Un intercambio de correspondencia entre Raoul Marc Jennar y Daniel Bensaïd
Querido Raoul-Marc Jennar,
Acabo de recibir tu (me permito tutearte) carta de interpelación a propósito de la entrevista aparecida en la revista Lignes 1, y te doy calurosamente las gracias por ella. Aborda en efecto las cuestiones de fondo que consideramos necesarias discutir si queremos colectivamente avanzar, en lugar de refugiarse tras procesos de intención para evitarlas. Voy pues a intentar responder a las cuatro interrogaciones mayores que plantea tu carta, más brevemente de lo que sería necesario, estando en vísperas de un viaje al extranjero. Pero deseo antes hacer algunos comentarios a propósito de tu texto (“Izquierda de izquierda, como veo las cosas”)2 del que aparece como su prolongación lógica.
1. Escribes que las 125 propuestas no eran ni un proyecto de sociedad ni un programa presidencial, sino más bien un catálogo de intenciones para un programa gubernamental, y que “contenían incoherencias nacidas de una voluntad de conciliar puntos de vista que remitían a concepciones muy alejadas de la economía en la sociedad”. Aunque sea cierto en gran medida, esto no fue el principal obstáculo para el logro de una candidatura unitaria. La discusión podía continuar, eventualmente avanzar, o al menos clarificar los compromisos razonables para una campaña unitaria sobre las formulaciones concernientes, entre otros asuntos, a lo nuclear o a los salarios. Pero tus observaciones remiten a una cuestión más general, la de la diferencia entre el programa estratégico sobre el que reunirse para construir una fuerza (partido o movimiento poco importa) en el largo plazo, y una plataforma para una alianza electoral para la que son necesarios compromisos. Toda la cuestión está, por supuesto, en valorar si esos compromisos permiten dar un paso en el buen sentido o si añaden confusión. Cuando escribes que de ello hay que sacar la lección “de que no se puede reunir gente más allá de una misma visión global del futuro”, esta fórmula puede valer para la construcción de una organización suficientemente sólida como para no desgarrarse a la primera prueba, pero corre el riesgo de ser maximalista si se tratara de acuerdos puntuales para una campaña electoral.
Dicho esto, es cierto que el antiliberalismo es un amplio título que puede cubrir proyectos políticos diferentes y a veces opuestos: quienes pretenden solo corregir los excesos de un capitalismo sin freno, y quienes ven en la crítica del liberalismo el comienzo de una toma de conciencia que debe conducir a la crítica del capitalismo. Frente a una crisis que expresa un capitalismo puro, como dice Michel Husson, la lucha consecuente contra el liberalismo no puede ser consecuente más que si va a las raíces de la lógica de lo que no es sino una modalidad, dicho de otra forma si va hasta un anticapitalismo “desacomplejado” (por retomar una palabra de moda). Es para nosotros el sentido de lo que llamamos reivindicaciones transitorias que parten de las funestas consecuencias sociales de las políticas liberales (en materia de rentas, de precariedad, de salud pública, de educación, etc.), para emprender luchas que conduzcan a poner en cuestión el despotismo de mercado y el poder de la propiedad privada. En cambio, quienes hacen del antiliberalismo un programa mínimo insuperable y establecen un corte entre antiliberalismo y anticapitalismo llegan lógicamente a autolimitar la dinámica de las luchas para hacer posible una amplia alianza antiliberal. Este planteamiento no es extranjero a las ilusiones sobre “la multiplicación de los votos”, evocadas en la continuación de tu texto, que han tenido curso en el debate de 2006 sobre las candidaturas unitarias.
