pero la burocratización no se limita a la forma del partido, ¡al contrario! Desde Max Weber se sabe que ésta es una tendencia de peso de las sociedades contemporáneas, que se expresa también en los sindicatos, en las administraciones, en las ONGs y en diversos colectivos. En estas condiciones, y paradójicamente, la forma de partido más bien es una protección y una defensa democrática contra el peligro burocrático. Las burocracias informales, la cooptación de los portavoces, la ilusión de la libertad fuera del partido no son las menos peligrosas. Porque, si se permanece vigilante, una organización política permite crearse un espacio de debate democrático en el que los militantes se dotan de un medio de discusión que no depende – o que no debería depender – de las potencias del dinero o de la presión mediática. ¡ Es siempre una posición difícil porque históricamente la relación intelectual/partido ha esterilizado a más de uno!

Así, Henri Lefebvre5 pareció liberarse cuando abandonó el Partido Comunista, como demuestra su abundante obra tras esta partida. En su introducción a Para Marx Althusser6 escribe su sufrimiento por no haber sido reconocido por sus semejantes y haber sido descrito como un ideólogo al servicio de una línea (algo que, además, no era falso). Por mi parte no me parece que mi compromiso militante haya refrenado mi curiosidad, mi deseo de reflexión y la expresión de mis ideas, todo lo contrario.

Franck Gaudichaud: Hablando de tu compromiso militante, propongo que abordemos la situación política en Francia. Tras cinco años de una gobierno de derecha, de una ofensiva liberan brutal y, como reacción, varios movimientos sociales importantes, algunos analistas hablan – en el momento del final del lago reinado del presidente Chirac – de una crisis de la V República. A unas semanas de las elecciones presidenciales, ¿qué panorama haces sobre el contexto político del hexágono7?

Daniel Bensaïd: Indudablemente hay una crisis de régimen: la herencia ideológica y el sistema institucional surgido del gaullismo están en plena descomposición. Están en crisis los dos pilares de este sistema, es decir, el gaullismo como fuerza política dominante y el Partido Comunista (PC) en sus años de prosperidad. En el partido mayoritario de la derecha, dirigido por Sarkozy [UMP – liberal/neoconservador], no queda gran cosa del gaullismo. Y el PC podría obtener los resultados más bajos de su historia, incluso en relación a las presidenciales de 2002, cuando ya estaba en lo más bajo. Así pues, nos enfrentamos a un paisaje político transformado. Evidentemente las razones de esta transformación hay que buscarlas en primer lugar en las relaciones sociales.

Algunos sectores de la sociedad se ha reducido, incluso desmoronado, especialmente los que alimentaban la base social del PC. Hay que recordar que el electorado comunista representaba en Francia hasta un 25% de los votos emitidos (en 1969). Incluso en las capas medias, parece que el PS y la social-democracia pierde una parte de sus apoyos electorales, incluidos los docentes. A través de las privatizaciones y de la contra-reforma liberal se han cuestionado todos los valores del servicio público, de la función de Estado, que fueron una de las bases de sus apoyos.

Esta evolución también se puede observar en el seno de las elites socialistas, cuyas relaciones con el mundo de la empresa y los consejos de administración de los grandes grupos capitalistas son ahora mucho más estrechas. Este contexto regresivo crea un problema de desafiliación social, de atomización, alimentada por las políticas de flexibilización laboral, de individualización de los salarios, de destrucción de las solidaridades y de las seguridades sociales en beneficio de los intereses privados. En el plano electoral esto implica un fenómeno que los politólogos denominan la “disonancia”, es decir, una distancia cada vez mayor entre los partidos y el electorado; lo mismo que una relación cada vez más aleatoria entre ambos. Y, finalmente, la privatización no sólo de los servicios públicos sino también de la violencia, la sustitución de la ley por el contrato, etc., todo ello ha desembocado en vaciar el espacio público de sus retos políticos.

