Desde mediados de los años 1960 hasta principios del 2010, la vida política y militante de Daniel Bensaïd abarca casi medio siglo de la historia política francesa e internacional. Como para todos aquellos y aquellas que quieran transformar el mundo, está historia está marcada por deseos, proyectos, retos, éxitos… y, también, por reveses, desengaños e incluso decepciones. No es fácil reconstruir su itinerario sin perderse en los recuerdos dispersos o anecdóticos.
Años 1960-1970: el aliento de Mayo
Desde sus primeros años de militancia en la Escuela Normal Superior de Saint-Cloud y más tarde en la Universidad de Nanterre, antes de que se produjera la gran sacudida de Mayo-68, Daniel aparece como un comunista fiel a su infancia en el ambiente familiar de Toulouse, que a él le gustaba recordar con respeto y afección1. Se afilia a las Juventudes Comunistas (JC) y, después, a la Unión de Estudiantes Comunistas, pero muy pronto se opone a la línea oficial de la dirección del Partido Comunista que durante la primera candidatura de Mitterand cocinaba ya -en el ámbito parlamentario- la futura alternativa de Unión de la Izquierda. El PCF estaba a favor de la fórmula “Paz en Vietnam” y evitaba impulsar la solidaridad con los combatientes del FNL indochinos al igual de lo que hizo durante la guerra de liberación en Argelia contra el colonialismo francés, en la que renunció a tomar partido por la victoria del FLN. Daniel formó parte de la Oposición de Izquierda en el seno de la UEC antes de llegar a ser en 1966, uno de los impulsores en la creación de la Juventud Comunista Revolucionaria (JCR).
Años 1980: el principio del fin del mundo de antes
El anuncio un tanto precipitado realizado en Mai 68, répétition générale2 no se realiza. Antes de finalizar ese decenio Daniel comienza a reflexionar críticamente sobre lo que, con humor, denomina un “leninismo a presión”. No se trata de evacuar el bebé con el agua sucia de la bañera sino de volver a las fuentes de la reflexión estratégica. Si la política es la anticipación de las vías y los medios para cambiar la situación existente modificando la relación de fuerzas, es preciso un instrumento activo y democrático para discutir la mediación hacia esa meta.
En aquellos momentos, la generación de 1968 tenía tendencia a considerar que la radicalización que se operaba en la sociedad portaba en sí misma los cambios deseados y que las “iniciativas en la acción” podían acelerar las cosas. Iniciativas que podían convertirse en sustitutas de los ritmos y de la acción del movimiento de masas; sobre todo, en lo que respecta a las actividades de los servicios de orden o de autodefensa. Retomando estas reflexiones en los debates internos de la Liga y de la Internacional, al principio implícitamente y poco a poco cada vez más explícitamente, Daniel retoma el hilo de su reflexión estratégica.
En el veinteavo aniversario de Mayo 68 publica con Alain Krivine un libro en el que retoma el balance del levantamiento estudiantil y de la huelga general en el contexto de las perspectivas nacionales e internacionales basadas en la nueva situación abierta por estos acontecimientos de primer orden3. Todas estas cuestiones no están pasadas de moda y continúan siendo una lectura estimulante en medio del sopor de los debates contemporáneos. De ese modo, mostrando el tiempo largo de toda maduración revolucionaria, da cuerpo a sus concepciones, lo que más tarde llamaría la “lenta impaciencia”.
Con la ayuda de los análisis de Ernest Mandel, escruta el giro que da la economía capitalista mundial en 1973-1975, fechas referenciales que pasaron casi desapercibidas pero que marcaron el fin del período de la expansión de la post-guerra dominado por la hegemonía americana. Más allá de la derrota de los Estado Unidos en Vietnam en 1975, que constituye un elemento político de primera orden, el capitalismo internacional, sus dirigentes e ideólogos buscaban remodelar este sistema de explotación que daba muestras evidentes de agotamiento.
