Este texto fue publicado originalmente en la revista de Maspero, Partisans, París, en el número de enero de 1969. Fue vertido al castellano por Lina Mari y Carlos María Gutiérrez (traducción que ha sido la utilizada en esta trascripción) en la obra antológica El desafío de Rosa Luxemburgo (Buenos Aires, Proceso, 1972), que incluía también textos de Bertram D. Wolfe, Hannah Arendt, Gilbert Badia, León Trotsky, V.I.Lenin, J.P. Nettl, John Knief, Michael Löwy y Paul M. Sweezy También se editó en otra antológica, la de Cuardernos del Pasado y del Presente, con traducción de José Aricó, (Buenos Aires, 1975) titulada Teoría Marxista del Partido Político (Problemas de Organización), y que comprendía igualmente textos de Rosa Luxemburgo, Vladimir Ilich Lenin y George Lukács.
“El problema de la organización de un partido revolucionario no puede desarrollarse sino a partir de una teoría de la revolución. Es justamente porque la revolución se ha convertido en un problema actual, que la cuestión de la organización revolucionaria irrumpe con una necesidad imperiosa en la conciencia de las masas y de sus intérpretes teóricos”.
Georg Lukács, Historia y Conciencia de Clase, p. 335
La corriente antiestalinista que se extiende actualmente entre las nuevas vanguardias, rehabilita a Rosa Luxemburgo como intérprete teórico del movimiento obrero. La crítica a las burocracias obreras toma de sus obras citas y referencias.
En realidad, el entusiasmo luxemburguista llega a veces hasta el punto de triturar y torturar dichas obras tratando de encontrar en ellas una teoría de la organización como alternativa a la teoría leninista. La coincidencia de las preocupaciones explica esta tendencia: los trabajos de Rosa Luxemburgo están, casi todos, escritos bajo el signo de la lucha contra la socialdemocracia alemana como partido muy burocratizado; la necesidad actual de comprender el fenómeno de las burocracias obreras, de su fundamento social, de su cohesión internacional, hace que las tesis luxemburguistas sean la interpretación mas clara, la teoría liberadora de la energía de las masas.
Sin embargo, no se podría encontrar en Rosa Luxemburgo más que una contraposición parcial a la posición leninista: en ella se mezclan los altibajos afectivos y las trivialidades, y de ello resulta una arlequinada confusa, quizás seductoramente fantasiosa, pero que no podría ser tomada por una teoría de la organización. En un debate en el cual las modas pasajeras perjudican a veces al rigor político, se hace necesario retornar a los textos. Así, sin quitar ningún mérito a Rosa Luxemburgo, se le podrá dar su justo valor.
I. La posición leninista
1. Carácter de la formación social
Como señala Lukács, la cuestión de la organización se transforma realmente en un problema de actualidad cuando la misma revolución está a la orden del día, en el momento en que ella no es ya un simple sueño compensador sino la finalidad que engloba todas las luchas cotidianas. Así es, justamente como la concibió Lenin. En sus primeros escritos, de 1894 a 1898, se dedico a definir la naturaleza de la inmediata revolución: ¿contra qué formación social debe combatir? ¿qué Estado debe ser destruido? ¿qué clase debe ser vencida?
Para responder a estos interrogantes y provocar el desencadenamiento de una crisis revolucionaria, Lenin distingue cuidadosamente el nivel teórico del nivel político, la comprensión teórica de la crisis revolucionaria y su manifestación politica. Si se considera el encadenamiento de las formas de producción como sistemas teóricamente elaborados que implican una variedad de formaciones sociales concretas, al pasar de una forma de producción a otra habrá una discontinuidad pero no una crisis. No pueda haber crisis en un modelo teórico, sino en una sociedad política donde están en juego fuerzas reales.
La forma de producción capitalista tal como Marx la construyó deduciendo sus leves a partir de la formación social ingles del siglo XIX no tiene existencia real. Constituye un objeto abstracto-formal con el cual no coincide absolutamente con una formación social concreta. Poulantzas considera una formación socia! corno “la superposición específica de distintas formas de producción puras”, y agrega que “la formación social constituye en sí misma una unidad compleja en la cual una cierta forma de producción predomina sobre las demás”1. La crisis revolucionaria que estructura el horizonte de la nueva organización no es entonces la crisis de una forma de producción, si no la de una formación social determinada en la cual las contradicciones de la forma de producción se hacen vivas y se actualizan a través de las fuerzas sociales reales implicadas en ella. Esta distinción elemental no carece de consecuencias en el debate entre Lenin y Rosa Luxemburgo.
Lenin se preocupé de definir con precisión la naturaleza y las características dominantes de la formación social rusa. Hacia 1890 se consagró a su estudio metódico, hurgando con paciencia en las estadísticas de los zemstvos.
Desde sus primeros trabajos, Lenin definió el punte do referencia del cual dependerían todas las variables estratégicas y tácticas, en particular su actitud de principio sobre el problema de la organiza El desarrollo del capitalismo en Rusia es el testimonio de este enorme trabajo, cuyas consecuencias constituyen para el futuro el punto de referencia y el fundamento sobre el cual Lenin se basa en toda oportunidad.
En Quienes son los amigos del pueblo, de 1894, anterior a El desarrollo…, están ya firmemente enunciadas:”La explotación de los trabajadores en Rusia es en todo sentido capitalista, excepción hecha de los vestigios – en vías de desaparición – de la economía basada sobre el vasallaje”. Lenin extrae de dichas conclusiones todas sus consecuencias, en particular el hecho de que es imposible “encontrar en Rusia una industria, aún a nivel artesanal, que no esté organizada según el modelo capitalista”2.
Estas conclusiones sirven desde entonces de base a toda la estrategia política: es justamente contra una formación social predominantemente capitalista, y no feudal (aún cuando los vestigios feudales tenían cierta importancia), que luchan los revolucionarios rusos. En 1894 esto no era evidente en absoluto. Lenin se preocupó de señalarlo poniéndolo como primer punto del proyecto de programa del POSDR: “La producción de mercancías en Rusia se desarrolla aceleradamente, la forma de producción capitalista adquiere allí una posición cada vez más dominante”3.
Es si como desde los primeros años de lucha. Lenin definió cuál era el adversario que había que enfrentar. Esta claridad teórica servirá siempre de guía a los métodos de análisis y a las decisiones tácticas. Los revolucionarios rusos combaten el capitalismo: su estrategia en lo que a las alianzas se refiere, tiene en cuenta el desarrollo desigual de las formas económicas presentes en la sociedad rusa: pero jamás olvidarán que la crisis que ellos preparan es la del capitalismo. Los análisis del joven Lenin se encuentran ya en los orígenes de su interpretación de la revolución rusa, en La revolución proletaria y el renegado Kautsky: “Todo se desarrolló exactamente como lo habíamos previsto. El curso de la revolución confirmó la exactitud de nuestro razonamiento. Primero, con todo el campesinado, contra la monarquía, contra los terratenientes, contra el feudalismo (y por esto la revolución no pasa de ser burguesa, democrática pero burguesa). Luego, con el campesinado pobre, con el semi-proletariado, con todos los explotados, contra el capitalismo, incluidos los campesinos ricos, los kulaks, los especuladores; y la revolución se transforma por ello en socialista. Querer erigir artificialmente una muralla china entre la primera y la segunda, querer distinguirlas por otro motivo que no sea el grado de preparación del proletariado, significa desnaturalizar monstruosamente el marxismo, envilecerlo, sustituirlo por el liberalismo”4.
De esta manera resulta claro el camino seguido. Teniendo en cuenta que el objetivo definido es siempre la derrota del capitalismo, forma dominante de la estructura social rusa, los social-demócratas contraen una alianza con el campesinado, alianza temporal, con el fin de destruir el despotismo y liquidar las secuelas del feudalismo. Los distintos programas agrarios de Lenin se esfuerzan por definir el fundamento correcto de esta alianza. Pero la lucha contra el feudalismo y la autocracia no constituyen más que una etapa, no aislada, de la lucha anticapitalista, que es siempre el objetivo principal.
