La ambiguedad de “fascismo y dictadura”

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En un artículo del n° 9 de Criticas de la Economía Política, Jean-Luc Painant abordaba rápidamente la crítica de Poulantzas, en un artículo titulado “Contra la mecánica política”. El libro de Poulantzas Fascismo y dictadura constituye la aplicación a un problema histórico concreto del aparato conceptual presentado en su libro precedente, Poder político y clases sociales. Este ensayo representa, por lo tanto, para el método de Poulantzas, la comprobación de la práctica. Como retomar, desde la perspectiva del materialismo histórico, definido como “ciencia de la historia”, el movimiento real de la lucha de clases, teniendo en cuenta que por temor a caer en el historicismo, uno ha debido tomar entes sus precauciones?

La tentativa, inspirada sin duda en ciertos trabajos de Althusser, es globalmente discutible. Volveremos sobre el tema. Sin embargo, podemos señalar que las contradiccioncs que le son inherentes aparecen más agudizadas aun en su aplicación al objeto elegido por Poulantzas. Una de las ideas centrales de su libro precedentes consistía en reto mar una distinción fundamental: la del modo de producción y la formación social. El modo de producción es un concepto teóricamente elaborado, del cual ninguna formación social, es decir, ninguna sociedad concreta, históricamente definida, representa a su ejemplificación pura. Una formación social está siempre caracterizada por un “entrecruzamiento” de modos de producción, de los cuales uno es el dominante.

Así, en su libro El desarrollo del capitalismo en Rusia, Lenin caracteriza la Rusia de fines del siglo XIX como dominada por el modo de producción capitalista, aunque los elementos heredados del modo de producción feudal ocupen en ella un lugar importante, y este convulsionado, reacomodados, envueltos por el desarrollo del capitalismo.

Poulantzas, a través de sus dos libros, se esfuerza al parecer por crear una distinción análoga a la establecida entre modo de producción y formación social, a nivel de las superestructuras políticas. Tiene también tendencia a fundar la existencia de modelos de poder, materializados en la formación social concreta, a través de la redistribución de los elementos: ideología, partido, aparatos de represión, aparatos ideológicos.

La empresa es discutible y aleatoria. A causa de su desconfianza hacia el historicismo ella corre el riesgo de fijar y desfigurar el movimiento real de la historia. Da al concepto de modo de producción, un cierto sentido estructuralista, y trata de hacerle corresponder a un concepto, no explicitado aun, de “modo de poder”.

La interpretación estructuralista del marxismo, a la cual Althusser ha dado su cobertura académica, se realiza en perjuicio de la noción de totalidad dialéctica. La estructura es la totalidad estática, desmembrada, de la cual la subjetividad revolucionaria ha sido evacuada. Poulantzas, a pesar ce ciertos esfuerzos visibles para superar la herencia althusseriana, sigue siendo tributario de la misma.

De esta manera, con el pretexto de poner, siguiendo los preceptos del presidente Mao, la política en el puesto de comando, considera al economismo, retomado de la II Internacional, como la dominante fatal del Komintern. Stalin, Trotsky, Zinoviev, Bujarin, están todos afectados de eso. A tal punto, que las batallas internas del Komintern se transforman en secundarias (y son tratadas como tales) dentro del campo común del economismo.

Pero esta cruzada contra el economismo permite a Poulantzas, no solo firmar el lugar de la política en el puesto de comando, sino también autonomizar la superestructura política de manera suficiente como para tratar de construir el concepto teórico de la misma. La mecánica estructuralizante aprehende lo vivo político, previamente separado del movimiento de la totalidad.

Se comprende que Althusser, al evitar la critica histórica del stalinismo, haya sido llevado a entrar dentro de los moldes positivistas Althusser se apropió con entusiasmo de la distinción stalinista (ya criticada por Gramsci) entre el materialismo histórico, ciencia de la historia, y el materialismo dialectico, ciencia del método. La historia es evacuada: entre el peso objetivo de las estructuras y la lectura teórica, no hay más lugar para la responsabilidad política.

Poulantzas, aunque recoge de Althusser la definición positivista del materialismo histórico, se siente atraído por la historia. Al no abordarla desde el punto de vista de la articulación de la teoría y la práctica, sigue prisionero de los cepos académicos del althusserianismo A pesar de ello, contribuye a hacerlos estallar: la mecánica althusseriana no soporta la frecuentación, inclusive a distancia, de la historia concreta.

Poulantzas siente esta situación y, a veces, es consciente de la misma. En “Fascismo y dictadura” escribe: “la crisis política que puede acabar en una forma de estado de excepción reside esencialmente en las características particulares del campo de la lucha de clases, el de las relaciones sociales. Esta crisis está, por lo tanto, acompañada por fisuras profundas del sistema institucional es decir, de los aparatos del Estado; del mismo modo que la situación revolucionaria está caracterizada desde este punto de vista, por una situación de doble poder, rasgo especifico que concierne a la instancia estatal: el estado de excepción, responde, entre otras, a estas fisuras” (pág. 65).