La victoria de Reagan en los Estado Unidos y, poco más tarde, de Theatcher en Gran Bretaña abre un nuevo período marcado por el liberalismo económico y la globalización financiera, en el mismo momento que se dan las grandes derrotas sociales (controladores aéreos americanos en 1981, mineros británicos en 1985). En Francia, la elección e Mitterrand en 1981 hace pensar, en un primer momento, en una contra-tendencia, pero esta perspectiva se esfuma rápido en el nuevo panorama con el retorno a la política de rigor adoptada en 1983. Al mismo tiempo, en el mundo salido de la Guerra fría, el bloque soviético se ve sacudido a principios de los años 1980 por el levantamiento de los obreros polacos bajo la dirección del sindicato independiente Solidarnosc. El mundo comienza a cambiar. Y bascula definitivamente con el caída del Muro de Berlín en 1989 que prefigura un tanto la implosión de la URSS en 1991 y la extensión consecutiva del sistema capitalista a todo el planeta; también de China, bajo la batuta del padrecito Deng.
A principios de los años 1990, Daniel define el período bajo la fórmula: “Nuevo período, nuevo programa, nuevo partido”.
Para él este periodo es a la vez el del retorno crítico sobre el período precedente, el de la vuelta a las fuentes -a Marx para reapropiarse de las claves para una comprensión profunda de la situación- y el de la confrontación a la práctica del militantismo en unas coordenadas totalmente diferentes. Consagra mucha energía a los debates en la Escuela Internacional de Cuadros de Ámsterdam, creado en 1982. Paralelamente, relativiza su implicación cotidiana en la dirección francesa para dedicarse a las tareas de la internacional que para él son decisivas. Son el laboratorio de los nuevos enfoques.
Años 1990 y 2000: retomar el hilo para ponerse al día
A finales de los años 1980, cuando ya suenan los tambores mediáticos de la contra-reforma liberal predicando los beneficios de la globalización, constata: “La idea misma de la revolución que hasta ayer mismo radiaba una utopía feliz, de liberación y de alegría, se ha vuelto sombría.” Sobre el telón de fondo del acenso de la globalización, los años 1990 son años de una reacción ideológica intensa. Daniel no escatimó esfuerzos, a menudo agotadores, para sobrepasar ese eclipse. Si con la ayuda de la crisis, hoy hay un poco más de claridad -aunque no la suficiente- en esos años la hubo gracias a Daniel que, se impuso como un militante teórico rigurosos, fértil e imaginativo, reconocido y estimado más allá de su familia política.
Jamás pensó que su tarea era la de un conservador de museo. Pero en medio de la tormenta en la que el capitalismo parece triunfar y el socialismo está desacreditado por el rechazo masivo y justificado de quienes lo habían pretendido hacerlo “existir realmente” a través de regímenes tan despóticos como incompetentes, Daniel está obsesionado por la importancia del momento: no había que dejar realizar el balance de ese período a quienes alaban las virtudes del mercado o se alinean a él. Es preciso salvar el ideal del socialismo, del comunismo e incluso de la revolución, de la debacle histórica del estalinismo. Para eso era indispensable hacer el balance del siglo, levantar acta de la amplitud de la contrarrevolución estalinista, que era mucho mayor de lo que se podía pensar. Existía el riesgo de ser arrastrados en esa caída, tan esperada, pero cuya conclusión fue la opuesta de la que se esperaba. Daniel nos hizo compartir una exigencia: volver a la Revolución rusa, desde sus inicios, para extraer todas las enseñanzas posibles; sobre todo, en lo que se refiere a las cuestiones democráticas. Es una necesidad vital para discernir entre las conquistas revolucionarias de los años 1917-1924 y la contra-revolución estalinista iniciada a finales de los años veinte. Se hacía indispensable una comprensión común de los acontecimientos y de las tareas para hacer frente al nuevo período histórico.