2. Definir el sujeto histórico
En El Cenital, Marx señala que el proceso de producción capitalista considerado en su continuidad o como proceso de reproducción, no produce sólo mercancías, ni sólo plus-valía, sino que “produce y reproduce la relación capitalista: por un lado el capitalista, por el otro el asalariado”. El sistema que se reproduce a sí mismo engendra sus propias crisis y sus propias contradicciones, y suscita puntos de ruptura que pueden manifestarse bajo la forma de crisis económicas. Pero una crisis económica no es forzosamente revolucionaria: puede ser uno de los mecanismos de autorregulación del sistema, puede tener sólo una función “purgativa”. Después de la crisis – los stocks aumentados, las empresas arcaicas eliminadas – la economía capitalista prosigue sobre una base saneada. Lukács insiste sobre este aspecto de la crisis: “sólo la conciencia del proletariado Puede mostrar cómo salir de la crisis capitalista. Mientras no se dé esta condición, la crisis permanece, vuelve a su punto de partida, repite la situación”5.
La crisis económica de una estructura social eminentemente capitalista, abre entonces una posibilidad pero no tiene una función decisiva. Constituye el punto de apoyo desde donde se puedo bosquejar un nuevo sistema, pero participando todavía de la autorregulación del sistema inicial. Dicha crisis puede a lo sumo ser el origen de una situación revolucionaria: pero no se transforma en revolucionaria —es decir, no alcanza ese sentido— sino por medio de un sujeto que asume la responsabilidad y se encarga del proceso de transformación social. También sobre este aspecto Lukács se expresa con claridad, en su réplica a todos los fatalistas que esperan la salvación de la última crisis del capitalismo: “la diferencia cualitativa entre la última crisis capitalista, su crisis decisiva, y las crisis anteriores, no reside en una simple metamorfosis de su extensión o de su ‘profundidad, en resumen, de su cantidad o calidad. Más bien, esta metamorfosis se manifiesta en el hecho de que el proletariado deja de ser el simple objeto de la crisis y despliega abiertamente el antagonismo inherente a la sociedad capitalista”6.
La crisis afecta entonces a una formación social determinada; pero no se transforma en una situación revolucionaria sino cuando un sujeto provoca su desenlace atacando al Estado, blanco estratégico, cerrojo que custodia las relaciones de producción, convertidas en camisa de fuerza para los sectores productivos. Una vez determinada la naturaleza de la revolución que se avecina. Lenin se dedica a definir su sujeto, para desatarla victoriosamente.
A este respecto, Lenin distingue cuidadosamente el sujeto teórico-histórico de la revolución (el proletariado como clase, que reemplaza la forma de producción) y su sujeto político-práctico (la vanguardia, que reemplaza la formación social) que representa, no ya al proletariado “en sí”, dominado económica, política e ideológicamente, sino el proletariado “para sí”, consciente del lugar que le corresponde en el proceso de producción y de sus propios intereses de clase.
Esta es una de las ideas claves de Qué Hacer, donde Lenin distingue “espontaneidad y espontaneidad”. En la espontaneidad ve “el elemento embrionario del consciente”; nero se expresa con poca habilidad sobre los grados de conciencia. Distingue una espontaneidad confusa y dominada de una espontaneidad liberada y fecundada por las luchas de la vanguardia una experiencia espontánea de masas que queda sobre el campo del sistema de una experiencia práctica queextrae su sentido de la existencia de una vanguardia, Afirma que la conciencia socialdemócrata sólo ruede llegar a los trabajadores desde afuera, desde los intelectuales revolucionarios portadores del conocimiento y de la comprensión global del proceso de producción. Por sus propios medios, la clase obrera no puede llegar sino a la conciencia “trade-unionista”.
En la crisis revolucionaria están implícitos los dos sujetos. El sujeto teórico porque representa la condición que posibilita el nuevo orden social y el sostén de la estrategia revolucionaria; el sujeto político, es decir el partido, porque es el que elabora y adopta la táctica de dicha estrategia. Lenin se obligó a la doble tarea de definir el sujeto teórico de la revolución que preparaba yde proporcionar a ésta el sujeto político capaz de encarnarla.
Definir y presentar al proletariado como la clase social investida de la misión histórica revolucionaria, es la preocupación constante de sus primeros escritos. Al mismo tiempo que caracteriza como capitalista la formación social rusa, pone en claro, la autonomía del proletariado como clase social, la única capaz de resolver las contradicciones de una sociedad de ese tipo. Jamás, en las alianzas o en los proyectos de programa olvida reafirmar el papel independiente del proletariado. Ya en 1894 dijo: “sólo los burgueses pueden olvidar que detrás de los intereses solidarios del pueblo entero contra las instituciones medievales y feudales, existe, en el seno de ese mismo pueblo, un antagonismo profundo e irreductible entre la burguesía y el proletariado”.
En la misma obra, Lenin plantea como “tesis esencial” que “Rusia es una sociedad burguesa, que su forma política es un estado clasista, y que el único medio de poner término a la explotación del trabajador es la lucha de clases del proletariado”.
Es más, agrega que “el período del desarrollo social de Rusia en que el liberalismo y el socialismo formaban una unidad indisoluble, ha concluido para siempre” 7.
Un año más tarde, en “las tareas de los socialdemócratas rusos”, Lenin recuerda el principio según el cual “sólo son fuertes los que combaten apoyándose sobre los intereses reales, bien comprendidos, de una clase determinada”. En nombre de este principio, Lenin compromete a los socialdemócratas a tener siempre presente que el proletariado es una clase aparte, que mañana puede encontrarse en una posición opuesta a la de sus aliados de hoy. Gracias a una definición tan precisa de la revolución a realizarse y de su sujeto teórico, toda confusión queda excluida de los programas; en el proyecto de 1899 Lenin propone “sostener al campesinado…en la medida en que éste es capaz de llevar adelante una lucha revolucionaria contra los vestigios del vasallaje e general y contra el absolutismo en particular”. En el mismo proyecto, insiste: “hoy, en la campaña rusa se entremezclan dos formas esenciales de la lucha de clases:
a) la lucha de los campesinos contra los terratenientes y los vestigios del vasallaje;
b) la lucha del naciente proletariado rural contra la burguesía rural.
Para los socialdemócratas, esta segunda lucha es, evidentemente, la más importante, pero deben por fuerza librar la primera, en la medida en que no contradiga los intereses del desarrollo social”.
Es esta comprensión sólidamente adquirida, pacientemente elaborada, de la naturaleza de la formación social rusa y de las clases que en ella están en juego, la que permite a Lenin en sus Tesis de abril, interpretar lo que en realidad está en juego en la crisis revolucionaria de 1917: “Lo original de la situación actual en Rusia, es latransición de la primera etapa de la revolución, que concedió el poder a la burguesía como comprensión del proletariado, a su segunda etapa, que debe conceder el poder al proletariado y a las capas más pobres de la clase campesina”.
3. Construir el sujeto político
Este repaso de la posición leninista podría parecer superfluo si no fuera que es esta posición la que sostiene toda la teoría leninista de la organización. Lenin concibe los principios de organización, refiriéndose siempre a estos análisis. Estos principios definen cómo debe ser una organización que lucha contra un aparato estatal, burgués y centralizado, con el propósito de destruirlo. En relación a estos principios, todo sistema de organización no puede sino constituir una derogación. Los principios constituyen la estrategia de la organización, cuyo sistema no es más que la aplicación táctica.
Esto no fue captado por Rosa Luxemburgo; y es debido a ello que su comprensión de la organización no se sitúa en el mismo nivel: es mucho más trivial, a veces emocional, con frecuencia infra-teórica. En varias ocasiones lo ha demostrado la naturaleza misma de las metáforas que utilizó; que revelan un vitalismo ingenuo, un concepto naturalista de la organización:
“Conteniendo las pulsaciones de un organismo sano, se debilita su cuerpo y se disminuye su resistencia… Un movimiento obrero tan pletórico de energía…”
8Paralelamente, a la vitalidad natural del movimiento obrero, opone la opacidad académica de sus direcciones: “ninguna fórmula rígida puede bastar…; el puntero de un maestro de escuela…; el ultracentralismo de Lenin aparece como impregnado, no ya de un espíritu positivo y creador, sino del espíritu estéril de un guardián. Toda su inquietud reside en controlar la actividad del partido, pero no en fecundizarla; en restringe el movimiento más que desarrollarlo; en estrangularlo en vez de unificarlo” 9.