2. Los términos de tu texto confirman el temor que habíamos expresado en numerosas ocasiones a lo largo de todo el año 2006 sobre las ambigüedades a clarificar sobre las relaciones con el Partido socialista. Dices, en efecto, que en el seno de los colectivos, “algunos compartían la convicción (yo diría la ilusión) de que el PS podía modificar su orientación neoliberal”. Otros, entre ellos tú mismo, estaban convencidos de que había claramente dos izquierdas, inconciliables y no sintetizables. Estamos muy de acuerdo, no se trata de una simple diferencia de pronóstico o de apuesta sobre lo que puede o no puede hacer el PS, sino de análisis sobre las razones sociales y políticas de su muda neoliberal y de su alineamiento, por laborioso que sea, con la socialdemocracia europea neoliberalizada (New Labour, Nouveau centre, Partido democrático italiano, etc.). El problema, como reconoces, es que los primeros (los ilusionados) han ganado. Queda que compartimos tu conclusión: “No puede haber reagrupamiento de una izquierda de izquierdas fuera de una constatación no equívoca: el PS como tal no es un socio para la transformación social”. Es claramente lo que traducíamos al hacer de la independencia respecto al Partido socialista, y del rechazo de participación gubernamental o de coalición parlamentaria en caso de victoria de su candidata, una condición para una candidatura unitaria tan necesaria como un acuerdo sólido sobre una plataforma de campaña. Lo que estaba en juego en esa elección presidencial y las legislativas posteriores siendo dar un presidente y una mayoría de gobierno al país, era claro que lo que habíamos hecho en las luchas sociales, contra las privatizaciones, sobre los sin papeles, o en la campaña por el No al tratado constitucional, era Ségo-incompatible.
3. Pareces pensar que este desacuerdo sobre las relaciones con el Partido socialista, (que no es solo de evaluación sino también de orientación puesto que posteriormente se ha confirmado, con ocasión de las municipales particularmente, la dependencia del partido comunista respecto a su aliado hegemónico), resultaba de la ilusión de que la posibilidad de gobernar “estaba al alcance de la mano”, y de que la coalición unitaria de No de izquierda “podía sustituir al PS como pirmer partido de izquierda”. La ilusión era grave en efecto, y no podía apoyarse en nada razonable por poco que se analizaran las correlaciones de fuerzas sociales, el resultado de las luchas, las dinámicas electorales. El único elemento susceptible de mantenerlo era la victoria del No el año precedente. Como tú, yo no subestimo la importancia y los efectos diferidos (y que siguen sin agotarse) de esa campaña. Pero una campaña unitaria de rechazo en un referéndum (el No) agrega por naturaleza motivaciones muy diferentes que no son transferibles en un programa para una elección presidencial. Recuerdas que la embriaguez comprensible de esta victoria lograda con una gran lucha ha hecho olvidar a algunos que había un No de derechas (probablemente minoritario en el seno del No, pero difícil de evaluar). Pero sobre todo, el No de izquierdas se ha fracturado desde el congreso y la síntesis del congreso de Mans. La lógica era a partir de ahí evidente. Y tienes completamente razón al escribir que en las legislativas “habríamos estado en el mejor de los casos en posición de negociar una participación gubernamental, lo que significaba la reconducción de la izquierda plural”.
La cuestión era pues claramente saber si esta hipótesis era aceptable o no, y para quien. Es lo que pedimos en vano clarificar previamente a una campaña unitaria, no estando dispuestos a llevar a cabo una campaña y a trabajar por un candidato o una candidata susceptible de encontrase al día siguiente en una silla ministerial en un gobierno de izquierda plural. Algunos estimaron entonces que éramos exageradamente desconfiados. Lo que ha venido después nos ha convencido más bien de que esta desconfianza estaba ampliamente fundada. Tú mismo lo confirmas: “Habíamos indicado que rechazaríamos esta perspectiva, pero era manifiesto que no era la posición ni del PCF, ni de ciertos altermundialistas, como la continuación de los acontecimientos ha puesto de evidencia. Había en nuestras filas gentes dispuestas a colaborar con el PS. No habríamos sido pues, en la hipótesis más favorable, más que el elemento de complemento del PS”.
4. Sobre la situación presente, planteas que hay que responder a la “urgencia social” y a la “urgencia ecológica” (estamos muy de acuerdo con ello) mediante una “ambición creíble”, siendo los “portadores de un proyecto para una sociedad diferente” y “la fuerza que se crea alrededor de las luchas a la vez de resistencia al capitalismo y de alternativa a sus prácticas”.