A la crisis política le corresponde pues el estado de excepción, a la crisis revolucionaria el doble poder: la mecánica política descarnada se queda fuera de la política revolucionaria Esto no es ni verdadero ni falso: es inoperante En la conclusión, Poulantzas afirma que a través del análisis del fascismo quiso extraer “los caracteres genera les de la crisis política y del estado de excepción”. Pero, “para evitar una tipología abstracta”, tuvo que dejar de lado diversas “formas de régimen de excepción” (bonapartismo dictadura militar) y es forzarse en analizar de cerca el caso del fascismo: la historia tiene sus exigencias y, cuando uno se mete con ella! no se escapa tan fácilmente!

Poulantzas oscila así entre la poco cómoda formalización de lo político y las exigencias políticas de la historia real, lo que lo lleva lejos de Althusser. “Hay que señalar, sin embargo, que estas crisis y regímenes de excepción, teóricamente establecidos, se presentan a menudo en la realidad, de manera combinada” (pág. 393). Útil precaución, que retoma la distinción entre el modelo teórico (modo de producción, modo político, “teóricamente establecidos”) y la realidad concreta, la formación social.

Lenin, al cual Poulantzas reconoce el merito de haber roto con el economismo, al pensar a Rusia como “el eslabón débil de la cadena imperialista”, tuvo la debilidad de definir la política como “concentrado de economía”. Definición grosera, circunstancial, que posee sin embargo el merito de prohibir la disociación de lo político de la totalidad, totalidad sobre la cual se basa la tentativa de formalización de Poulantzas. Tampoco las definiciones dadas por Lenin (en el Fracaso de la II Internacional, las cuales no son citadas una sola vez en el libro de Poulantzas) y por Trotsky (en la Historia de la Revolución Rusa) tienen algo que ver con la política abstracta de Poulantzas. Estas definiciones son la síntesis dialéctica de un conjunto de determinaciones en las cuales los factores subjetivos, la existencia y la orientación de un partido revolucionario, se tienen en cuenta.

Poulantzas, utilizando ciertos análisis de Gramsci, se plantea algunos interrogantes: “He hecho la crítica (de Gramsci) en otra parte y no volveré sobre la misma. Entonces, me había parecido importante, dada la coyuntura teórico-política, insistir sobre esta critica (del historicismo)”. ¡Bueno, bueno! .Y en que consistía esta coyuntura teórico-política? La ofensiva contra Gramsci, común a Althusser y Poulantzas, no parecía en su momento de orden coyuntural y circunstancial sino de orden estratégico. Esta ofensiva formaba parte de la lucha general contra la perversión hegeliana del marxismo, que atormenta las noches y los libros de Althusser. Digamos, más precisamente, que en vísperas de mayo de 1968, la lectura estructuralista del marxismo podía tener cierto éxito dado el aparente (muy aparente) inmovilismo de la lucha de clases.

Después la historia aceleró el paso. ¡Y de qué manera! Frente a su efervescencia, el peligro historicista en tanto exista, es más fuerte en la actualidad que antes. Los que lo denunciaron deberían combatirlo con más intransigencia. Poulantzas no precisa en que ha cambiado la coyuntura teórico-política. ¿En que se basaban las urgencias de entonces? ¿No se basaban en los esfuerzos de los Althusser o de los. Beffelheim para proveer al stalinismo decadente de coartadas teóricas provisorias?

En esto reside el problema. El libro de Poulantzas marca los límites de la empresa y anuncia su posible superación.

[|- II -|]

La construcción del libro ofrece una primera indicación acerca del proyecto del autor. Se divide en siete partes: 1. La cuestión del periodo del fascismo; 2. El fascismo y la lucha de clases; 3. Fascismo y clases dominantes; 4. Fascismo y clase obrera; 5. Fascismo y pequeña burguesía; 6. El fascismo y el campo; 7. El Estado fascista.

Luego de la cuarta parte se inserta un anexo sobre el Komintern y la URSS.

Creemos que la segunda parte sobre “El fascismo y la lucha de clases” debería haber ocupado el lugar principal y explicado ‘el fascismo por el conjunto de sus determinaciones sociales y políticas. Esta parte es sin embargo la más breve de todas (cuenta con diez páginas sobre las cuatrocientas que llene la obra). Y, sobre todo, se imita a algunas consideraciones metodológicas. Así, por ejemplo, en relación a las “características generales de la crisis política”, se presenta al fascismo como una respuesta política a una crisis especifica definida por “las características particulares de las relaciones sociales”, en particular, por la “crisis de las instituciones”.