En su simplicidad entusiasta, alimentada por la polémica contra la socialdemocracia alemana, Rosa Luxemburgo llega al extremo de desnaturalizar o tergiversar los argumentos de Lenin. Como lo demuestra al decirle que si quiere evitar la influencia perniciosa y disolvente de lo intelectuales sobre el partido, con la fórmula bolchevique conseguirá lo contrario de lo que en realidad es su objetivo, pues coloca al frente del partido una “coraza burocrática” compuesta por una “élite intelectual sedienta de poder”. En realidad, jamás fueron esos los términos del razonamiento de Lenin. El no se refirió abstractamente a la influencia nefasta de los intelectuales, sino al principio de descentralismo organizativo como principio entorpecedor Los intelectuales no intervienen giro como agentes privilegiados deesta disolución de la organización que lleva implícita el principio de descentralismo.
El problema reside en que respecto de este tema Lenin y Rosa Luxemburgo no hablen el mismo idioma; no obstante, esto no impide que ella se exprese sobre la organización de tino leninista agitando la bandera inmaculada de la “libertad” y de la “democracia” contra las posiciones “extremas” de Lenin. No cabe ninguna duda de que en efecto, la organización “blanquista” preconizada por Lenin no tendrá ninguna relación con las masas, ya que el “ultra centralismo” leninista la conducirá al conservadurismo, a la inhibición. Es más, la centralización acentúa, según Rosa la “escisión entre el empuje de las masas y las vacilaciones de la socialdemocracia”10 y por consiguiente: “lo que realmente interesa es mantener viva en el partido la correcta apreciación política de las formas de lucha que corresponden a cada circunstancia, el sentido de la relatividad de cada fase de la lucha y de la necesidad de agravar las tensiones revolucionarias”11.
Esta crítica la lleva a rechazar el sistema de organización propuesto por Lenin y a convenir un acuerdo sobre el principio de organización. Además de que la separación establecida por ella entre centralismo y democracia, su oposición mecánica, evidencia más un hegelianismo mal digerido que una dialéctica marxista, Rosa Luxemburgo se confunde lamentablemete al admitir el principio de organización sin aceptar el sistema. Y esto adolece de un mismo pecado; es una metafísica empedrada de buenas intenciones La teoría leninista de la organización tiene justamente la característica de que el sistema propuesto es necesariamente, lógico con relación al principio, y de este principio deriva necesariamente este sistema de organización.
Por lo tanto, es evidente que toda critica sobre el “sistema” lleva el sello de un desacuerdo sobre el principio de organización, desacuerdo que existe entre Rosa Luxemburgo y Lenin. El hecho es que Rosa, lógica consigo misma, plantea el problema del partido en función de un análisis propio de la sociedad capitalista. Según ella, el capitalismo se dirige inevitablemente hacia la catástrofe. Las contradicciones, que se agravan sin cesar, en beneficio de “una ínfima minoría de la burguesía reinante”11 hacen que, por una parte, el proletariado sea espontáneamente revolucionario y por otra que su partido sea “el punto de reunión organizador” 12 de todas las capas sociales que esta evolución pone en movimiento contra la burguesía.
Dentro de esta problemática – clase revolucionaria orgánicamente determinada contra clase reaccionaria –, el partido es el product de la crisis revolucionaria y no un elemento necesario, como lo demuestra Lenin, en el contexto de la formación social capitalista. Es así como esta imagen simple y tragica del capitalismo conduce a Rosa a sobreestimar el movimiento de masas y a subestimar la necesidad y el papel del partido en el sistema capitalista la lleva a abitar un empirismo organizativo insensato, y a relativizar la cuestión de la organización circunscribiendo las tesis leninistas al caso particular de Rusia: “en Rusia se trata de una primera tentativa; es dudoso que un estatuto Pueda pretender la infalibilidad: es necesario que antes experimente la prueba de fuego”. Rosa no comprende que se trata de algo completamente distinto, que Lema puntualiza con claridad: “la camarada Luxemburgo dice que en mi libro se manifiesta fuerte y netamente la tendencia hacia un centralismo que no tiene nada en cuenta. La camarada Luxemburgo presume así que yo defiendo un determinado sistema de organización contra otro. Pero la realidad es otra. A lo largo de todo el libro, de la primera a la última página, yo defiendo los principios elementales de todo sistema de organización del partido, sea cual fuere. Mi libro analiza la diferencia no entre un sistema y otro de organización, sino la forma en que se debe sostener, criticar y corregir todo sistema, sin contravenir a los principios del partido” 13.
Una vez dilucidado el problema de saber cuál es el sujeto teórico de la revolución – no ya el “pueblo” sino el proletariado – Lenin consagra toda su energía militante a proporcionarle el sujeto político indispensable. Sin cesar se esfuerza en delimitar la vanguardia y en reagruparla en el partido socialdemócrata. Dar al proletariado el papel motor en la revolución era luchar contra los populistas; esto significaba comprender la naturaleza de la revolución sin llegar, sin embargo, a darle los medios. Entre los que entonces admitieron el papel histórico del proletariado, ninguno comprendió cual era el arma que en la práctica le era necesaria para “convertirse en lo que es”: una clase.
Contra los economistas, Lenin demuestra que, espontáneamente, el proletariado no llega a superar el terreno de la lucha económica. Afirma que “la lucha de los obreros no se transforma en lucha de clases sino cuando todos los representantes de vanguardia del conjunto de la clase obrera de todo el país tienen conciencia de formar una sola clase obrera y comienzan a actuar, no ya contra tal o cual patrón, sino contra la clase capitalista en su totalidad y contra el gobierno que la sostiene”14.
Admite que las organizaciones socialdemócratas locales constituyen el fundamento de toda la actividad del partido, pero si no pasa de ser la actividad de “artesanos aislados”, no podrá llamarse “socialdemócrata” puesto que no organizará ni dirigirá la lucha de clase del proletariado.
Contra los mencheviques desde 1903, contra la teoría de la organización proceso desde 1905, contra los liquidadores en 1907, Lenin defiende siempre estos principios, siempre la misma idea del partido. Este es el instrumento por el cual la fracción conciente de la clase obrera tiene acceso en la lucha política y prepara el enfrentamiento con el Estado burgués centralizado, punto de apoyo de la estructura social capitalista.
La organización así concebida como sujeto político no es ya una forma pura: es el crisol de una voluntad política colectiva que se expresa por medio de una teoría en perpetua evolución y un programa de lucha. La selección de los militantes y el centralismo constituyen, en esta concepción, dos normas fundamentales. No por gusto sino por necesidad: una necesidad que no se llega a comprender sino confrontando la organización con su objetivo: la revolución.
II. La prueba de la organización en la crisis revolucionaria
1. Las tentativas de definición
En repetidas oportunidades, especialmente en El fracaso de la II Internacional y en La enfermedad infantil del comunismo, Lenin se esforzó en definir la noción de crisis revolucionaria. Enumera los criterios descriptivos cuya apreciación no deja ser subjetiva; delimita una noción más que fundar un concepto. Estos criterios los enumera por primera vez en el fracaso; allí Lenin se empeña en definir los “indicios de una situación revolucionaria”:
a) la imposibilidad para las clases dominantes de conservar el poder bajo una forma invariable; …las bases no quieren vivir más como antes, y las clases altas ya no lo pueden hacer;
b) la agravación al máximo de las condiciones de angustia y miseria, en que viven las clases oprimidas;
c) La acentuación de la actividad de las masas”.