Aunque no sea el más importante, entre los aspectos perversos del edificio institucional de la V República se podría citar el alucinante sistema de los apadrinamientos de candidatos a las elecciones presidenciales, ampliamente comentado últimamente en la prensa8. Globalmente, estas instituciones representan el propio tipo de la herencia bonapartista. Marx designaba Francia como la fundadora de este tipo de funcionamiento político que se encuentra desde Napoleón I hasta De Gaulle, pasando por Mac Mahon o Clemenceau9. Además, si gana Sarkozy, ¡ corremos el riesgo de tener durante cinco años al “Napoleón pequeñín”!

En estas condiciones, el dilema que se presenta para el partido que gane las elecciones es muy apremiante. Una opción es no tocar la estructura institucional y proseguir con la idea de instaurar un régimen presidencial clásico marcado por el bipartidismo. Esta opción incluye excluir aún más a quienes ya no se sienten muy representados por el sistema actual, puesto que de hecho excluye de toda representación a más de la mitad del electorado. La otra opción posible sería la de una reforma del modo de escrutinio, limitado a la introducción de la proporcionalidad. En este caso se abre la “centrifugadora” a la italiana, en la que los partidos dominantes practican unos compromisos superestructurales que, por ejemplo, tienen como resultado el hecho de que Prodi tenga más de cien ministros en su gobienro.

Por supuesto, estamos a favor de una proporcional integral, por regiones y con cálculo nacional de restos, para representar lo mejor posible la realidad electoral. Pero para ser coherente una verdadera reforma institucional debería suprimir la presidencia de la República, el Senado, conceder el derecho de voto a los residentes extranjeros, suprimir la tutela de los prefectos en la Comunas, reconocer el derecho a la autodeterminación de los departamentos y territorios de ultramar, en una palabra, ¡ emprender un verdadero proceso constituyente!

El hecho de que en Francia los grandes partidos no hayan logrado imponer un bipartidismo que sería el complemento lógico de la evolución hacia un presidencialismo fuerte es reflejo de una relación de fuerzas indecisa y fluctuante entre las clases. Tenemos un panorama en el que los movimientos sociales pierden, desde luego, pero en el que resisten, lo que tiene efectos políticos. Además, todas sus resistencias dividen a la burguesía respecto a la manera de responder a ellas. El hecho de que el dirigente de centro-derecha, François Bayrou [UDF – demócrata-cristiano], no se una a una gran coalición de republicanos conservadores, a la estadounidense, recuerda que las contradicciones de la sociedad trabajan también el campo político.

Franck Gaudichaud: A propósito de las contradicciones del campo político, también existen las de la izquierda radical. En estos últimos meses ha habido en Francia muchos debates sobre la posibilidad o no de presentar candidaturas “unitarias” a las presidenciales uniendo a militantes surgidos del PC, de la LCR, pero también a sindicalistas, miembros de asociaciones, ecologistas, etc. Escribes en un artículo que el militantismo es una “escuela de la modestia”. Sin embargo, algunos militantes reprochan hoy a la LCR el no haberlo sido suficientemente y el haber defendido ante todo su aparato en el momento de la discusión sobre una posible “unidad antiliberal”. ¿Qué les respondes?

Daniel Bensaïd: Sin querer ser polémico, no creo que la inmodestia haya estado particularmente en nuestro lado durante estos debates. Incluso tendería a pensar lo contrario. ¿ Qué ha ocurrido? Salimos de una victoria. Una de las raras victorias de la última década: el rechazo del tratado constitucional europeo en el referéndum de 2005. Y ello con el elemento esencial del hecho de que el no mayoritario era de izquierda, con un marcado carácter social, un “no” surgido de los medios populares, sin xenofobia, en solidaridad con los inmigrantes.

Este acontecimiento creó una esperanza y, al mismo tiempo una ilusión, ambas comprensibles y articuladas en torno a la idea de a partir de ahora se podía prologar este “no” en el terreno político y electoral. Además, a esta idea le tendió una trampa la lógica presidencialista del gobierno socialista precedente que invirtió el calendario electoral para que las elecciones presidenciales fueran las primeras en el orden cronológico y distribuyeran las cartas para las siguientes elecciones [las legislativas y después las municipales en 2008]. En este marco electoral bastante desfavorable hubo la esperanza – y la ilusión – de que la elección presidencial sería la prolongación natural del “no” al referéndum. Ponerse de acuerdo para rechazar un tratado liberal es una cosa; proponer un proyecto al país y, por consiguiente, un proyecto gubernamental, ¡ es otra!