Solamente a continuación, en cada una de las partes, el fascismo es estudiado desde la perspectiva de sus relaciones con las principales fuerzas sociales, pero entonces se estudian las relaciones unilaterales del fascismo con cada una de las clases, sin ubicar el fenómeno dentro de la totalidad. Esto lleva a relativizar, particularmente, el papel de la derrota subjetiva del movimiento obrero, de la ausencia de respuesta revolucionaria a la resistible ascensión del fascismo. La ubicación del desarrollo sobre el Komintern y la URSS. como anexo de la parte sobre “Fascismo y clase obrera” es una prueba de esta reducción.

Consecuentemente, la culminación del libro es, por supuesto, la parte sobre “El estado fascista”. Es evidente que la sistematización de los rasgos del estado fascista que constituye el objetivo elegido por el autor justifica, en última instancia, el camino seguido. Ahora bien ¿como está concebida esta parte? Trata sucesivamente de “proposiciones generales sobre el Estado fascista, forma particular del estado de excepción”, luego los casos particulares de Alemania e Italia. Cada uno de estos desarrollos es tratado en dos tiempos: el sistema en vigencia insertado en el proceso. Las proposiciones generales recapitulan las características del sistema en vigencia.

En resumen estas características son cinco:

1. “La existencia en el seno de los aparatos ideológicos del Estado de un partido de masas con caracteres particulares”.

2. “Las relaciones particulares, según las etapas, del partido fascista y el aparato represivo del Estado”: en un comienzo “exógeno al aparato del Estado”, el partido fascista estabilizado de la segunda etapa y “debidamente trasformado”, es dominado por el aparato del Estado y se subordina al mismo.

3. “Es una rama particular del aparato del estado la que domina a las otras ramas (…). Esta rama es la policía política”.

4. “Un orden de subordinación” de los aparatos del estado: policía política – administración – ejercito, en el cual es importante “notar el papel secundario del ejercito en relación a la administración burocrática”.

5. “Reorganización de las relaciones en el seno de los aparatos ideológicos del estado”. A partir de estas características surge una redistribución de las estructuras estatales, una nueva combinación de los aparatos, a la cual se deben confrontar los regímenes de excepción para juzgar su grado de parentesco con el estado fascista. Es interesante comparar esta tentativa de extraer un esqueleto del estado fascista con la síntesis que da E. Mandel del análisis del fascismo realizado por Trotsky.

Para Mandel, es la concurrencia de seis factores generales lo que permite dar cuenta de las condiciones de surgimiento del fascismo:

1. “El ascenso del fascismo es la expresión de una severa crisis social del capitalismo declinante, de una crisis estructural que puede, como en los años 1929-1933, coincidir con una crisis de superproducción que va mucho más lejos que las simples fluctuaciones coyunturales (…) La función histórica de la toma del poder por el fascismo es la de cambiar de manera repentina- y violenta las condiciones de producción y de realización de la plusvalía, en beneficio de los grupos principales del capitalismo monopolista”.

2. Cuando los desarrollos objetivos amenazan, en la época del imperialismo, el equilibrio muy inestable de las fuerzas económicas y sociales, “la gran burguesía no tiene otra solución que tratar de establecer una forma superior de centralización del poder ejecutivo del estado para realizar sus propios intereses, incluso al precio de un renunciamiento del ejercicio inmediato del poder político”.

3. Teniendo en cuenta las condiciones de la sociedad capitalista y (‘a inmensa desproporción numérica existente entre los trabajadores asalariados y los grandes capitalistas “resulta prácticamente imposible llevar a buen término una centralización tan violenta por medio puramente técnicos (…) Ni una- dictadura militar ni un estado puramente policial – sin hablar de una monarquía absoluta – poseen la capacidad de atomizar y desmoralizar a una clase obrera consciente de muchos millones de miembros y de prevenir, de esta manera, la reaparición de las luchas de clases más elementales las cuales son periódicamente producidas por el simple juego de las leyes del mercado. Para lograr sus fines, la gran burguesía tiene necesidad de un movimiento que pueda movilizar a las masas a su lado que pueda quebrar y desmoralizar a los sectores más conscientes del proletariado por medio del uso sistemático del terror y de las guerras callejeras. Y que pueda, luego de la conquista del poder, destruir completamente las organizaciones de masas del proletariado y dejar a los elementos más conscientes no solamente atomizados, sino también desmoralizados y resignados”.

4. “Un movimiento de masas con tales características solo puede surgir sobre la base de la pequeña burguesía (…). El mismo combinará el nacionalismo extremo y, al menos, la demagogia verbalmente anticapitalista con el odio mas intenso hacia el movimiento obrero organizado”.

5. “El ascenso del movimiento fascista es como la institucionalización de la guerra civil en la cual cada parte, objetivamente considerada, tiene una posibilidad de éxito (…). Históricamente considerada la victoria del fascismo expresa la incapacidad del movimiento obrero para resolver la crisis estructural del capitalismo declinante en beneficio de sus propios intereses y fines. Una crisis tal ofrece siempre, en un primer momento, una posibilidad de victoria al movimiento obrero (…).”