Lenin estimó también “el conjunto de los cambios objetivos que constituyen una situación revolucionaria”. El impresionismo no está excluido de la apreciación de una situación revolucionaria así definida, tanto menos que los criterios enunciados no deben considerarse aisladamente, sino en su interdependencia pues ellos se condicionan recíprocamente. En La enfermedad infantil, Lenin insiste más, como segundo criterio, en la adhesión de las clases medias al proletariado. Esta adhesión no debe considerarse como un fenómeno en sí, sino en su relación con otros fenómenos necesarios: la adhesión de las clases intermedias, es tanto o más resuelta cuanto mas determinado se encuentra el proletariado en su lucha. La definición leninista de la situación revolucionaria hace Intervenir, por lo tanto, un juego de elementos en interacción compleja y variable, al que no se podría aplicar un análisis rigurosamente objetivo. La posición de Trotsky en La historia de la revolución rusaes análoga; allí adopta los criterios leninistas insistiendo explícitamente sobre “la reciprocidad condicional de las premisas”.
Si la estimación objetiva de una situación revolucionaria no parece ofrecer demasiadas garantías, la intervención de un último factor, que unifique los otros y concrete su interacción, disminuye los riesgos. Trotsky considera esta intervención como la condición última en orden, pero no en importancia, para la conquista del poder: “el partido revolucionario corno vanguardia y participe de la clase”. Lenin, por su parte, hace de esta última condición el punto de diferenciación entre la situación revolucionaria y la crisis revolucionaria, que solo existe en el caso en que a todos los cambios objetivos enunciados se agregue un cambio subjetivo, a saber: “la capacidad de la clase revolucionaria de llevar a cabo acciones de masa lo suficientemente ‘vigorosas como para debilitar al gobierno, cuya caída no se producirá jamás, aún en época de crisis, si no se la provoca”.
De esta, manera, la organización revolucionaria supera los tanteos de los diferentes criterios, los enlaza y unifica, constituyéndo en su punto de intersección y eliminando la yuxtaposición La debilidad de la clase dominante, la adhesión de las clases medias, y la impaciencia de las bases, representan su fuerza. La condición para el éxito de la crisis no reside ya en uno u otro de los elementos objetivos, sino en el corazón mismo del sujeto que los sintetiza absorbiéndolos. El nudo de la cuestión no está más en la diversidad imposible de medir que bosqueja la situación revolucionaria, sino en la organización que unifica esta diversidad y la supera.
Gracias a la organización, el proletariado deja de ser un dato más, cuyas variaciones prevé el cálculo burgués de las probabilidades, para convertirse en una voluntad que se expresa; no es más un simple objeto en el campo social; es un sujeto, un desconocido que hipoteca para siempre los planes de la clase dominante. Para jugar realmente este papel, la organización revolucionaria no debe presentarse como una acumulación fluida de individuos, sino como un cuerpo constituido, coherente, con un peso suficiente como para quedar atravesado en el camino de la burguesía. Ella deja de ser una simple pieza que ocupa una casilla vacía en el tablero político; su sola presencia modifica toda la relación de las fuerzas. Si un simple peón puede hacer esto, con mayor razón lo podrá hacer un rey.
2. La crisis revolucionaria como criterio de verdad
La crisis revolucionaria ilumina con una luz nueva la lucha de clases y vuelve a dar a sus protagonistas su justo valor. Entre los desgarramientos de la crisis, se
vislumbra fugazmente la verdad: “la guerra abate y desgarra a muchos hombres, y engaña o ilumina a otros, como lo hace por otra parte toda crisis en la vida de un hombre o en la historia de un pueblo” (Lenin).
a) Para la organización
Lenin recuerda en toda ocasión que la socialdemocracia es la fusión del movimiento obrero y del socialismo. “Separado de la socialdemocracia el movimiento obrero degenera y se aburguesa. Se podría agregar que, separado de las luchas obreras, el socialismo pierde pié y también se aburguesa; él toma de ellas el “instinto” de clase revolucionaria. El partido constituye un puente entre la conciencia incipiente del proletariado y el papel que le está teóricamente asignado. El es el intermediario necesario entre el concepto de clase obrera y su realización práctica, alienada en la sociedad capitalista. Es por esta razón que “la tarea del partido no es imaginar nuevos métodos de ayuda a los obreros, sino apoyarlos en las luchas en las que ya están empeñados (…) desarrollar su conciencia de clase”.
La tarea del partido es atender adecuadamente los dos polos entre los cuales trabaja: la comprensión teórica del proceso de producción, del papel del proletariado, es decir, de la revolución, por una parte, y el contacto directo con las luchas cotidianas de los obreros por la otra. En este doble apoyo, el partido basa su estrategia. Además de ser “la encarnación visible de la conciencia de clase del proletariado”, el partido es el testimonio vivo de la brecha que existe entre el papel teórico del proletariado y su conciencia mistificada por la ideología dominante.
Así concebida, la organización no es un diamante puro, del mismo modo que la teoría no es una ciencia pura. La organización absorbe las contradicciones del sistema en el cual está enraizada. Una prueba de ello es el fenómeno del oportunismo en la Segunda Internacional. Las tesis de Lenin y de Rosa Luxemburgo sobre el análisis de las bases sociales de este oportunismo coinciden ampliamente. Ambos insisten sobre el legalismo parlamentario de los largos períodos de paz relativa, el cual provoca la aparición de una capa de representantes profesionales de la clase obrera, con ambiciones ministeriales y sensibles a los devaneos de la burguesía. Este grupo político se apoya sobre la aristocracia obrera y la pequeña burguesía intelectual, cebadas con las migajas de los pillajes coloniales.
Pero Rosa Luxemburgo desarrolla un razonamiento mucho más sutil que hace a la existencia misma de la organización: el fenómeno del conservadorismo. Lenin había ya entrevisto este fenómeno en El fracaso, pero sin llegar a su desarrollo teórico: “Los partidos grandes y fuertes han tenido miedo de ver sus organizaciones disueltas, sus cajas saqueadas, sus dirigentes arrestados”. Rosa va mucho más lejos para captar el problema en toda su amplitud. Ella se remonta a la situación misma de la organización revolucionaria en la sociedad capitalista: la defensa de los privilegios o el contagio de las costumbres parlamentarias no bastan para explicar el oportunismo. Rebusca el origen de las transformaciones de la organización en una contradicción fundamental que expresa en varias oportunidades, por ejemplo, en Marxismo contra Dictadura: “El movimiento universal del proletariado como lucha por su emancipación integral es un proceso cuya particularidad reside en que, por primera vez desde que la sociedad envilecida existe, las masas hacen valer su voluntad concientemente, contra todas las clases gobernantes, mientras que en realidad la realización de esta voluntad no es posible sino excediendo los límites sociales en vigor. Ahora bien, las masas no pueden adquirir y fortalecer esta voluntad sino por medio de la lucha contra el orden constituido, es decir, dentro de los límites de este orden. Por una parte, la masa del pueblo, por la otra, una finalidad ubicada más allá del orden social existente; por una parte la lucha cotidiana y por otra parte la revolución, tales los términos de la contradicción”.
En Reforma y Revolución, señala los dos riesgos que corre el movimiento socialdemócrata: “…entre renunciar a la condición de masa y renunciar al propósito final, entre recaer al estado de secta y volcarse hacia el movimiento reformista burgués, entre la anarquía y el oportunismo”.
De esto resulta, en el seno de la organización, revolucionaria, la existencia de corrientes rivales, una fiel a la revolución, las otras expuestas a tentaciones sectarias u oportunistas. Es así como la organización revolucionaria no debe solamente fortificarse para el ataque —puesto que en esta perspectiva cierta forma de conservadorismo es una de las condiciones para la estabilidad necesaria—. No puede constituirse en un cuerpo absolutamente extraño al sistema. En su propio seno libra siempre una lucha permanente contra las desviaciones oportunistas, es decir, contra la “herencia del capitalismo”.
En sus luchas cotidianas, aún sus victorias son frutos amargos; cada terreno conquistado “se transforma al mismo tiempo en un bastión contra los progresos ulteriores de mayor envergadura”.