El problema durante los debates en torno a una candidatura común antiliberal no se refería principalmente a la plataforma política porque si bien había puntos importantes de desacuerdo, seguramente se habrían podido superar, incluso abordado más tarde. Pero lo que nosotros sobre todo queríamos era un debate político claro sobre la cuestión de las alianzas, es decir, sobre la necesaria independencia respecto a la futura mayoría parlamentaria y gubernamental que surgiría de las urnas. Este problema es crucial y forma parte de la campaña electoral. Si se rechaza regular inmediatamente esta cuestión se crean ilusiones y decepciones futuras.

Por nuestra parte estábamos dispuestos a hacer campaña en trono a un candidato único que no fuera surgido de la LCR, aun cuando yo crea que Olivier Besancenot [portavoz de la LCR] demostró durante la campaña del referéndum que probablemente era el mejor portavoz. Además, es lo que parece confirmar la actual campaña y ello por varias razones: su claridad en el discurso, su experiencia de militantismo social, el no ser político profesional y, finalmente, por un efecto de generación. A pesar de todo, la LCR estaba dispuesta a sacrificar estas bazas en beneficio de una dinámica unitaria. Pero en contrapartida exigimos no hacer campaña por un candidato o una candidata que al día siguiente negociara una poltrona en un gobierno bajo hegemonía del Partido Socialista. ¡ Un PS unificado en torno a su mayoría que había llamado a votar “sí” en el referéndum europeo! Tanto más cuanto que no hemos dejado atrás la cuestión del tratado constitucional: volverá para 2008.

Queríamos una respuesta política clara que, en todo caso, no era exorbitante y no la obtuvimos. Era indispensable un acuerdo político sobre este tema con las distintas corrientes que participaban en esta discusión y especialmente con el PC, lo cual no excluye a los individuos que entraron en la batalla del “no” sin tener afiliación política. También era preciso respetar la escuela de la democracia que hubiera debido representar estas discusiones. Lejos de ello, la manera como los animadores de los colectivos unitarios gestionaron este movimiento es anti-escuela de Democracia.

La Democracia es saber hacer las cosas juntos, lo que quiere decir que lo que se decide nos compromete de manera colectiva. También quiere decir fijar unos criterios estrictos de voto. Sin embargo, en nombre de un improbable “doble consenso” no se crearon estos criterios y esto es lo que permitió al PC crear múltiples colectivos de último minuto y son control alguno. Algunos clamaron contra el hold-up de los comunistas contra los colectivos unitarios. Por mi parte creo que es difícil reprocharle tales prácticas cuando ningún criterio común se lo impedía. El PC todavía tiene 60 000 adherentes y ¡ no se le puede prohibir que haga intervenir a sus militantes en el seno de los colectivos!

Por consiguiente, el problema que había que solucionar con el PC era efectivamente una cuestión po-lí-ti-ca. Por el contrario, los responsables nacionales de los colectivos contribuyeron a enterrar el debate político y, sobre todo, la cuestión de la alianza con el PS, para centrar los debates en cuestiones personales, a saber, quién iba a ser el candidato.

Respecto a la candidatura de José Bové, dirigente sindical campesino, sin ser unitaria es confusa. José Bové primero retiró su candidatura, en el momento de las discusiones en el seno de los colectivos unitarios, para relanzarla después tras el fracaso de los colectivos, tras un “plebiscito” electrónico vía internet.

Creo que todo esto participa de la misma deriva que la evolución del PS, en la que Ségolène Royal fue designada por la opinión pública y no al término de debates militantes internos del partido. El hecho de que el PS haya creado los famosos “adherentes a 20 euros”, que da a cualquiera la posibilidad de designar a la candidata del PS, representa una degradación del debate democrático en el seno del PS.