6. Si el fascismo triunfa, el movimiento de masas que lo llevó al triunfo se burocratiza y, en gran medida, se asimila al aparato de estado burgués. “La dictadura fascista tiene tendencia a minar y desintegrar su propia base de masas. Las bandas fascistas se transforman en apéndices de la policía. En su fase declinante, el fascismo vuelve a una forma particular de bonapartismo”.

La riqueza de la argumentación de Mandel y, a través suyo, de la de Trotsky es evidente. Considera al fascismo no como una disposición particular de estructuras, sino como una respuesta política global del gran capital a una situación dada. Permite insertar directamente en ella, la responsabilidad subjetiva del movimiento obrero. Trotsky a quien Poulantzas reenvía junto con Stalin a las cloacas del economismo, estableció en el prefacio al programa de transición la idea (que podría ser considerada como la expresión acabada del subjetivismo revolucionario) según la cual la crisis de la humanidad se reduce, en primer lugar, a la crisis de las direcciones revolucionarias! Poulantzas, al considerar el ascenso del fascismo, analiza los fracasos del proletariado alemán e italiano durante los años 1918 a 1923, para mencionar esencialmente las modificaciones que se producen como resultado de este fracaso en el equilibrio de fuerzas, creando así las condiciones de desarrollo del fascismo. En cambio Trotsky lo analiza no solamente para medir la degradación objetiva de la reacción de fuerzas, sino pare avanzar la alternativa revolucionaria que hubiera sido posible, para evaluar las actuales prolongaciones del pasado fracaso de las direcciones obreras. Esta continuidad fundamental del factor subjetivo se ve considerablemente atenuada en Poulantzas, el cual no analiza la situación desde un punto de vista partidario, es decir, desde el punto de vista de los desarrollos estratégicos de la teoría. A pesar de lo que diga Poulantzas tiene tendencia a recortar el movimiento histórico en secuencias de equilibrios nuevos, en los cuales los errores de las direcciones obreras son relativamente independientes de los errores de la secuencia precedente. El único lazo de continuidad, según Poulantzas, es la línea general economista que las recorre, como una maldición heredada de la social democracia decepcionada.

Otra observación: la manera en la cual Poulantzas define al estado fascista, por una redistribución de las superestructuras estatales e ideológicas lo lleva a minimizar, si no a omitir, las contradicciones vivas del fascismo mismo. No obstante, entre las características del estado fascista Poulantzas nota la exterioridad, en un primer tiempo, del movimiento fascista en relación al aparato del estado. Observa que, en un segundo tiempo, por el contrario, el movimiento fascista se subordine al aparato del estado. Y esto sin mencionar la contradicción que resulta de esta situación: la pérdida de la base de masas que tiende, como lo señala Mandel, a llevar al fascismo declinante hacia una forma particular de bonapartismo.

[|- III -|]

1. Si Poulantzas reduce la importancia de los datos subjetivos se debe también a que no se siente cómodo dentro del campo de la crítica de los mismos. La idea central que, según él, explica la derrota del movimiento obrero frente al fascismo es el economismo de sus direcciones. El economismo de la Internacional comunista stalinizada se expresaría a través de la espera “catastrófica” de la inevitable crisis final. El economismo de Trotsky se expresaría a través de la inminencia constante de la revolución que Poulantzas asigna, de manera apresurada, a la teoría de la revolución permanente. Una vez más, la lucha contra el economismo provee a Poulantzas de una cobertura cómoda para librarse a acrobacias seudopolíticas o ideológicas de muy mal gusto. Así, a propósito de la URSS., sin discutir cuales podrían ser las raíces sociales de la burguesía en las relaciones de producción, sostiene que la burguesía se refugió como fuerza social en los aparatos del estado. O aun, que es “la linea general seguida por el Kornintern” lo que constituye la “brecha esencial” a través de la cual pasa la reconstitución de la “burguesía soviética”, Este ideologismo, acerca del cual volveremos, es posible debido a la autonomía de las superestructuras que resulta del desmembramiento estructuralista de la totalidad.

2. Habiéndose desembarazado de manera un tanto confusa de Trotsky, Stalin, y Burjarin, bajo el común denominador de economismo, Poulantzas no siente más la necesidad de dar cuenta de la lucha política en la URSS. después de la muerte de Lenin. Más aun, no habla prácticamente de ella y la justifica de esta manera: “Todo a lo largo del periodo que nos ocupa, asistimos en la URSS. misma, a una lucha de clases encarnizada entre las dos vías (la vía capitalista y la vía socialista ya que no existe una tercera): insisto, lucha entre las dos vías y no entre las dos líneas (subrayado en texto), ya que en la URSS. y en el Komintern no hay dos líneas, las diversas “oposiciones” se sitúan finalmente en el mismo terreno que la línea oficial” (página 250).