En realidad la organización no es nunca una hoja inmaculada de acero templado. Es más bien diferencial. Esta ocupa el lugar que le corresponde que es el que separa la clase, como sujeto teórico, de su espontaneidad práctica y dominada. El principio del centralismo democrático es el signo de esta posición contradictoria de la organización enraizada en el sistema que debe destruir y superar. El centralismo democrático es la expresión conciliadora y a la vez contradictoria de la adaptación de la espontaneidad revolucionaria (de los militantes’ en la red centralizada de la organización. También es evidente que jamás la cohesión de la organización revolucionaria es tal como para permitirse atravesar sin dificultad la crisis, como si se tratara de un cuerpo homogéneo. La crisis revolucionaria no afecta sólo el sistema que hace bambolear, sino también a la organización que allí se ha constituido. La crisis es para la organización la hora del gran examen y del ajuste de cuentas.
El partido bolchevique no se libró de este proceso: los artículos publicados por Zinóviev y Kamenev contra la insurrección empujan a Lenin a pedir su exclusión en el otoño de 1917: en abril Lenin era minoría contra el Comité Central. La crisis revolucionaria actúa sobre la organización como un revelador; descubre sus defectos y delimita la fracción capaz de concluir la crisis por medio de la revolución. Sirve de patrón, sobre el cual se bosqueja la organización provisoria, ajustándose a la magnitud de su tarea histórica. Es por esta razón que en 1905, Lenin abre de par en par las puertas del partido…
b) Para la teoría
Así como la organización no es de acero puro, la teoría no es una ciencia pura. En los períodos de estancamiento revolucionario aparecen, en el movimiento obrero, tendencias cientificistas. Sería riesgoso considerar que la teoría dice la verdad, claramente y excediendo los alcances de la historia. Lenin se demuestra más prudente después de la insurrección de 1905: “La práctica, corno siempre supera a la teoría”; lo cual no le impide recordar constantemente que “la teoría de Marx es poderosa porque supera a la verdadera”15.
Entendemos entonces que en “como siempre”… debió precisar: en época de crisis.
La teoría es también el signo de una diferencia entre la ideología y una verdad hipotética. Es del orden de la “verdad relativa” que Lenin toma de Engels. Durante la crisis revolucionaria se revela la ruptura entre ideología y verdad, hasta allí intrincadamente mezclada y la teoría pasa a ser “el criterio de la práctica”.
La teoría es entonces una medida posible por esa ruptura entre verdad e ideología; pero no es la única que puede volver a ligarlas de un salto. Si bien representa un medio para contener el conservadorismo organizativo una teoría tomada demasiado seriamente, que pretende forzar a la historia a colocarse en los moldes que ella misma le destina, no deja de constituir, llevada al extremo, un peligro.
Este es el motivo por el que Lenin, aún cuando ataca a priori cualquier problema desde un enfoque teórico no deja sin embargo de recurrir al correctivo de la imaginación revolucionaria; él encuentra allí otro puente, si bien menos racional en su arquitectura que el que le proporciona la teoría. Con todo, entre la ideología y la verdad, el camino de la fantasía corre a veces paralelo al de la teoría y revela la existencia de atajos no previstos por un trazado riguroso. Esta es una imagen de Lenin muy diferente a la del pedagogo austero y frío que se complacía en desairar a Rosa Luxemburgo.
“Es necesario soñar!” “Es necesario soñar” repite Lenin, y traza en pocas líneas el cuadro burlesco de las barbitas y de los monóculo parlamentarios, agrediendo a Rosa por esta incongruencia. El evoca a los Martinov y a los Kritchevsk que lo perseguían con sus ataques: “¿tiene un marxista derecho a soñar?” El les responde con una extensa cita sobre la dialéctica fecunda del sueño y la realidad, para concluir: “de sueños de este tipo hay desgraciadamente demasiado pocos en nuestra organización!”
Del mismo modo que la crisis revolucionaria es la hora de la verdad para la organización, así también ella es la hora de la verdad para la teoría. Queda por saber el porqué.
c) Para la formación social
Hemos indicado que la crisis revolucionaria no afecta la forma de producción sino la formación social. Las contradicciones de la estructura de la forma de producción constituyen el resorte de dicha crisis. El segundo criterio leninista de la situación revolucionaria demuestra que la crisis es en realidad la crisis de la formación social. Mediante la adhesión de las capas medias al proletariado, la estructura social reabsorbe la superposición de las formas de producción, cuya consecuencia es, justamente, la existencia de esas capas intermedias. Durante la crisis, la formación social tiende asintóticamente hacia su forma de producción dominante, que constituye su velada verdad. En La acumulación del capital, Rosa Luxemburgo insiste en que el desarrollo del capitalismo entraña la desintegración de las clases y capas intermedias. Cuanto más la formación social capitalista elimina los vestigios del feudalismo, mayor es su tendencia hacia la forma de producción capitalista —modelo abstracto concebido por Marx— y más dicha desintegración toma características impetuosas. De la estructura aparentemente sólida de la sociedad burguesa, se separan capas cada vez más importantes, desencadenando movimientos que pueden acelerar, por la violencia con la cual estallan, el hundimiento de la burguesía. La crisis revolucionaria acelera el proceso, destaca las contradicciones, dejando frente a frente sólo al proletariado y a la burguesa, al capital y al asalariado, tal como Marx los había teóricamente distinguido, es decir, como los dos polos necesarios e irreductiblemente antagónicos de la forma de producción capitalista.
Este es el motivo por el cual, al desencadenarse la crisis, la formación social tiende a reducirse a su modo de producción dominante.
Una vez estudiadas con precisión las lecciones de 1905, Lenin repite constantemente que “Los Soviets constituyen un nuevo aparato de Estado”. Ataca con violencia a Martov, quien acepta los consejos como órganos de combate, pero sin reconocerles la misión de convertirse en aparato de Estado. Durante la crisis, se modifican las relaciones entre la vanguardia y los rusos. El proletariado llega violentamente a tomar con ciencia de su condición. En el curso de la crisis las masas aprenden en pocas horas más de lo que pudieron aprender en veinte años. Su espontaneidad dominada y mistificada se transforma en espontaneidad revolucionaria, fertilizada por la actividad de la vanguardia. Son los Soviets, “la formación más pujante del Frente Único Obrero” (Trotsky), y no el partido, los órganos del poder de la clase proletaria. Contrariamente a lo que creen los ultraizquierdistas, y a diferencia del partido y del sindicato, los consejos no son una organización permanente de la clase. Su concreta posibilidad de existencia supera el contexto de la sociedad burguesa, y su sola presencia significa, de por sí, la lucha por la toma del poder, es decir, la guerra civil.
La crisis revolucionaria constituye entonces el punto de ruptura donde el proletariado irrumpe realmente en la historia en su calidad de clase, donde “las masas toman en sus manos su propio destino” y comienzan a desempeñar el papel principal. Este es el motivo por el cual durante la crisis revolucionaria la formación social tiende a coincidir con su modo de producción dominante, y la organización y la teoría sufren la prueba de la práctica frente al proletariado que, por primera pez, se conmueve y se expresa como clase. Sin comprender el carácter específico de la crisis revolucionaria, la teoría de la organización se extravía y delira. No siempre Rosa Luxemburgo se sustrae a este delirio.