Por consiguiente, reafirmo la fórmula según la cual militar en un partido, que tiene sus reglas y sus estatutos, es, en efecto, una escuela de responsabilidad y de modestia. De modestia porque es una aventura colectiva y porque no se puede pensar solo. De responsabilidad porque tenemos cuentas que rendir a los militantes. Esto no es el caso de todo el mundo…

Franck Gaudichaud: Afrontemos el momento después de las presidenciales: en Francia hay una izquierda radical y anticapitalista relativamente importante (en todo caso, en comparación con los demás países de Europa); y también un nivel de conflictividad social real. Marx decía que Francia es el país de la política, Alemania el de la filosofía e Inglaterra el de la economía: ¿verdaderamente es éste el caso y cómo pensar el momento después de las presidenciales en Francia, desde tu punto de vista?

Daniel Bensaïd: En primer lugar, depende mucho del resultado electoral. Tanto más cuanto que para estas elecciones salimos un poco de la “rutina”. Me parece poco probable la presencia de François Bayrou en la segunda vuelta; y si estuviera en ella, sería un seísmo político, con la adhesión de una parte del PS a un especie de Partido Demócrata de centro izquierda, una especie de “prodismo” a la francesa; y grandes readaptaciones en la derecha.

En la izquierda, si el PS pierde las elecciones, seguramente habrá ajustes de cuentas muy violentos en el interior de este partido: ¡ las distintas corrientes que se habían dividido en relación al referéndum europeo se preparaban ya para ello! Por otra parte, si el PC es derrotado por segunda vez por los candidatos de la izquierda radical cuando este partido más bien se había recuperado con ocasión de la campaña europea, esto confirmaría que el PC se encuentra de pleno en un impasse histórico, que ya no es capaz de remontar la pendiente.

Hay vida tras la segunda vuelta de las elecciones presidenciales y tras las legislativas que vienen a continuación. Y todo el mundo va a estar obligado a reflexionar. Sin embargo, para abordar seriamente esta nueva secuencia, cuantas más fuerzas hayamos acumulado más preparados estaremos, más capaces seremos de afrontar esta nueva reconstitución política que nos espera. Porque no estamos más que al principio de esta nueva etapa y hay que medir los defectos y estragos de los últimos 25 años.

Respecto a [la idea de] “Francia, país político”, por supuesto se trata de una simplificación cómoda, pero aun con todo existe una singularidad francesa (más que una “excepción francesa”). Esta singularidad sigue siendo relativa. Por ejemplo, en varios países europeos encontramos también una izquierda radical fuerte, como el Bloque de Izquierda en Portugal, el PS holandés (que no es un partido social-demócrata), le PS escocés, Refundación Comunista en Italia (al menos hasta hace poco), “Respeto” en Inglaterra, etc.

Es cierto que se trata de fenómenos de radicalización extremadamente inestables. El caso de Refundación Comunista (RC – Italia) es elocuente al respecto. En el momento de los grandes Foros Sociales Europeos esta organización era mucho más radical que el PC francés y fue uno de los pilares del movimiento altermundista. Sin embargo, en sólo tres años y en un país que conoció el más fuerte de los movimientos europeos contra la invasión de Iraq, RC se ha inscrito en una coalición de gobierno en la que la solidaridad institucional hace que sus electos voten como un solo hombre (con una o dos excepciones) a favor del envío de tropas a Afganistán, del presupuesto de austeridad, de que se prosiga con las privatizaciones y, probablemente, del nuevo refrito del tratado constitucional, uno de cuyos padres es Prodi…

Este ejemplo es muestra de la fragilidad de los movimientos de desplazamiento político hacia la izquierda. Se trata de un fenómeno muy fluido, debido especialmente al hecho del desajuste que existe entre un ascenso de las luchas sociales, una reactivación de las resistencias y la ausencia de victorias políticas. De ahí la facilidad con la que una parte de los militantes que han luchado hagan zapping sobre su compromiso social en beneficio de una ilusoria política del “mal menor”. Éste fue el caso del “todo menos Berlusconi” en Italia, cuyo reflejo podemos comprender perfectamente. En Francia es un escenario que da el “todo menos Sarkozy”. Algunos electores, llevados por esta lógica dudan entre votar en la primera vuelta a O. Besancenot siguiendo sus convicciones o a… ¡ François Bayrou, según un cálculo que les haría considerar a Bayrou como el candidato mejor situado para oponerse a Sarkozy!