Es claramente a ese desafío al que nuestra iniciativa por un nuevo partido intenta dar una respuesta. La tercera exigencia que formulas demandaría más discusión: “Debemos construir una fuerza capaz de influenciar. No debemos luchar por el poder, debemos luchar para tener poder, es decir influencia, una influencia tal que obligue a los demás a cambiar”. Seguimos convencidos por nuestra parte de que para cambiar seriamente las relaciones sociales, o para oponer un programasocial del bien común, de la solidaridad, del servicio público, al despotismo de los mercados, hay que cambiar también el poder y las instituciones. La lucha social es una lucha de poder. Hay ciertamente una pluralidad de las relaciones de poderes. Pero el poder político concentrado en el Estado no es uno cualquiera entre otros. Por querer evitar plantear la cuestión, haciendo de la impotencia virtud (“cambiar el mundo sin tomar el poder” según la fórmula de John Holloway), se acaba por contentarse con un papel de grupo de presión sobre las fuerzas políticas o las instituciones existentes, sin responder a los desafíos a los que se encuentran confrontados hoy los pueblos de Bolivia, Venezuela, y más en general América Latina.
Esta discusión ha sido ya objeto de numerosas polémicas en la revista Contretemps (y más recientemente en mi reseña del libro de Holloway en el n° 2 de la Revue internationale des livres et des idées, nov 20073). La ambigüedad, entre nosotros, reside en lo que tú entiendes por influenciar. ¿Se trata de limitar “la ambición creíble” a contentarse con un papel de grupo de presión, influyente pero resignado a permanecer como minoritario, sobre aliados?. O bien, ¿Se trata de darse los medios, con la paciencia necesaria, para modificar las correlaciones de fuerzas, incluso entre las “dos izquierdas”?. Es entonces del vasto debate sobre la cuestión de la hegemonía de lo que se trata, y de las mediaciones para lograrlo: qué alianzas en función de la situación concreta y de la correlación de fuerzas concreta. Esta discusión está claramente abierta, inútil recordarlo, tanto con nuestros eventuales socios, como en el seno mismo de la actual LCR.
5. A quienes, en lugar de emprender la discusión sobre el fondo (¿qué programa? ¿qué alianzas? ¿qué tipo de organización?), se descartan respondiendo a la proposición de la Ligue por un a priori de desconfianza y de temor, tú respondes, y nosotros nos alegramos por ello: “¿Porqué decidir inmediatamente que no es más que una operación de arreglo de fachada?”. Somos muy conscientes de que podemos fracasar, o no triunfar parcialmente, y que el resultado sería entonces un fracaso, no solo para nosotros (pues asumimos un riesgo y tendríamos que pagar el precio de ese fracaso cuando hubiera sido más confortable gestionar sin muchas ambiciones la rutina diaria), sino también para todos/as los que, pasando de ello, habrán rechazado tomar sus responsabilidades.
Tu texto concluye en “una serie de cuestiones a plantear a los dirigentes de la LCR sobre el proyecto político, sobre las modalidades de su elaboración y de su aprobación, sobre la forma en que va a tomar en cuenta las diferentes culturas políticas de los militantes que desea reunir y sobre el modo de funcionamiento de la nueva formacion política”. Imagino que la interpelación personal que me diriges a propósito de la entrevista aparecida en la revista Lignes se inscribe en este planteamiento. Respondo de buena gana, precisando sin embargo que no soy miembro de ninguna instancia dirigente de la LCR. Se trata pues de una respuesta personal que no me compromete más que a mí.
