Historia de Mayta. La historia se rebela.
Mario Vargas Llosa
La encueste del novelista toma a Mayta en una encrucijada de su vida, en la que se enfrentan irremisiblemente la duda y la fe, el entusiasmo y la decepción. El narrador realiza un proceso radical, que asciende de la crisis del militante a la de su causa, del revolucionario a la revolución. Esto supone ya una opción, una toma de partido que hace de la revolución una ficción subjetiva, despreciando de entrada su necesidad social e histórica.
El personaje de Mayta emerge poco a poco de la memoria fragmentada, como un moralista intransigente (que a los quince años hizo una especie de huelga de hambre individual y privada, en solidaridad con los pobres), un disidente vocacional (que rompió con la Iglesia, después con el PC y finalmente con su pequeño grupo trotskista para hundirse en su soledad irreductible). Es un “ascético”, un “suicida” que se niega a “sensualizarse”, es decir, según dice él mismo, “ablandarse”, “inclinarse”, “hacer esas pequeñas concesiones que minan la moral”1. La propia elección del término es insólita, “sensualizarse”. Parece un lapsus: .es Mayta un frustrado, un monje perverso? Todo lo sugiere.
Vargas Llosa se concentra en su “tendencia autodestructiva de heterodoxo, de rebelde orgánico”, para quien disentir’ es casi una segunda naturaleza. Vargas parece fascinado por una especie de patología de la rebelión, sin sentir la necesidad de interrogarse seriamente sobre la norma, aturdido por una búsqueda de pureza política que conduce a la irrealidad, un último nivel de la disidencia, cuya fuente es mas “emotiva o ética” que ideológica.
La necesidad radical de absoluto se rompe sobre la realidad trivial, antiépica por excelencia, de la revolución real: “una larga paciencia, una infinita rutina, algo terriblemente sórdido, con mil y una mezquindades, mil y una villanías, mil y una…”
El fantasma, el Imaginario histórico, al pretender forzar el curso de la realidad histórica, degenera en totalitarismo. Sin embargo, la tragedia de Mayta está en que no es un fanático ciego, sino un intransigente ya parcialmente lucido. Como prueba sus formulas, paralelas a las de la hermana monja de Vallejos, su compañero de armas: ¿Quién ha dicho que la duda es incompatible con late?: “ – Hemos perdido las ilusiones falsas, pero no la fe”.
“Historia de Mayta” es la historia de un sueño fracasado, del paso, imposible o prohibido de la ficción a la realidad. Su hilo conductor es una encuesta – una “búsqueda”, decía Vargas Llosa a Le Monde (16 novembre 1984) –, le reconstrucción de la historia de Mayta, trotskista, homosexual y guerrillero de primera hora nada, a través de los testimonios fragmentarios y contradictorios de los que le conocieron. Así emerge pocos poco un rompecabezas del pasados que se perfila sobre al fondo presente de un “Perú de apocalipsis”, en plena descomposición, rumbo a una nueva “guerra del fin del mundo”, en la que las ideologías y loa bloques se enfrentan por medio de sombras y muñecos, en una apoteosis de violencia bruta, sinsentido ni finalidad.
La triste e insignificante historia de Mayta aparece así, por contraste, como “un caso premonitorio en su absurdidad y su tragedia”, precedente de la victoria de Castro y de la pasión foquista de los años 60. En palabras de Vargas Llosa, es “una radiografía de la desgracia peruana”.
Así Vargas Llosa retorna la analogía fácil entre fe religiosa y fe política, sin preguntarse sobre las posibles diferencias entre una y otra. En última Instancia, el compromiso revolucionario no toma como referencia ninguna garantía de carácter divino, ni ninguna certeza en el porvenir de tipo científico. Por ello mismo deja al individuo una responsabilidad plena de opciones y sus actos: el militante decide su vida íntegramente sobre la base de una apuesta razonada y unas probabilidades. A partir de ello, pone una energía absoluta al servicio de certidumbres necesariamente relativas. Si puede utilizarse la palabra “fe”, esta fe racional, que no tiene paraíso nI purgatorio, no tiene nada que ver con la gracia mística.
La “fatiga” que Vargas Llosa descubre en una vieja foto de Mayta es probablemente el producto de un largo camino sobre esta estrecha vía. Y sin embargo sobre este rostro agotado se sigue Inscribiendo esa “probidad secreta”, que hace reaccionar frente a toda injusticia y esa “convicción justiciera” para la cual nada es más urgente que cambiar el mundo.