Así, existe una duda entre un voto, desde la primera vuelta, por Royal o Bayrou, decretado voto “útil” o del “mal menor”, y un voto de convicción política. En estas condiciones el espacio de la radicalidad de izquierda sigue siendo extremadamente inestable y sigue estado él mismo atravesado por proyectos políticos bastante diversos. Así, seguimos sin saber si el PC estará dispuesto a entrar una vez más en un gobierno de la izquierda plural bajo la hegemonía del PS (o a apoyarle), y hay ciertas posibilidades de que reitere esta opción si gana Royal. En todo caso, la hipótesis queda abierta y el PC no ha respondido todavía…

Franck Gaudichaud: Hace más de 40 años que militas en el seno de la izquierda revolucionaria. En una obra autobiográfica describes tu trayectoria militante y hablas de esta “lenta impaciencia”… ¿Racionalmente piensas que a medio plazo existe una posibilidad real para una gran fuerza política anticapitalista en la Europa de hoy?

Daniel Bensaïd: Si no lo intentamos, ¡ nadie sabrá si era posible o no! Lo posible no siempre se vuelve real, pero es una parte de la realidad e históricamente siempre hay posibilidades ganadas… En relación a esta “larga marcha”, en la que, en efecto, en los años sesenta-setenta éramos jóvenes con prisa, hemos aprendido que “el futuro dura mucho tiempo10 y, por lo tanto, a ser pacientes.

Al mismo tiempo, como muestra el estado del planeta, nos enfrentamos a una situación de urgencia: el contexto actual es mucho más preocupante de lo que lo era en los años setenta o durante los gloriosos treinta. Entonces éramos “revolucionarios felices”, por parafrasear a Roland Barthes cuando habla de Voltaire como un “escritor feliz”. Éramos revolucionarios anticolonialistas y se trataba de luchas importantes que en ningún caso eran “una cena de gala” (como decía Mao). En cambio, estábamos inmersos en la idea de que el comunismo estaba al final de la prosperidad y del crecimiento. A partir de ahora, ante la urgencia ecológica y ante la urgencia social, las razones de rebelarse y de resistir son mucho más fuertes y apremiantes.

Franck Gaudichaud: Indudablemente, pero si a vuestra generación podía parecer que “la historia os mordía la nuca”, este gran relato parece hoy un poco mellado, ¿no?

Daniel Bensaïd: Efectivamente, ¡ la historia se ha debido de dejar varios dientes por el camino! Somos unos vencidos, pero hay derrotas de las que se aprende mucho. Hemos perdido muchas batallas políticas, de diferente naturaleza, especialmente en el 68 y después. Pero sobre todo ha habido una derrota principal a escala planetaria, es la caída del muro de Berlín, aun cuando – en ningún caso – se pueda lamentar el fin del régimen burocrático soviético. Esta derrota es la reintroducción brutal en el mercado mundial de una tercera parte de la fuerza de trabajo planetaria y, por lo tanto, de decenas de millones de trabajadores. Evidentemente se trata de una derrota puesto que significa (durante varias décadas) una presión considerable a la baja sobre las condiciones de resistencias del trabajo.

Nos enfrentamos al reto de una reconstrucción social hecha de pequeñas resistencias y de victorias parciales. También es un reto político en el que tenemos que redefinir un horizonte estratégico que se ha desmoronado. Tenemos incluso que repensar las categorías, porque todas las revolucione de los siglos XIX y XX se inscribieron en un paradigma, en el mismo dispositivo de categorías políticas, que nació en el siglo XVII: ciudadanía, sí, pero social; guerra, pero popular; París Comuna contre Versailles; etc.