Comienzas por presentarte como militante altermundialista, resumiendo lo que este compromiso significa para tí de lucha contra el capitalismo mundializado y sus instituciones. Tú estimas que “la etiqueta, incluso simplificada, continúa conviniéndome”. Como altermundialistas, hemos llevado a cabo numerosos combates comunes, contra el AMI, contra los acuerdos AGCS, sobre la deuda, pero también contra la guerra y contra el tratado constitucional europeo. No es poca cosa. No reniego tampoco de la etiqueta. Subrayo solo que el movimiento alter es una nebulosa, que está lejos de haber agotado sus posibilidades y su papel, pero que se encuentra en un momento crucial de su joven historia dado que los movimientos sociales que le constituyen se encuentran confrontados a cuestiones políticas de actualidad, internacionales y nacionales. En este movimiento se codean Lula y Chávez, sindicatos favorables al tratado constitucional y sindicatos opuestos, partidos que votan las expediciones militares a Irak o Afganistán, y otros que se oponen a ellas. Los Foros son un marco de encuentro e intercambio. Constituyen un punto de apoyo y una rampa de lanzamiento para campañas unitarias, como sobre el AMI, la circular Bolkenstein, o también para el impulso de las manifestaciones antiguerra de febrero de 2003. Debemos trabajar pues para que continúen, sin que los desacuerdos sean en ellos ahogados por el consenso. Pero no habría que, bajo pretexto de uso cómodo del singular – el movimiento alter –, ignorar su heterogeneidad y las contradicciones que le atraviesan.
Estimando que la transformación social no puede en forma alguna venir del PS, y que éste no podría ser un socio en tal perspectiva (aunque pueda ser un aliado en campañas y movilizaciones concretas. DB), retomas los términos de tu precedente texto para concluir “que hay pues claramente dos izquierdas” (al menos): “Una que ha renegado de sus valores y sus ideales, la otra que los afirma alto y fuerte pero, legado dramático de un desvío del movimiento obrero francés por el leninismo y sus consecuencias, mantiene una división que la reduce a la impotencia”. Esta formulación plantea numerosas cuestiones a la vez.
De una parte, lo que tú llamas “leninismo”, yo llamo estalinismo (el término mismo de leninismo fue forjado a partir del informe de Zinoviev al 5 congreso de la IC para legitimar la campaña de “bolchevización” burocrática). Más en general, el pensamiento político de Lenín, tan mal conocido y tan a menudo desnaturalizado merecería un debate más serio, revisitando (entre otras) las contribuciones de tu compatriota Marcel Liebman sobre el “leninismo bajo Lenín”, o más recientemente el monumental libro de Lars Lih.
De otra parte, me parece discutible considerar la historia del movimiento obrero durante los tres cuartos del siglo 20 como un simple “desvío” (“leninista” o estalinista), tras el cual sería posible volver a una vía normal (¿cuál?) haciendo girar hacia atrás la película del congreso de Tours. El siglo 20 ha tenido lugar. No se le puede poner entre paréntesis (este “paréntesis, abierto por el leninismo”, del que hablas). Tenemos que explicarnos con su herencia. En cuanto a las 21 condiciones de adhesión a la internacional comunista, no se trata evidentemente de un texto bíblico fuera del tiempo. Numerosas de esas condiciones serían hoy anacrónicas. He expuesto hace mucho tiempo ya (en La Revolución y el poder, Stock, 1976), las condiciones de adopción de la 21e condición y su lógica desastrosa de escisión mecánica en ciertos partidos socialistas. Pero la función global de este texto, releído en su contexto, era operar una línea de división estratégica necesaria frente a los grandes desafíos de la guerra y de la revolución.
Para nuestra discusión, el punto de partida sigue siendo pues “la necesidad de construir una auténtica fuerza de izquierdas, democrática, reformista/revolucionaria, y ecológica”. No volveré aqui sobre la cuestión de las relaciones entre reforma y revolución abordada en la entrevista de Lignes. Luchamos cotidianamente por reformas, y hoy a menudo por reformas tanto más modestas y elementales cuanto que las correlaciones de fuerzas están degradadas y que las movilizaciones son al comienzo defensivas. No hay pues ninguna muralla entre la lucha por reformas concretas y un proyecto de transformación revolucionaria de la sociedad. Hay en cambio un debate estratégico que opone una orientación teorizada, “el reformismo”, que pretende contener estas reformas en los límites compatibles con la tolerancia del sistema, y quienes (entre los que nos encontramos) las consideran como un trampolín hacia la puesta en cuestión de este sistema como tal. Voy pues a las cuatro cuestiones que tú planteas: la ecología, el centralismo democrático, los constituyentes de un nuevo partido anticapitalista, las libertades fundamentales.