La confusión de valores
Solamente en el último capítulo Vargas Llosa muestra la palabra final del enigma que ha recorrido toda la novela: ¿qué es lo que ha podido apoderarse de la pasión de Mayta, destruirle y reducirle a un fantasmal vendedor ambulante de helados? El autor constata que no ha sido ni el fracaso de su efímera epopeya ni siquiera los años de prisión injustificados. Ha sido descubrir que las acciones revolucionarias a las que se había entregado para franquear el puente peligroso que va de la ficción a la realidad, habían perdido su sustancia política para reducirse “objetivamente” a delitos comunes. Y Vargas Llosa nos entrega su mensaje: su rechazo de la violencia subversiva y de las teorías que aprisionan la realidad o la mutilan a la fuerza. La única solución que admite está en la vía de las reformas, aunque sea difícil admitir “que la solución pueda ser gradual, que la mediocridad sea preferible, a una perfección absoluta que no existe”. Y por el contrario, Vargas se pregunta si “la insurrección minúscula de Mayta no es el comienzo de todas las ideologías que presentan la violencia como solución para America Latina” (Le Monde 16 novembre 1984). Detrás de Mayta no están solamente Marx, Lenin o Trosky, sino también Guevara, Fonseca y tantos otros que son repudiados como promotores del totalitarismo.
Quizás militantes desencantados del post-franquismo en España se dejen seducir por la evocación de la alienación militante a través del caso de Mayta. Lo mismo puede ocurrir cuando el libro se edite en Francia. Sin embargo, no se pueden separar las piezas del discurso de Vargas Liosa: es un discurso coherente que aparecía en “La guerra del fin del mundo”. Paradójicamente, su oposición a la realidad de las ideologías le obliga, con el pretexto de fundar una política realista frente a la degeneración de una violencia que ha llegado a la locura a inventar una realidad a la medida, tan imaginarla como efímera la institucionalización democrática en América Latina Como esta vía esta obturada por la crisis, la creciente dominación imperialista, la miseria cotidiana, es ilusoria la oposición de la “mediocridad” razonable de las reformas a la imposible perfección revolucionaria. Aferrarse a esta quimera conduce en la práctica a fundar una política de derechas.
El fracaso literario
Contrariamente a las novelas anteriores de Vargas Llosa, “Historia de Mayta”, por su estructura y su conclusión, supone explícitamente un manifiesto político y estético, perfectamente resumido en la entrevista a Le Monde: “Al mismo tiempo, es una novela sobre la ficción: la ficción en la literatura, la ficción en la política. La ficción positiva y la ficción negativa. La ficción positiva es la que se reconoce como tal, la que inventa la que supera la realidad y crea una realidad diferente que te consuela. La ficción negativa es la que no se reconoce como tal la que pretende ser la verdad, la descripción racional de la realidad”.
Pero esta novela ilustra por sí misma el fracaso del empeño. Cualquiera que sea su interés, es una mala novela. Vargas Llosa tropieza sobre un intento literario que no tiene solución conocida: hacer entrar al militante revolucionario moderno en la literatura En su abstracción mística, el personaje de Antonio Conselheiro y sus jefes cangaçeiros tenían una poderosa existencia en “La guerra del fin del mundo”. Cada uno a su manera, aparecían con su presencia épica. En cambio Mayta queda como una vaga silueta sin unidad: podemos sentir afecto por uno u otro de sus rasgos, dialogar políticamente con él, sentir ternura. Pero Mayta no existe, se desvanece con las huellas que ha dejado en memorias débiles o malintencionadas.
Hay una razón profunda para este fracaso narrativo. Mientras que el drama novelesco, desde su época clásica en el siglo XIX, trata de un sujeto dividido entre el hombre público y el hombre privado, rasgado en lo más profundo de su ser, y neurotizado potencialmente en su relación con la colectividad, el militante revolucionario autentico, por un compromiso que unifica teoría y practica, restablece una relación profunda del individuo con la totalidad histórica en movimiento y tiende a superar este desgarramiento.
Por supuesto, esto no pone fin a las contradicciones, pero son diferentes a las que caracterizan el drama novelesco: su realidad histórica excede siempre, desborda y convierte en irrisorio su equivalente literario. Bajo la pluma del narrador solo aparece una concha vacía o una caricatura el militante, su densidad existencial, no pertenece al mismo mundo que el narrador y se resiste a ser poseído por la novela.