En otras palabras, las dos vías que existen objetivamente no encontraron una expresión consciente. Al menos, la vía socialista no encontró defensores consecuentes. Esta argumentación se queda un poco corta. ¿Hay que deducir o no de esta situación que la vía capitalista era inevitable? ¿O bien, la ausencia de alternativa revolucionaria se debe, según Poulantzas, solamente a una equivocación teórica, a una falla de orden intelectual? La primer respuesta se uniría a la de los mencheviques, en su apreciación afirmativa del desarrollo del capitalismo en Rusia; estaríamos entonces muy lejos de la teoría del “eslabón débil…” y muy profundamente sumergidos en las aguas del economismo que Lenin consideró siempre un atributo de los mencheviques. En cuanto a la segunda respuesta, es poco convincente: ¿toda la tradición y toda la experiencia revolucionaria de un movimiento obrero no dieron origen al embrión de una línea justa? Con tales criterios se corre el riesgo de llegar a explicar el curso de la historia por la ausencia en un determinado periodo de un súperman teórico, lo que nos aleja bastante del materialismo histórico.

De esta manera, la visión de Poulantzas se reduce a la de una degeneración económica lineal del Komintern: “Se observa también que, progresivamente, y según un proceso contradictorio, una línea general va dominando en el Komintern – economismo y ausencia de una línea de masas –, que se impone a la vez en sus giros hacia la izquierda y en sus giros hacia la derecha”. En consecuencia, Poulantzas trata desde un punto de vista ideológico los congresos del Komintern sin ubicarlos en el marco del enfrentamiento político que se dio dentro del mismo, enfrentamiento que fue claro.

¡Y no sobre tonterías! Las posiciones presentes se enfrentaron sobre cada problema decisivo (la revolución alemana, la cuestión china, la planificación y las prioridades en la URSS., el comité anglo-ruso). Esto no es una interpretación a posteriori. Los textos existen y testimonian paso a paso de la lucha llevada a cabo por Trotsky y la Oposición de Izquierda: en particular, la plataforma de la Oposición de izquierda, La Internacional comunista después de Lenin, de Trotsky, en particular. En el caso de Alemania, los artículos de Trotsky jalonan el ascenso del fascismo y, a pesar de los resultados desastrosos de la política del Komintern, proponen a cada paso una respuesta política alternativa y combaten desde el comienzo la línea delirante del ¡social fascismo.

No se trataba pues, en ese momento, de un debate académico. Para Trotsky, la política del Komintern en Alemania sanciona el fracaso irreversible de la dirección stalinista y justifica el proyecto de fundación de una nueva internacional, la IV° Internacional.

3. La línea general economista desdibuja, para Poulantzas, la significación de los zigzags de la política stalinista. Es por eso que puede considerar que hay una contradicción entre la línea derechista de Dimitrov y la eliminación física de la operación de derecha, en ocasión del proceso. En primer lugar, no hay forzosamente una contradicción entre un giro derechista y la eliminación de la oposición de derecha, de la misma manera que el giro hacia la industria pesada y la deskulakización fueron precedidos por la eliminación de la irreductible Oposición de Izquierda. Pero, sobre todo, las grandes purgas de los procesos no tienen significación limitada “de una lucha intensa contra la oposición de derecha” (Poulantzas, pág. 244).

Significa más bien de la liquidación física del esqueleto del partido bolchevique, del que hizo la revolución, y la consolidación de la burocracia en el poder; las víctimas de las purgas cubren, de hecho, un amplio espectro de las antiguas tendencias.

Como lo dijimos antes, Poulantzas aborda la cuestión sobre la URSS., en el anexo sobre el Komintern y la URSS. hablando de un “proceso de reconstitución de la burguesía soviética” y presentando a la línea general economista como uno de los “efectos principales” de este proceso. En el parágrafo precedente había escrito que la línea general representaba “la brecha esencial que permite iniciar el proceso de reconstitución de la burguesía”. La dialéctica no es necesariamente la circularidad de la causa y el efecto! Aquí también Poulantzas oscila entre la idea según la cual es una línea falsa la que abrió el camino a la burguesía (en suma, ¡por carencia teórica!) y la idea según la cual la línea falsa era casi inevitable si se tiene en cuenta la reconstitución de la burguesía refugiada en el aparato del estado, ¡Todo esto debería llevar, siguiendo una lógica coherente, a una crítica de fondo de la tentativa desesperada que representó la revolución de octubre!

Pero, sobre todo, no se entiende bien como puede fundamentarse de manera rigurosa esta visión un poco conspirativa de la historia. La burguesía echada de las fabricas se habría refugiado en el aparato de estado. Pero nosotros hemos aprendido de Marx que la burguesía se define como clase, en primer lugar, por el lugar que ocupa en las relaciones de producción, la servidumbre del asalariado constituye la base social de la dominación ideológica. ¿De dónde sacaría su fuerza una burguesía (¿lo es aun?) refugiada en el aparato de estado? ¿De su ideología? No conocemos ningún ejemplo de contrarrevolución ideológica: la ideología feudal se mantuvo en Francia mucho más allá de 1789 sin llevar, por lo tanto, la sociedad del capitalismo al feudalismo. En cambio, Poulantzas no dice una palabra sobre la reconstitución, muy real, de una burguesía agraria sobre la base del enriquecimiento de los kulaks ni del hecho de que este proceso fue cortado por la colectivización forzada. Hay allí, por tanto, procesos sociales cuyo fundamento es inteligible sobre la base de la organización de la producción y no sobre la base de una tesis que hace de los aparatos del estado la matriz de una clase que tendría raíces solamente en las superestructuras, en las instituciones, y no en las relaciones de producción.