I. “Nada sobre la ecología” escribes, y te extrañas (o te indignas) del “silencio ensordecedor” de mi entrevista en Lignes sobre las cuestiones ligadas a la ecología. Podría añadir que, si recuerdo, no hay tampoco mucho sobre el feminismo, pues no se trata de un texto programático o de un manifiesto que pretenda abordar todas las posiciones fundamentales del partido que deseamos construir. Seria pues útil clarificar con quién se desarrolla nuestra discusión, con la Liga en tanto que organización, o conmigo como individuo, o con los dos. No me creo obligado, por mi parte, a repetir en cada entrevista que trate sobre una cuestión precisa (en este caso: porqué y cómo un nuevo partido, y porqué ahora), la integridad de las posiciones programáticas, que comparto y hago mías en lo esencial, adoptadas en congreso por la organización de la que soy miembro.
Si se trata de la Liga, pues, su preocupación y su compromiso sobre estas cuestiones son fácilmente verificables. Están expresadas en su manifiesto, en los folletos y artículos producidos por su comisión de ecología, por su participación en el colectivo contra lo nuclear, en las movilizaciones contra el almacenamiento de los residuos, en las campañas sobre el agua, contra los OGMs, etc. Se puede estimar que no hace suficiente sobre estos temas. Razón de más para avanzar hacia un nuevo partido, más fuerte, que tendría más recursos para llevar de frente todos los combates sociales, ecologistas, feministas necesarios.
Si tu interpelación me ha sido dirigida personalmente, no solo no subestimo la cuestión y lo que está en juego, sino que me parece, con el desarrollo de las desigualdades y de la exclusión social, como la segunda (no en orden de importancia sino en pie de igualdad) manifestación de la irracionalidad creciente de un sistema regido por la ley del valor, que Marx advertía en los Grundrisse que se convertiría en una medida cada vez más “miserable” del mundo. Y es muy evidente, como recuerdas, que las primeras víctimas de la crisis ecológica, ya se trate del cambio climático, de la polución urbana, o del almacenamiento de los residuos, son los más explotados y los más vulnerables. Dicho de otra forma, la ecología es social, o no es. Pretendo que no estamos obligados a conocer la integridad de las ideas y escritos los unos de los otros en una sociedad en la que estamos sumergidos en informaciones. Pero si deseas verificar que mi respuesta no es de circunstancias, podrías remitirte a la tercera parte (“Las tormentas de la materia” de mi libro Marx l’intempestif (1995), al capítulo “Crítica de la ecología política” en Le Sourire du spectre (2000), al capítulo sobre “La malmesure écologique” en Un monde à changer (2003), o más recientemente a mi pequeño libro Les Dépossédés (2007)4. Animo por otra parte la revista Contretemps que ha consagrado dos números enteros a la cuestión (el n° 4 “Critique de l’écologie politique”, y el n° 21 “Crise, croissance, développement”), sin contar un número sobre la cuestión de las ciencias y el peritaje, numerosos artículos (de Jean-Marie Harribey particularmente), y recensiones de trabajos (de José Manuel Naredo, John Bellamy-Foster, David Harvey, Paul Burkett), aún, desgraciadamente, desconocidos en Francia.
II. Ves en mi evocación del “centralismo democrático” una casi “provocación” hacia quienes estarían interesados por el planteamiento de la LCR. Provocación, quizás, pero una provocación seria que intenta provocar el debate. Y el fondo del debate, es precisamente la democracia. Yo se bien, y lo se por experiencia, que la fórmula del “centralismo democrático” (como la de dictadura del proletariado) se ha cargado de un sentido peyorativo y se ha confundido irreversiblemente sin duda con el centralismo burocrático que ha pretendido encarnarla, y que, como lo dices muy bien, era “tan poco democrático como populares eran las democracias”. La cuestión que intentaba inicialmente resolver no deja de estar menos planteada por ello, en un contexto muy diferente. Lo que pretende subrayar mi provocación es que la democracia y una cierta centralización necesaria, no solo no son antinómicas (como se cree demasiado a menudo), sino complementarias. Son en realidad la condición una de la otra.