Los términos del debate reforma o revolución entre Lenin, Rosa Luxemburgo, Kautsky y otros hoy no dejan de ser interesantes, pero no son suficientes. Esta necesaria reconstrucción teórica debe afrontar el borbotón ideológico del pensamiento post-moderno, que nos relata la “sociedad en añicos” o “líquida” y que mantiene la confusión entre realización de las individualidades y repliegue individualista. Porque también los pensamientos críticos del orden establecido han sufrido 25 años de derrotas frente a las contra-reformas liberales.

Sin embargo, desde principios de los noventa ha habido un inicio de renacimiento: 1994 con la insurrección zapatista en México, 1995 con las grandes huelgas en Francia, después 1999 con Seattle y los Foros Sociales. En doce años el paisaje se ha vuelto a colorear bastante rápido, pero aún estamos lejos de la verdad. Personalmente, no pensaba que hubiera rebrotes tan rápidos tras la amplitud del choque de la ofensiva neoliberal. Se “vuelve a empezar desde la mitad”, como repetía Deleuze. Y no es más que el principio…

Traducido: Beatriz Morales Bastos
www.danielbensaid.org

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  1. Alain Badiou es un filósofo, escritor y dramaturgo francés contemporáneo. Profesor de filosofía de la Universidad Paris VIII y en el Collège international de philosophie. Muy influenciado por Louis Althusser, también ha sido militante maoísta. Sigue dirigiendo una pequeña organización política post-maoísta, L’Organisation politique, activa en su apoyo a las luchas de los inmigrantes sin papeles.
  2. Filósofo y ensayista esloveno contemporáneo, próximo al movimiento altermundista. Escritor iconoclasta, aplica el psicoanálisis a los problemas de la sociedad contemporánea y critica las derivas del capitalismo. Principalmente es autor de Plaidoyer en faveur de l’intolérance (2004).
  3. Político estadounidense, secretario de Estado adjunto a la Defensa entre 2001 y 2005 en el gobierno de George W. Bush y presidente del Banco Mundial desde el 1 de junio de 2005.
  4. Olivier Besancenot es portavoz de la Liga Comunista Revolucionaria (LCR) et candidato de esta organización en las elecciones presidenciales. Se trata de la segunda candidatura de este joven cartero de 33 que ya llevó los colores de la LCR en 2002 y obtuvo el 4,3% de los votos (esto es, aproximadamente 1 300 000 votos).
  5. Henri Lefebvre (nacido en 1901 y muerto en 1991) es uno de los intelectuales marxistas francés más prolíficos. Resistente durante la Segunda Guerra Mundial, en 1962 se convirtió en profesor de sociología en la universidad. Su pensamiento influyó no sólo en el desarrollo de la filosofía sino también en el de la sociología, la geografía, las ciencias políticas y la crítica literaria.
  6. Louis Althusser (nacido en Argelia en 1918 y muerto en 1990) es un filósofo marxista francés. Se le considera un actor principal de la corriente estructuralista de los años sesenta con Claude Lévi-Strauss, Jacques Lacan, Michel Foucault. Según él, hay que volver a la lectura científica y determinista de la teoría marxista, lo que explica en su libro Pour Marx (1965).
  7. Nombre popular que se le da a Francia debido a la forma hexagonal de su territorio nacional, similar a la “piel de toro” de la Península Ibérica.
  8. En Francia para poder ser candidato en las presidenciales hace falta ser “apadrinado” por 500 electos locales, que dan una autorización administrativa al candidato para que se presente. Esta ley permite a los grandes partidos institucionales presionar a los alcaldes y a otros electos locales para que no apadrinen a candidatos surgidos de partidos contestatarios del orden establecido y en particular de la izquierda anticapitalista.
  9. Patrice de Mac-Mahon: mariscal del Segundo Imperio y presidente de la Tercera República francesa de 1873 a 1879; Clemenceau: político francés y periodista (1841-1929), se le apodó “el primer poli de Francia” por sus métodos represivos como Presidente del Consejo.
  10. El futuro dura mucho tiempo [L’Avenir dure longtemps] es el título de una obra autobiográfica del filósofo marxista Louis Althusser (Paris, Stock, 1992).

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