La crisis actúa como un catalizador por el cual se ponen de manifiesto las diferencias: “La importancia de las crisis, escribe Lenin, reside en el hecho de que manifiestan lo que hasta ese momento se mantenía latente, rechazando todo lo secundario y superficial, sacudiendo el polvo de la política, poniendo al desnudo las causas verdaderas de la lucha de clases, tal como ella se despliega en la realidad”. Basta este doble fondo, revelado por la irrupción violenta de procesos latentes, para dar razón de todas las imágenes y metáforas marxistas referentes a los trabajos ocultos, entre las cuales “el viejo topo” es la más célebre. De aquí que la percepción de la sociedad oscila entre dos alcances. El primero es descriptivo, recuenta y registra los fenómenos sociales, compara las reivindicaciones y los resultados electorales de los partidos. El segundo es de orden estratégico; no se limita a alinear las clases sino que indaga, más allá de las apariencias, en sus conflictos profundos y decisivos “La estadística, dice Glucksmann, encuentra su clave en la lucha de clases, pero no a la inversa”. Para proseguir con una expresión análoga propia de Lenin podemos decir que la política reemplaza a la aritmética por el álgebra, usa las matemáticas superiores más que las elementales. Los burócratas se obstinan en repetir que tres es más que dos, pero en su ceguera electoralista no alcanzan a ver que “en las viejas formaciones del movimiento socialista se integré una sustancia nueva; es así como aparece un nuevo signo, el signo menos, delante de las cifras, mientras los sabios continúan persuadiéndose que menos tres es más que menos dos” 16.
Esta algebraización en el momento de la lucha de clases que de por sí da acceso a la estrategia, es característica del campo político. La crisis revolucionaria se diferencia de la simple crisis económica purgativa del sistema, en que ella es de orden político. Es dentro de este orden que se establece sólidamente la teoría leninista de la organización.
III. La organización como vía, de acceso a la política
1. Los problemas posteriores a mayo
Las discusiones que sucedieron a los acontecimientos de mayo del 68 se refieren con frecuencia al problema del partido revolucionario. En su mayor parte para sugerir innovaciones, proponiendo “un tipo nuevo de partido”, o más simplemente para denunciar el anacronismo del Partido abandonado a la panoplia anticuada del bolcheviquismo.
En realidad, so pretexto de la novedad y de la actualidad, se trata de un viejo problema del movimiento obrero que vuelve a aparecer. ¿Qué dicen hoy los innovadores en la materia? El editorial de Temps Modernes de mayo-junio del 68 asigna como única función al aparato del partido “coordinar las actividades de los dirigentes locales por medio de una red de comunicaciones e informaciones; elaborar perspectivas generales…“ En cuanto a Glucksmann, descompuso las diversas funciones del partido (teórica política y económica). El afirma que unmovimiento revolucionario “no tiene necesidad de organizarse como un segundo aparato de estado, su tarea no consiste en dirigir sino en coordinar…” La afirmación es, o bien una falacia, ya que el partido no debe erigirse jamás en aparato de estado, o bien un error, ya que la clase en lucha debe mirar a la constitución de una dualidad de poder, a la creación d sus propios órganos de poder centralizado, su propio estado. El término, mal definido, de movimiento revolucionario, conserva la ambigüedad; se llega así a una concepción de la organización en la cual son necesarios los centros, “no para hacer la revolución, sino para coordinarla”, y donde el rol de los “estados mayores” se esfuma en provecho de los “equipos de trabajo formados por los especialistas”.
Algunos grupos fundamentan esta renuncia al partido de “tipo leninista” en el hecho de que la ideología dominante, en escala mundial, no sería más la de la burguesía, sino la del proletariado. La revolución china, en particular, habría invertido la relación de fuerzas de modo tal que es el proletariado el que encierra y asedia a la burguesía 17 en resumen, la ideología proletaria es ahora la que domina, lo que hace superfluo la delimitación estricta de la vanguardia. Es la hora del intercambio entre diversas corrientes de vanguardia que comparten desde el principio una ideología marxista ambiental. En realidad, todas estas hipótesis renuevan una problemática de la cual Rossana Rossanda, en su artículo de Temps Modernes, se revela como lúcida intérprete: “El centro de gravedad se des plaza de las fuerzas políticas a las fuerzas sociales”.
Una de las sistematizaciones más rigurosas de esta problemática es debida a Arthur Rosenberg (Historia de bolchevismo), para quien la teoría del partido es función del estado de desarrollo del proletariado. En la época en que el proletariado estaba débilmente desarrollado, un puñado de intelectuales funda organizaciones conspirativas reducidas, intérpretes de la conciencia de clase del proletariado todavía somnoliento. Así es el caso de Marx y Engels, que en algunas oportunidades consideraron que el partido se limitaba a sus propias personas físicas. Según Rosenberg, Lenin adopté para Rusia, cuyo proletariado estaba aún débilmente desarrollado, el mismo tipo de partido. En una etapa ulterior, el proletariado, desarrollado como consecuencia del auge de la gran industria, se apropia de la teoría marxista y se compenetra con ella, pero las organizaciones copian de ella la justificación de su propia existencia y de las luchas reivindicativas básicas que llevan a cabo; es la época de la II Internacional. Por último, en un tercer período, el proletariado, educado por sus luchas, se convierte en clase revolucionaria; el papel del partido se encuentra disminuido: no pudiendo más pretender la dirección, se contenta con ser el simple intérprete de las aspiraciones del proletariado.
2. Los errores del luxernburguismo
a) El pecado de hegelianismo
En resumen: debido al desarrollo histórico del proletariado, la clase en sí se transformará progresivamente en la clase para sí; el sujeto teórico de la revolución tenderá a coincidir con su sujeto político. Esta tesis se basa sobre la problemática hegeliana del en sí y del para sí. La definición de Marx respecto de esta tesis es la que Poulantzas califica como histérico-genética: masa indiferenciada en sus comienzos, la clase social se organizará como clase en sí para llegar a clase para sí. Esta problemática comete el error de concebir la clase como sujeto práctico de la historia. El autodesarrollo histórico de la conciencia de clase anuló el papel del partido. Ahora bien, según Poulantzas, “si la clase es realmente un concepto, éste no indica una realidad que pueda ser ubicada en las estructuras”. Dicho de otra manera, la política, que es el orden al que pertenece el partido, es irreductible en lo social: la clase, como concepto, permanece como sujeto teórico y no práctico de la historia; la mediación del partido, por la cual ella tiene acceso a la política, le sigue siendo indispensable.
La posición de Rosa Luxemburgo no es clara, su vocabulario y su sintaxis traicionan con frecuencia al hegelianismo, como lo hace justamente notar Robert París en su prefacio a la Revolución Rusa . En el curso de la historia, el concepto de proletariado, inicialmente alienado, se realiza progresivamente. Por lo tanto, la revolución se plantea como un sujeto oculto, y las alternativas de la lucha de clases no son más que sus manifestaciones. Cada derrota, cada error, cada revés, se interpretan como momentos necesarios en el proceso de realización del concepto. De aquí resulta, con entera evidencia, el papel totalmente secundario que juega la organización de vanguardia: “el único sujeto al cual incumbe hoy el papel directivo es el no colectivo de la claseobrera, que reclama resueltamente el derecho de cometer ella misma los errores. . .
b) Confusión de lo teórico u lo político
Esta concepción cripto-hegeliana de la historia se manifiesta bajo otro aspecto. Rosa Luxemburgo señala en La acumulación del Capital una depuración progresiva de la formación social que hace visible la forma de producción. Y constata una polsri7ación creciente de las clases alrededor de la burguesía y del proletariado. De esta evolución ella deduce directamente el desarrollo de la conciencia de las clases enfrentadas.
Confunde así el nivel teórico de análisis y el nivel político, al deducir el segundo del primero: es lo que Lukács llama la sobrestimación del carácter “orgánico” de las luchas de clases. Si la formación social coincide con la forma de producción, la política, se disuelve en la teoría, la táctica en las estanterías. En la época del imperialismo no hay más guerras de liberación nacional; en la época de la revolución proletaria no hay concesiones hacia el campesinado. En realidad, allí está la dimensión política que falta a Rosa Luxemburgo. Ella cree en el “refuerzo creciente de la conciencia de clase del proletariado”; existiría una evolución gradual de la conciencia de clase, durante la cual la autonomía organizativa del partido sólo es necesaria en un momento dado dentro del proceso de desalienación del proletariado (el tiempo que este último necesita para percibir el papel histórico que encarna).