Lo que me importa en nuestro intercambio es que tú consideras “los partidos políticos consustanciales a la democracia”, que estés “a favor de una organización que funcione con hombres y mujeres a los que sus decisiones comprometen personalmente”, y que sostengas “la necesidad de reglas para garantizar el funcionamiento democrático de todo grupo organizado”. Es esa una buena base para abordar los problemas a resolver. Podían parecer evidencias de sentido común. Pero el sentido común no es hoy lo más repartido que hay en el mundo. Y la palabra misma de democracia se ha cargado de muchos contenidos diferentes o contradictorios. Por decir las cosas claramente, mi preocupación es la transformación del espacio público de debate contradictorio en simple mercado de opiniones, el reemplazo de la votación por los sondeos, la instauración en nombre de una democracia participativa usurpada de una democracia pasiva puramente consultiva (por click), la transformación de los partidos de militantes en partidos de escuderías y de clientelas presidenciales (los afiliados a veinte euros del PS, que se afilian para votar y no ya para militar).
¿Porqué un cierto grado y una cierta forma de centralización son, no contradictorios, sino consustanciales con la democracia?. De una parte, porque importa, en democracia, que la discusión tenga un contenido, que conduzca a una decisión que comprometa a los participantes, sin lo que se limita a una simple charla de café o a un intercambio de opiniones tras el cual cada cual se queda como está. De otra parte, porque hacer conjuntamente lo que se ha decidido es la única forma de probar su justeza o de corregir sus errores. Es un principio elemental de responsabilidad, y es imposible sacar colectivamente el balance de orientaciones que no se ha siquiera intentado aplicar colectivamente, cada cual quitándose de encima entonces la responsabilidad de los fracasos. En fín, porque la política es una cuestión de correlación de fuerzas, y no solo de pedagogía, y que hay que poder en ciertos casos (no siempre) influir con todas sus fuerzas en un punto para hacer que las líneas se muevan. Esto tanto más cuanto que vivimos en una sociedad sometida a relaciones de dominación materiales e ideológicas, en la que la lucha se da con armas (muy) desiguales.
Todo esto deja abierto un amplio campo de posibilidades a discutir sobre lo que tu llamas “la profundización de los procedimientos democráticos”. ¿Sobre qué insistes precisamente en este tema? ¿La “transparencia”? ¿“La rendición de cuentas”? Por supuesto. Para la transparencia, los medios de comunicación telefónicos e informáticos, son un útil precioso, de doble filo por supuesto, como toda tecnología. Algunos pueden creer que basta con hacer click con el ratón sin moverse de casa para haber actuado. Pero estos medios permiten sobre todo un intercambio horizontal permanente de informaciones y de opiniones que rompe lo que fue siempre una de las fuentes del poder burocrático, el monopolio de la información. Que cien flores y mil redes florezcan pues, como habría dicho el presidente Mao. Sobre la rendición de cuentas, los principios también están claros: el mandatario es responsable y revocable por sus mandantes, en una organización política, igual que en una organización de masas (y como debería se el caso en las instituciones). Pero para que este principio de responsabilidad se efectivo, es preciso que la decisión colectiva sea vinculante para su o sus portavoces (que haya pues una forma de centralización).
Esto me permite aclarar una frase (“todas las fórmulas que pretenden más flexibilidad informal se demuestran menos democráticas”) que tú me reprochas como si implicara un rechazo a reflexionar sobre los procedimientos democráticos. En absoluto. Quiero solamente decir que las fórmulas de delegación “informales” son las peores precisamente porque son incontrolables, se trate de la cooptación por los medios de “portavoces” mandatados por nadie, del abuso de palabra de ciertos portavoces, o de portavoces autoproclamados en tumulto de asamblea propicio a la demagogia. Todos nosotros tenemos muchos ejemplos en la cabeza.