Siempre el primero en “indignarse”
“Seguir adelante” es la ardiente tarea que nos deja. Continuar por encima de las dificultades, de los flujos y reflujos sociales y políticos. Daniel amaba inspirarse en los herejes del movimiento obrero oficial y del pensamiento dominante. Es conocido su apego a Walter Benjamin, “centinela mesiánico”, a Charles Péguy, dreyfusista de primera hora, cristiano anticlerical y socialista original. Se conoce menos el que hace referencia a Auguste Blanqui, “comunista hereje”, como lo denominaba junto a su cómplice Michael Löwy. Lo citaba a menudo: “Siempre la lucha, la lucha hasta la extinción”, uniendo sus pasos a los de ese refractario hacia los “fatalismos de la historia” y de los “adoradores de los hechos consumados”.
Hay que continuar haciendo frente a los colosales desafíos que puso sobre el tapete la crisis financiera desatada en 2008. La crisis global del sistema está preñada de transformaciones sociales, económicas, medioambientales y políticas. Daniel hacía un seguimiento febril de cada episodio. Desde las consecuencias de la quiebra del banco americano Lehman Brothers al fracaso de la cumbre de Copenhague sobre el recalentamiento climático; no se le escapaba nada. En ellos entreveía las premisas del cambio histórico que se producía ante nuestros ojos. Es la máquina capitalista que trata de purgar su superproducción y sobreacumulación de capital al precio de la regresión social; es la reorganización del mundo con el fin progresivo de la hegemonía de las dos grandes potencias, Europa y los Estados Unidos; son el modo de producción y de consumo los que están agotados y agotan los recursos naturales. Presentía que esta evolución histórica abriría la puerta a las resistencias y a nuevas posibilidades. Sin embargo, no se alegraba de la situación, consciente de que en ausencia de cambios políticos radicales, los pueblos pagarían el gran tributo de la crisis. No obstante, no podía sino alegrarse de los cambios políticos y las cabriolas de los “vencedores de ayer”, hablando a menudo de una crisis capaz de hacer caer al sistema como a un castillo de naipes, mientras que pocos años antes, esa misma gente apostaba por el “fin de la historia” y hablaba del capitalismo como un “horizonte insuperable de la humanidad”. Daniel media el camino que se había hecho….
Frente a los partidarios desdeñosos y arrogantes del pensamiento único, Daniel se mantuvo como portavoz de la resistencias al aire de los tiempos. Desarrollando un pensamiento elaborado y abierto, defendía la necesidad de un proyecto de emancipación contra la ley de la jungla capitalista, con argumentos inteligentes y comprensibles. De ese modo logró la doble hazaña de volver a dar a muchos militantes, legítimamente quemados, el orgullo de ser marxistas y comunistas y, a los jóvenes militantes que hacían sus primeros pasos en un mundo en el que estos calificativos estaban despreciados, el deseo de llegar a ser marxistas y comunistas. A los ojos de esta nueva generación política que participa del renacimiento del movimiento social, Daniel es el trasmisor de ideas, el irreductible rebelde rojo, dotado de una autoridad intelectual que, a pesar de las dificultades, contribuyó a privar a los vencedores de entonces de anunciar la victoria total. Ciertamente, Daniel , con su pasión internacionalista y anti imperialista hubiera seguido de cerca las revoluciones árabes. El movimiento de los “indignados” habría estimulado su reflexión y su acción. Echamos en falta su mirada y sus escritos sobre estas cuestiones.
Junio 2012
Olivier Besancenot es dirigente del NPA.
Charles Michaloux fue dirigente de la LCR y de la Cuarta Internacional. Es experto-asesor de Comités de Empresa.
François Sabado es militante del NPA et forma parte de la dirección de la Cuarta Internacional.
- Daniel Bensaïd, Une lente impatience, Stock, Paris, 2004.
- Daniel Bensaïd, Henri Weber, Mai 1968, répétition générale, Maspero, Paris, 1969.
- Daniel Bensaïd, Alain Krivine, Mai si ! Rebelles et repentis, La Brèche, Paris, 1988.
- Daniel Bensaïd se enteró de que portaba el Sida en marzo de 1990, cuando iba a celebrar su 44º aniversario y acababa de escribir Walter Benjamin, sentinelle messianique [nota de la redacción de la web].