A causa de esta confusión de niveles, Rosa Luxemburgo subestima los factores políticos e ideológicos y su función. No es suficiente que las clases estén polarizadas al extremo para que sus intereses revolucionarios se expresen espontáneamente; ellas pueden permanecer aún mucho tiempo bao el encanto de la ideología burguesa, cuya función es, precisamente, enmascarar las relaciones de producción. Sólo la crisis revolucionaria disuelve esta ideología y pone al descubierto los mecanismos. En la crisis, la ideología burguesa revela su desnudez; los intentos autojustificativos de la burguesía, y las tentativas para hipostasiar la historia terminan en el fracaso. En mayo, la burguesía francesa sólo tiene como disfraz la mediocridad de las ampulosidades académicas, y la prosa gris y brutalmente reaccionaria de un Papillón. Pero si ella consigue mantenerse en el poder después de la crisis, se presenta con una nueva fachada, y vuelve a poner en acción sus mecanismos de seducción ideológica, que actúan como un disolvente de la cohesión de la clase obrera.
Quienes hoy hacen de los sucesos de mayo un acta de nacimiento (de la espontaneidad revolucionaria del proletariado que sucede a su espontaneidad dominada), no hacen más que extrapolar un momento político preciso: el de la crisis revolucionaria Ellos teorizan su propia sorpresa y su propia maravilla, tanto más grandes porque no imaginaban la posibilidad de una crisis semejante. Al hacer esto, dejan el terreno de la política para entrar en el de la nieta política, posición que los acerca a la de Rosa Luxemburgo.
c) La teoría de la organización-proceso
La teoría luxemburguesa de la organización-proceso es la consecuencia de los residuos del hegelianismo y de la confusión de lo teórico con lo político. Rosa se obstinará, fuera de toda lógica, en plantear la organización como un producto histórico: “también en el movimiento socialdemócrata, la organización es un productohistórico de la lucha de clases en el cual la socialdemocracia simplemente introduce la conciencia política”. En otra oportunidad ella definió la socialdemocracia como “el movimiento propio de la clase obrera”. Insistiendo sobre la agresión de las contradicciones del capitalismo, y confiando en el proletariado y en su espontaneidad revolucionaria, ella sólo concibe la organización como la confirmación del estado de desarrollo de la clase, y como el agente susceptible de catalizar su condensación. En esta perspectiva, la dimensión organizativa no tiene densidad. Definir la socialdemocracia como el movimiento propio de la clase, revela una concepción mecanicista más que política. Si los bolcheviques hubieran adoptado semejante concepción, habrían tenido que esperar la autorización del Congreso de los Soviets para desencadenar la insurrección. Sin embargo, sólo la vanguardia organizada podía comprender que la fecha de la insurrección debía anticiparse al congreso y desencadenarla efectivamente.
Todos los esfuerzos de Lenin en materia de organización están, precisamente, consagrados a evitar la confusión entre el partido y la clase. En el ¿Qué Hacer? él insiste sobre el hecho de que el movimiento puramente obrero es incapaz de elaborar por sí mismo una ideología independiente, y que todo empequeñecimiento de la ideología socialista implica un fortalecimiento de la ideología burguesa; que “el desarrollo espontáneo del movimiento obrero termina por subordinarlo a la misma”, lo que significa “la dominación ideológica de los obreros por la burguesía”. Más precisamente, en Un paso adelante, dos pasos atrás, toda la discusión con Martov sobre el párrafo 1 de los estatutos tiene por finalidad la distinción clara y neta entre clase y partido. La amplia difusión de la afiliación al partido “comporta una idea de desorganización,la confusión de la clase y del partido”.
Más adelante, Lenin retorna la fórmula utilizada por Martov, según la cual “el partido es el intérprete consciente de un proceso inconciente”, para concluir: “esto está bien porque es un error querer que cada huelguista pueda titularse miembro del partido; puesto que si cada huelga no fuera la expresión simple y espontánea de un poderoso instinto de clase, sino la expresión conciente del proceso que lleva a la revolución social., entonces nuestro partido se identifica inmediatamente de un solo golpe, con toda la clase obrera, y en consecuencia terminaría de un solo golpe con toda la sociedad burguesa”. Sólo en la crisis revolucionaria el partido y la clase tienden a fusionarse, porque en ese momento la clase toma parte en forma masiva en la lucha política. El partido es el instrumento por el cual la clase revolucionaria mantiene su presencia en el nivel político como una amenaza permanente para la burguesa y su estado. Pero la crisis revolucionaria, al abrir el campo político a la clase como tal, transforma cualitativamente la vida política. Es por ello que las organizaciones ven llegar a la crisis como su prueba de fuego, y que en la crisis, la práctica tiene prioridad sobre la teoría.
La política leninista se instaura en esta relación dialéctica entre clase y partido. Ninguno de los dos términos es reducible al otro. Los que minimizan el papel de la organización no la conciben sino en función de coyunturas precisas, del mismo modo que los que proponen normas organizativas diferentes para los períodos de legalidad e ilegalidad, Lenin la concibió de una manera diferente, determinando así una continuidad de los principiosorganizativos relativos a la tarea del partido: la lucha por el derrocamiento del estado burgués, punto de apoyo de la formación social capitalista Este objetivo sitúa también al partido en el orden de lo político; es el Estado, como regulador de las relaciones de producción, lo que está fundamentalmente en juego en la lucha política, En este contexto invariante, el partido dispone de un margen de adaptación en lo que respecta a sus tareas inmediatas, pero nunca está definido en relación a estas, sino siempre en función de su tarea fundamental.
Toda revisión de los principios leninistas de la organización procede, en uno u otro aspecto, de un deslizamiento fuera del campo político, mientras que en realidad es sólo en este campo que se arman y se enfrentan los protagonista de la crisis revolucionaria y donde se encuentra su objetivo: el Estado. Rosa Luxemburgo ilustra con frecuencia su concepción de la evolución histórica del proletariado por un pasaje de la inconciente a lo conciente; “lo inconciente precede a lo conciente y la lógica del proceso histórico objetivo precede a la lógica subjetiva de sus protagonistas”. En realidad, más allá del esquema simplista del conciente y el inconciente concebidos como atributos respectivos del partido y la clase, la problemática leninista alcanza la reinterpretación freudiana donde la oposición conciente-inconciente está sustituida por la oposición “yo coherente” ”elementos rechazados”, en la que el inconciente es un atributo común a los dos términos. De esta manera, en la problemática leninista de la organización no hay un trayecto continuo del en sí al para sí, del inconciente al conciente.
El partido no es la clase en pie de guerra, él permanece expuesto a las incertidumbres, a los balbuceos teóricos y al inconciente. El expresa el hecho de que en una formación social capitalista, no habría clase “para sí” como realidad sino sólo como proyecto, si no fuera por la mediación del partido. Lukács lo destacaba vigorosamente en su artículo sobre Lenin: “sería forjar vanas ilusiones contrarias a la verdad histórica, imaginar que la conciencia de la clase, genuina y susceptible de conducir a ésta a la toma del poder, pueda nacer en el seno del proletariado, sin choques ni regresión, como si el proletariado pidiera ideológicamente compenetrarse poco a poco de as vocación revolucionaria según una línea clasista”. Por otra parte, esta es la razón por la cual la crisis revolucionaria, según la misma Rosa Luxemburgo, no se produce nunca demasiado pronto y siempre demasiado pronto. Nunca demasiado pronto porque las premisas económicas y la existencia del proletariado están necesariamente reunidas; siempre demasiado pronto porque las premisas políticas y la plena conciencia de sí del proletariado no está nunca cumplidas totalmente. Así resulta que el partido pueda estar armado para derrocar al estado burgués, pero esto no le basta para afrontar las responsabilidades posteriores a la crisis.
3. La especificidad de lo político
¿En qué consiste para Lenin la lucha política sobre la que insiste incesantemente? Ante todo, él se empeña en explicar qué no es: “Es inexacto afirmar que la realización de la libertad política es tan necesaria al proletariado como el aumento de los salarios… Su necesidad es de otro orden, no es la misma, es de un orden mucho más complejo”. Este es el campo del álgebra al que se refirió en un pasaje anterior. Sin cesar, Lenin lucha contra la reducción del orden político al orden económico, contra todo lo que pueda restar interés a la lucha de clases.