Mi preocupación no intenta en absoluto denigrar una experiencia participativa como la de Porto-Alegre. La vi nacer en 1984, antes incluso de que se sistematizara y tomara el nombre de “presupuesto participativo”. Los comités de presupuesto participativo constituyeron una fuente de legitimidad paralela a la de la municipalidad. Estaban habilitados no solo para emitir una opinión, sino para intervenir en el procedimiento de decisión.
Esta experiencia democrática sigue siendo preciosa, cuales quiera que hayan sido luego sus consecuencias, y no tiene en cualquier caso nada que ver con la democracia puramente consultiva que Ségolène Royal presenta como “participativa”: “Plantead vuestros deseos, yo haré la síntesis”.
Dices que la cuestión decisiva es la de la delegación. Añadiré: y de la profesionalización de la política. Una cierta forma de delegación (a menos de imaginar la democracia griega restringida a la dimensión de la ciudad), es inevitable. La cuestión nos lleva pues a la del control de los delegados, de la rendición de cuentas, de la revocabilidad. Pero la desprofesionalización, si puede ser difícil, es no menos importante. Pasa por supuesto por medidas elementales de rotación y de no acumulación de mandatos, pero depende a largo plazo de una transformación radical de la división social del trabajo que es la razón de fondo de las tendencias burocráticas que afectan a todas las organizaciones políticas, sindicales, asociativas, sin hablar de las administraciones y aparatos de estado, en las sociedades modernas.
Todas estas discusiones necesarias son relativamente independientes de la noción de vanguardia. La palabra misma, se trate de vanguardias políticas o artísticas pertenece típicamente al léxico de la modernidad, y sin duda ha envejecido con él. Si entiendes por ello, la vanguardia ilustrada que encarna la conciencia frente a una masa atrasada e inconsciente, o una vanguardia maestra de escuela, o una dirección que los militantes deben seguir ciegamente, ciertamente, “se acabó”. Pero el verdadero problema está en otra parte, en la necesidad o no de una organización, de una mediación política específica, distinta del movimiento social. Una tal organización tiene para mí una función diferente de un sindicato o de una asociación cuya función es específica. Así los sin tierra del Brasil no se han sentido obligados a tomar posición sobre la reforma de las jubilaciones, al estar su función específica en la lucha por la reforma agraria. En cambio un partido (cualquiera que sea el nombre con que se le adorne) lleva una memoria colectiva y tiene por función proponer un proyecto para la sociedad que sintetice la diversidad de las luchas sociales y supere sus particularismos o sus corporativismos. Desde este punto de vista, se podría casi decir que todo partido, incluso los partidos reformistas de masas, son una “vanguardia” en cuanto que se delimitan, adoptan estatutos, celebran congresos y adoptan orientaciones que no son el simple reflejo de la opinión o del sentido común.
Queda que, si se clarifica lo que entendemos que es la función de un partido y las reglas democráticas que le rigen, la palabra importa poco.
III. Sobre “los constituyentes del nuevo partido”, te inquietas de una fórmula de la entrevista en Lignes: “Tenemos que discutir con grupos locales del Partido comunista, con Alternativa libertaria, con la minoría de LO, etc.”. Sospechas de expresar con este “etc.” un cierto desdén o un desprecio “por la gran masa de quienes deben contribuir a construir un nuevo sujeto político”, y que estarían resumidos en este término “terriblemente reductor”. ¿A qué propósito de qué aparece la frase incriminada en la entrevista? A propósito de la pregunta inversa que se nos hace a menudo. Se nos pide en efecto si comprometerse en la construcción de un nuevo partido no es una misión imposible en cuanto que no hay por socios corrientes u organizaciones nacionales. Algunos nos reprochan incluso, al construir solo “por abajo”, querer evitar o ignorar las fuerzas y las realidades en la izquierda diversa realmente existentes.