En su argumentación Poulantzas toca un problema crucial pero lo elude rápidamente, O bien la revolución de Octubre fue decididamente proletaria y entonces si se habla de proceso de reconstitución de la burguesía, hay que decir cómo y cuándo reconquistó el poder. Por medio de que luchas y no por pequeños avances. O bien, se entra de lleno en el análisis de Octubre viendo en la revolución una revolución burguesa especifica, en la cual la intelligentsia habría utilizado a la clase como escalón; es la tesis que defendieron Pannekoek y los conseillistas. Poulantzas parece inclinarse por la primer hipo tesis, pero sin precisar el momento de la reconquista del poder por la burguesía. Es cierto que se inspira en Bettelheim sobre la materia y Bettelheim no ha mostrado aun una gran precisión sobre este punto. Poulantzas parece ubicar, sin decirlo, esta reconquista burguesa del poder en las cercanías de 1928.

En todo caso, si tal es la idea subyacente, ella permite comprender una observación como la que encontramos en la página 253: “En tanto que la naturaleza de clase del estado soviético seguía siendo proletaria la consigna defensa de la URSS. que dominó progresivamente en el Komintern no significó necesariamente – insisto: no necesariamente – el abandono del internacionalismo y la sumisión mecánica del Komintern a los intereses de la política exterior de la URSS.” En esto también el desliz es significativo. Poulantzas tiene razón sobre un punto: no es la defensa de la URSS erigida como consigna lo que marca la ruptura con el internacionalismo. Al contrario, lo que abre la vía hacia esta ruptura es el triunfo de la línea de construcción del socialismo en un solo país. Ahora bien, este & problema fue objeto de una ruda batalla entre la Oposición de Izquierda por un lado, y Stalin y Bujarin por el otro. Esta batalla es conocida en su contenido como en sus consecuencias; esta batalla prueba que la ruptura con el internacionalismo no coincide con el giro de 1928: es anterior al mismo.

4. Para Poulantzas la interpretación que da Trotsky de los zigzags burocráticos de la política stalinista pone de manifiesto su inconsecuencia. Así (pág. 174) Poulantzas indica dos puntos que le parecen contradictorias en la posicion de Trotsky:

– la idea de la permanencia de los zigzags oportunistas de 1928 a 1935;
– la idea de que no pasa nada esencial después de 1928.

Contrariamente a lo que sugiere Poulantzas no hay en esto contradicción. Después de 1928, la Oposición de Izquierda es destruida políticamente y reprimida físicamente. El termidor ha triunfado, la burocracia consolida su poder. Pero, en tanto que burocracia, sigue siendo tributaria de los equilibrios sociales que dan cuenta de sus oscilaciones oportunistas; Hay pues, un cambio importante en 1928 pero mas allá de eso; hay una continuidad en la política burocrática.

Poulantzas, que interpreta la historia del Komintern a la luz de la línea general economista, acusa a Trotsky de no extraer el mismo tipo de explicación global. “Deteniéndose en la burocracia, él no intento nunca extraer una línea general que dirigiera esta política sino que se contentó, consecuente consigo mismo, con la concepción de los zigzags burocráticos” (pág. 247).

Poulantzas reconoce que hay en esto cierta coherencia, cuya clave es el análisis de la burocracia. La posición de Trotsky no puede ser criticada como inconsistente o inacabada, si no se analiza teniendo como fondo su concepción de la burocracia. Lo que nos reenvía al conjunto del debate acerca de la naturaleza de la URSS, que fue ampliamente abordado en el n° 7-8 de esta revista.

Finalmente, Poulantzas adjudica a Trotsky otra incapacidad teórica: la de no distinguir los periodos. Prisionero de una concepción homogénea del tiempo, marcado por la omnipresencia de la revolución inminente; Trotsky seria insensible a los movimientos de flujo y reflujo de la revolución mundial: “La caracterización de Trotsky de la era de la revolución como la era de la revolución permanente parece abolir para él el tiempo, en el sentido de que no puede fundar una periodización”.