El corrige la Rabotchaiü Myal para quien “lo político sigue siempre a lo económico”; él fustiga el Rabotchéje Dielo que “deduce los objetivos políticos de las luchas económicas”.
Pero más allá de esta posición, Lenin, más que definirlo, habla de lo político.
En realidad, el terreno político no se forma de golpe, sino que se constituye con la estructuración de las mismas fuerzas políticas. Es por eso que “la expresión más vigorosa, más completa, y la que mejor define la lucha de clases políticas es la lucha de los partidos”. Por medio de esta lucha cuyo objetivo es el Estado, se instaura la especificidad de lo político, que es el punto en que irrumpe la crisis revolucionaria.
Esta especificidad permite definir el sujeto político con mayor precisión excluyendo todo determinismo riguroso de la economía. Lenin permanece siempre vigilante al papel original que pueden desempeñar ciertas fuerzas políticas, sin proporción, a veces, con sus verdaderas bases sociales. Este papel no depende sólo de las raíces sociales sino también del lugar ocupado en la estructuración específica del campo político. De esta manera resulta comprensible, con total ortodoxia leninista y sin recurrir a extrapolaciones sociológicas, el papel jugado en mayo por los estudiantes. En un artículo sobre Las tareas de la juventud revolucionaria, Lenin ya determinaba que: “La división en clases es con toda seguridad el cimiento más profundo de la agrupación política; evidentemente es siempre esta división de clases que al fin de cuentas determina esta agrupación. Pero éste al fin de cuentas lo establece la lucha política sola”.
Así resulta que, contrariamente a todo fatalismo, la iniciativa del sujeto político contribuye al desencadenamiento de una, crisis revolucionaria cuyo desenlace aún depende en parte de él. La lección correlativa es que la riqueza de lo político mezcla las cartas: su complejidad hace que el desencadenamiento, es decir, el pretexto de la crisis, no se da casi nunca donde se lo espera “lógicamente”. Por esto el partido debe vigilar todo el horizonte social, “cultivar todos los terrenos, aún los más viejos, los más estériles, los máscorrompidos en apariencia”, convencido de que “si se cierra una salida, se podrá siempre encontrar otro camino, a veces el nula imprevisible”.
Estos vuelcos, estas explosiones repentinas, inesperadas, que pueden tomar desprevenida la organización revolucionaria víctima de sus anteojeras y prejuicios, constituye la característica política cuando la crisis revolucionaria aflora donde nadie la prevée. Los sucesos de mayo ilustraron su estructuración específica, ofreciendo una imagen desalienada y sin mutilaciones de la política, una imagen seductora para todos los que la imagina con un rostro austero. Amputada por los partidos tradicionales, truncada por la lucha sindical, política y antiimperialista, política, descuartizada y saqueada no era más que un lamentable títere. Nanterre inició la recomposición del rompecabezas y restituyó a la política su función totalizadora, por la cual la crisis puede herir y minar el conjunto de contradicciones. Cuando la política está hecha trizas, la crisis revolucionaria está dividida, cargada brecha a brecha, dominada frente tras frente.
4. Estrategia del proletariado y de la burguesía
Para la burguesía, las formas de la dominación política son secundarias en relación a su dominación económica. El poder político de la burguesía puede tomar la forma del fascismo, del bonapartismo o de la democracia parlamentaria. Pero, estratégicamente, ella se sitúa a nivel de lo económico: “la dominación económica lo es todo para la burguesía, mientras que la forma de dominación política es una cuestión de último orden”. Mantenerse sobre el terreno de la lucha económica es intentar derrotar a la burguesía en su propio campo es por esto que Lenin insiste repetidamente en el ¿Qué hacer?, que “la política tradeunionista de la clase obrera es precisamente la politica burguesa de la clase obrera.”
Por el contrario, el lugar estratégico del proletariado es el terreno político. Las estructuras políticas burguesas concentran y reproducen todas las formas de esclavitud del proletariado el cual, como lo subraya el Manifiesto, es la primera clase en la historia dominada bajo todos los aspectos (económico, ideológico y político), cuando, en la época de su evolución política, la burguesía ya poseía el poder económico. En consecuencia, las luchas estratégicas del proletariado en su condición de clase, son luchas políticas. Que es justamente lo que entrevió Rosa Luxemburgo cuando señaló en varias oportunidades que no se pueden separar artificialmente las luchas reivindicativas de las luchas políticas, y que no hay huelga de masas puramente económica. Con todo, ella no extrae de estas consideraciones todas sus consecuencias, quedando también con relación a este punto rezagada con respecto a la comprensión táctica de Lenin. Refiriéndose a su crítica de la sustitución de la Asamblea Constituyente en el invierno de 1917, Lukács sugiere que ella concibió la revolución proletaria bajo las formas estructurales de la revolución burguesa.
Conclusión
Los malentendidas entre Lenin y Rosa Luxemburgo no son simples escaramuzas aisladas sino que manifiestan la existencia de dos problemáticas diferentes donde se enfrentan la dialéctica marxista y la dialéctica hegeliana. Una es política, la otra metapolítica. Para nosotros, aún reconociendo que Rosa ha contribuido en muchos aspectos al enriquecimiento de la teoría revolucionaria, únicamente la problemática leninista permite plantear realmente los problemas de la organización. De aquí resultan para el futuro inmediato dos puntos fundamentales:
1. No se puede disociar la elaboración de una estrategia revolucionaria de la estrategia de la estructuración de una organización revolucionaria. Ambas se
condicionan recíprocamente. La estrategia revolucionaria es la condición de efectividad de la organización, pero la organización es la condición de existencia de la estrategia. Si es cierto que la validez de una consigna depende de la relación de las fuerzas que la sustentan, la existencia de la organización y su desarrollo transforma las condiciones de formulación de las consignas.
2. Todo trabajo de organización debe tender a la construcción de un partido. Esto no significa que la existencia de un partido cuidadosamente organizado deba ser una condición previa a la lucha revolucionaria. Pero, en virtud de los principios leninistas, se debe tender a la constitución de ese partido, Sí no se lo toma como un fin exterior a la práctica inmediata, sino como un horizonte que orienta y condiciona esta práctica, ningún sistema de organización quedará suspendido en el vacío sino que tenderá a adaptarse a los principios. Así como en la lucha revolucionaria, en la estructuración de la organización el movimiento no lo es todo; el fin que se le asigna vuelve a actuar sobre el carácter y la evolución del mismo movimiento.
Documents joints
- N. Poulantzas, Pouvoir politique et classes sociales p. 11. Editorial Masperó (Nota: existe una versión castellana en Ed. Siglo XXI, México).
- Lenin: Œuvres, tomo 1, p. 324 y 257. Ed. de Moscú.
- Lenin: Œuvres, tomo y, p. 20, ed. de Moscú.
- Lenin: Œuvres, tomo 28. p. 310, ed. de Moscú.
- Lukács: Histoire et conscience de Classe, p. 101, Ed. de Minuit (Nota: existe una versión castellana en Grijalbo que fue traducida por Manuel Sacristán).
- Lukács: Ibid., p. 281.
- Lenin: Œuvres, t. 1, pp. 273-290-294, ed. de Moscú.
- Rosa Luxemburgo: Marxisme contre dictature.
- Rosa Luxemburgo: Ibid.
- Marxisme contre dictature.
- Ibid.
- Marxiime contre dictature.
- Lenin: Qeuvres, tomo VII, p. 494, Ed. de Moscú.
- Lenin: Œuvres, tomo IV, p. i7, Ed. de Moscú.
- Lenin: Œuvres, tomo XI. p. 172, Ed. de Moscú.
- Lenin: Œuvres, tomo XXXI, p. 99, Ed. de Moscú.
- Cf. el artículo de los militantes de los C. A. Vincennes-Sorbona: Aprés mai, Ed. Masperó, pp. 21, 23 y 28.