La Revolución pertenece a la tragedia, o a la comedia, pero ciertamente no al género novelesco. Valdría la pena reflexionar sobre por qué las grandes revoluciones de este siglo no tienen expresión narrativa valiosa. Las novelas stalinistas son fabulas moralizantes. Las novelas dignas de ese nombre que se plantean el tema revolucionario lo hacen siempre a partir de militantes arrepentidos, desencantados o marginales. Sería un poco simple explicar el fenómeno porque el militante que no está en crisis ni ha abandonado la lucha, pertenece a un universo inhumano, mecánico, fuera de toda creación estética posible.
Porque, por el contrario, el militante vive con los demás y con la colectividad una relación cuyas mediaciones no corresponden completamente a las de la psicología clásica, con la cual la novela mantiene una profunda complicidad2.
La historia se rebela
El militante Mayta no escapa a esta regla. Incluso cuando rompe con el partido o el grupo, se niega a agachar la cabeza, rechaza firmemente hundirse en “su historia”. A fin de cuentas, esta obstinada ausencia le da una grandeza, con independencia de la voluntad del autor. Sintiendo que el personaje se le va entre las líneas, se le escapa, Vargas Llosa fuerza sus rasgos para aprisionarlo mejor y haciendo esto cae inevitablemente en la caricatura. Así por ejemplo, ¿por qué hacer de su héroe un homosexual? Mayta podría haber sido perfectamente troskista, guerrillero y homosexual, pero no lo era. Entonces, ¿por que añadirle este carácter? “Para acentuar su marginalidad, nos dice el autor, su condición de hombre lleno de contradicciones…” Si la razón es esta, podía haberle hecho además judío o negro…
El realismo novelesco es “mentir con conocimiento de causa”, repite varias veces Vargas Llosa, hasta el punto de establecer así una regla de su estética. Esta sería la única forma de escribir historias a partir de la Historia Esta distancia, esta sutil variación sobre la mayúscula y la minúscula, esta mentira necesaria es más bien la señal de un proyecto imposible que termina en un simple malabarismo. La ficción falsifica la Historia, pretendiendo apoderarse de su fuerza de realidad y de convicción3. Y como era de esperar, la Historia se rebela: Mayta se escapa de su autoral que domina por completo, humana y moralmente (al menos el Mayta que se adivina más allá del libro, que podría ser el protagonista de una magnifica biografía, pero no de una novela escrita por un literato absolutamente incapaz de comprenderle).
En alguna parte de la novela, el fantasma de Mayta dice: “Yo quiero ser lo que soy, un revolucionario, con los pies planos, marica… Nace falta una revolución, pero “otra revolución”, autentica, integra, no a medias, capaz de conseguir que nadie tenga vergüenza de ser lo que es”. Palabras, palabras… un discurso de mitin, frases muertas caídas del árbol Mayta. También el lenguaje se escapa de la totalidad concreta y se vacía de sustancia.
Así el Mayta atrapado en las redes de Vargas Llosa es sólo una pálida copia, una especie de figurante. Y a este figurante concede el autor una tierna conmiseración, una indulgencia de adulto hacia un niño, como un estudiado homenaje al almacén de las causas perdidas. Sin embargo, Mayta no dice su última palabra. En primer lugar, ¿cuál es el valor de ciertas causas “ganadas”? .Y quien dirá finalmente si una causa es “ganada” o perdida? ¿Quién es el juez y cuál es su ley?
Vargas Llosa revocando drásticamente lo que llama “ficción política” – a la que califica negativamente, no admitiendo más que la ficción literaria – capitula de hecho ante la realidad tal como es. Rechaza por principio la enorme tarea de conciencia y de imaginación que son las grandes transformaciones sociales, las utopías creadoras de las revoluciones que, haciendo su camino, esculpen una Historia sin ninguna predestinación.
Manuscrito de 1984. Probabilidad Rouge Marzo-Abril
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- Las citas de la novela están re-traducidas al castellano de la versión que ha hecho Bensaid al francés.
- Al menos hasta la gran revolución proustiana. Después hay algunas novelas metafísicas (Lowry), novelas que traducen los conflictos de categorías sociales paniculares (la novela femenina de V. Woolf, D. Lessing o M. Duras), o de una variante barroca de sociedades particulares (Márquez, Carpentier…) o incluso hay una novela de la disidencia (Soljenitsin), Pero no encontramos en ella el sujeto clásico novelesco.
- La historia de Mayta está también llena de alusiones a la historia contemporánea de América Latina, desde la muerte del Che a los orígenes de “Sendero Luminoso”.