Hay en esto un problema real. Pero es imposible tratarlo por una afirmación lapidaria, sobre todo si se tienen en cuenta los análisis de Trotsky sobre 1905, su Historia de la revolucion Rusa, sus textos como La International comunista después de Lenin, como Europa y América, sus escritos sobre Francia o sobre Alemania o también un texto titulado El Tercer Periodo de errores de la III Internacional en el cual critica precisamente la concepción mecánica de la noción de radicalización tal como la utiliza el Komintern. La crítica de Poulantzas aparece mucho menos rigurosa en cuanto figura en un libro en donde la cuestión alemana ocupa un lugar central y, donde el mismo Poulantzas, al hablar de la rectificación de Dimitrov reconoce en nota al pie de página: “Es cierto que Trotsky señalaba estos puntos ya en 1930”. A pesar de ser alguien incapaz de comprender la periodización, Trotsky no estaba tan equivocado.

5. En lo que a nosotros se refiere, la defensa de Trotsky contra las concluyentes apreciaciones de Poulantzas, más brillantes, que rigurosas, no surge de una manía de idolatría. No se trata tampoco de un piadoso respeto ultrajado por el sacrilegio. Se trata de una batalla teórica cuya importancia es actual, y practica. En efecto, lo que está negando Poulantzas a través de su crítica superficial de Trotsky, es la existencia histórica de una alternativa revolucionaria frente el stalinismo. Y la prolongación de esta negación es, de hecho, un seguidismo ciego con respecto a las corrientes ideológicas y políticas nacidas de la descomposición del stalinismo.

Así, para Poulantzas, “el análisis de lo que pasó en la URSS (…) debería fundarse precisamente en la experiencia histórica de la revolución china y de los principios establecidos por Mao” (pág. 249). En caso de que Poulantzas mantuviera una apreciación tal aun después de las últimas recaídas de la revolución cultural, nos interesaría saber en que el maoísmo de Mao nos provee de un esquema de comprensión del stalinismo y de la historia de la URSS. El análisis de los textos producidos después de 1956 nos inclinaría más bien ‘a ver en ellos una toma de conciencia confusa y empírica de realidades históricas que no se podía continuar ignorando. La pobreza teórica del maoísmo no impidió que la dirección china fuera una dirección revolucionaria empírica; pero esto es tema para otro debate, debate que estamos dispuestos a llevar adelante.

[|- IV -|]

Poulantzas afirma como introducción y como conclusión de su libro que lo escribió en función de la actualidad del problema del fascismo. Ahora bien, el libro no nos responde a dos preguntas de esencial actualidad:

– ¿Se podía evitar la victoria del fascismo?
– ¿Cuál es, actualmente, el futuro del fascismo?

1. Poulantzas describe la ascensión del fascismo. Al negar la existencia de una línea revolucionaria alternativa al stalinismo en la URSS y el Komitern se ve obligado a aceptar, implícitamente, la inevitabilidad, después de 1923, del ascenso del fascismo. Tan inevitable como la reconstitución de una burguesía en la URSS. Según Poulantzas no había ni orientación ni dirección de recambio.

Por otra parte, define el proceso de fascistizacion como la resultante, desde el punto de vista de la clase obrera, de un periodo “políticamente defensivo” y de un giro a partir del cual “el aspecto económico toma la delantera sobre el aspecto político de la lucha de clases” (pág. 152).

Esto es insuficiente. ¿Que es un periodo “políticamente defensivo” o, por lo menos, cuáles son sus consecuencias? Estas consecuencias se parecen a las que el líder de la social-democracia austriaca Otto Bauer deducía de la caracterización del periodo como defensivo: es decir, estar alertas para resistir el ataque directo contra las organizaciones obreras, sin tomar la iniciativa. Conocemos el resultado de las mismas: la derrota del proletariado austriaco a pesar de la heroica defensa del Schutzbund de Viena, en febrero de 1934.

No es este el lugar adecuado para presentar una antología de textos, pero en los Escritos sobre Alemania Trotsky da respuestas precisas, bajo la forma de consignas y de programa, a la evolución de la situación. luacion. En primer lugar, es necesario reconocer que esta alternativa revolucionaria fue formulada en el momento preciso y no a posteriori, como pudo serlo. Otra cosa es analizar las razones de su derrota. Pero negar su existencia es deslizarse hacia un fatalismo que, en otras circunstancias, podría conducir a la capitulación.

2. En su conclusión Poulantzas previene contra una utilización abusiva de la noción de fascismo. Pero esto no es suficiente para evalúa (las posibilidades del fascismo en la actualidad; Las condiciones, comparadas con las presentadas por Mandel, son hoy en día radicalmente diferentes a las existentes en el periodo entre las dos guerras. El capitalismo de Europa Occidental y de los Estados Unidos conoció un prolongado despegue después de la segunda guerra mundial. Como resultado de este proceso se produjo una profunda modificación de las estructuras sociales: particularmente se debilitó el peso social de la pequeña burguesía. Sobre todo, el de la pequeña burguesía propietaria tradicional que Poulantzas amalgama, de manera apresurada, con los asalariados no productivos, en una sola y misma clase. La juventud, notablemente la juventud universitaria, que produjo la base militante inicial del fascismo, se politiza hacia la izquierda. Como lo dice Mandel: “La próxima ola en Europa se producirá en la izquierda y en la extrema izquierda: el sismógrafo de la juventud lo anuncia, y la juventud está siempre varios anos adelantada sobre el movimiento de las masas”.

El Stalinismo en crisis no tiene el mismo dominio sobre el movimiento obrero internacional que durante los años veinte y treinta. Finalmente, el grado de interpenetración de los capitales en Europa hace difícil el recurso a una política económica autárquica, que alimente la ideología nacionalista del fascismo.

Por todas estas razones, una solución fascista es poco concebible en lo inmediato.

Solamente un cambio profundo del periodo en el pleno económico podría recrear las condiciones favorables para su desarrollo de masas. Y aun en ese caso, cabe preguntarse si el fascismo tal cual existió, no representa una solución original ligada a una fase propia del imperialismo. Actualmente, pensamos mucho más en soluciones fantoches, del tipo sudvietnamita, directamente sostenidas por el imperialismo, el cual es capaz de mantener con fines políticos un aparato-burocrático militar bastante amplio, apoyado en un vasto sistema de corrupción y de coimas, sin beneficiarse, por lo tanto, de la base real de masas que pudo dar al fascismo la pequeña burguesía desesperada. La multiplicación de las intervenciones de la CIA y de sus ramificaciones apunta en esta dirección.

Finalmente, si Poulantzas piensa, como lo deja suponer, que el fascismo no es el peligro principal del periodo, debería entonces condenar más abiertamente de lo que lo hace, el doble error de los grupos como Humanidad Roja o la ex-izquierda proletaria que atacan al PCF (Partido Comunista Francés) como social fascista o social imperialista, repitiendo en forma farsesca la política trágica del PC alemán.

[|- V -|]

El ensayo de Poulantzas nos parece interesante en particular en la medida en que se esfuerza en darle salida sobre el terreno del análisis concreto, a ciertos préstamos metodológicos de la escuela althusseriana. El prefacio, posterior a Fascismo y Dictadura, que escribió para la antología de Lindenberg acerca de La Internacional Comunista y la escuela de clase (ed. Maspero), es una prueba más de esta preocupación, En el mismo, combate frontalmente la deformación institucionalista que veía en la escuela el nudo social de la división de clases. A pesar de los recursos conceptuales que nos parecen discutibles, este corto prefacio es testimonio de una problemática que hace posible un debate fructífero, que estamos dispuestos a continuar.

Sin embargo, este prefacio abiertamente polémico no señala cuáles son sus interlocutores- Es lamentable. Quizás interpretándolo con mala fe, hemos creído descubrir en el mismo un firme rechazo de las tesis de Baudelot y Estabiet: si de esto se trata, hubiera sido preferible anunciarlo ya que detrás de las posiciones de Eaudelot y Establet lo que está en juego es la matriz, altusseriana.

En la cuestión de la escuela, como en otras circunstancias, esta matriz sirve de justificación común a los revisionistas reformistas del PCF y “provisoriamente” a las teorizaciones ultraizquierdistas del maoísmo francés. Esta matriz permite tanto la posibilidad de copar los aparatos del Estado sin destruirlos como las veleidades de emprender la revolución cultural (ideológica e institucional) antes de destruir el orden burgués. Resumiendo, tanto Juquin y su “sentido de lo real” como Marvrakis y su dogmatismo, se acomodan al cientificismo de Althusser, Su punto común reside en la evacuación de la historia y, en consecuencia, de la relación entre teoría y práctica.

El neopositivismo de Althusser (el cual es abordado de manera más amplia en el n° 9 de la presente revista, en particular, en el erticulo de Michel Loewy), es la expresión de una teoría que huye de su pasado político y permanece cerrada frente al presente. El movimiento de Poulantzas procede en sentido inverso. Parte de una teoría osificada. Para volver a la práctica, para confrontarla al movimiento de la lucha de clases.

De allí surgen las agudas contradicciones que hacen posible la discusión con Poulantzas. En último análisis, esta evolución del debate teórico desde el comienzo de la década del sesenta es para nosotros una prueba más de la actualidad de la revolución. El retorno del positivismo, de ciencia socialista (último refugio teórico del stalinismo decadente), hacia la teoría revolucionaria, hacia el socialismo científico que no separa el sujeto de la revolución proletaria de su objeto, que no separa el juicio de hecho del juicio de valor. El interés renovado por los trabajos de Lukacs, de Korsch, de Gramsci, de Jakubowsky, surgen del mismo movimiento.

Muchos problemas siguen planteados en relación a estos autores, pero ellos se sitúan dentro del campo de los defensores del materialismo dialectico contra el de sus intérpretes mecanicistas, desde Bernstein a Stalin, desde Althusser a Juquin.

28 de enero 1973

Critique de l’économie politique, n° 11-12, avril-septembre 1973, éditions Maspero
www.danielbensaid.org

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