Y es cierto, contrariamente a tus temores, que los colectivos para el nuevo partido que se forman reúnen, al menos por el momento, principalmente o exclusivamente muchos “etc.”, es decir inorganizados, jóvenes para los que es el primer compromiso, ecologistas del decrecimiento, sindicalistas, miembros individuales de otras organizaciones, del Partido comunista, de los Verdes, incluso del PS.
Lo que quería precisar es que no hemos renunciado a romper los conservadurismos y hacer aparecer socios, pero que en el estado actual de las cosas, no íbamos a permanecer con los brazos cruzados esperando a convencerles de constituir algún cártel en la cúspide. Intentamos iniciar la dinámica por abajo, con los “anónimos” de los que habla a menudo Olivier, sin subordinar nuestra iniciativa a las vacilaciones de unos u otros. Pero sin embargo no renunciamos a proponer la discusión a todas las organizaciones, locales o nacionales, grandes o pequeñas, que se plantearían discutir seriamente sobre el fondo de un programa y de modalidades democráticas de organización sobre una base de independencia respecto el partido socialista y su política social-liberal.
No se trata pues en absoluto de reducir el proyecto de nuevo partido al perímetro de los “discípulos de Lenín o de Bakunin”, ni de considerar como un “complemento irrisorio” a quienes no son ni anarquistas ni comunistas. Si lo logramos, es probable que la mayoría de los militantes de una nueva generación vengan sin experiencia ni referencia previa, en función de lo que hacemos, aquí y ahora, en la situación concreta. En cuanto a las herencias, no se trata de abolirlas (pues la memoria de las experiencias pasadas, felices o desgraciadas, es necesaria en política), sino de superarlas, transformarlas, a través de las nuevas experiencias y del encuentro de culturas y generaciones diferentes.
IV. Tu cuarta observación subraya “cuatro libertades” que te parecen “merecer nuestra atención en el mundo tal como es”: la libertad de no vivir en el miedo, la de no vivir en la miseria, la libertad de expresión y la libertad de culto. La libertad de no vivir más en la miseria implica que el derecho a la existencia (proclamado primero por la Constitución del año II), o “derecho de necesidad”, o “estado de urgencia social”, prima sobre el derecho de propiedad, se trate de la vivienda, del agua, de la tierra, de la renta. La libertad de expresión es para nosotros un principio no negociable, hoy como mañana, siguiendo siendo el problema los medios efectivos de esta libertad en una sociedad en la que el acceso a los medios de comunicación es más desigual que nunca, lo que nos remite una vez más a la cuestión de la propiedad. La libertad de culto es también un principio, pero implica el reconocimiento recíproco de esta libertad, dicho de otra forma la existencia de un espacio público común del que es garante el laicismo. Sobre estos tres puntos, quedan abiertas interrogantes probablemente, a aclarar frente a cuestiones concretas: la financiación de la enseñanza privada, la cuestión del velo, el contenido de los programas escolares… la experiencia de los “acomodamientos razonables” a los que tienen afición los quebequeses, pero no debería haber entre nosotros desacuerdos de principio. En cuanto a la cuarta libertad, que tú citas en primer lugar, “la de no vivir en el miedo”, afirma una hermosa ambición. La compartimos sin problemas. Pero se trata precisamente de saber cómo suprimir las razones del miedo, las miserias sociales y psíquicas de las que se alimenta. Lo que nos lleva a la cuestión del proyecto y de la estrategia necesarias para cambiar un mundo que ha salido para acabar mal.
Esperando que estas observaciones, que te agradezco sinceramente haber provocado, contribuirán a disipar algunos malentendidos, a precisar algunos problemas, y a emprender una discusión fecunda,
Fraternalmente,
Daniel Bensaïd
Paris 14 de abril de 2008
Traducción de Alberto Nadal.
Desde Corriente Alterna queremos agradecer a Alberto Nadal el gran trabajo que está haciendo con estas traducciones que realiza para la web de Espacio Alternativo, que sin duda están contribuyendo a que toda la gente de la izquierda anticapitalista del Estado español conozca de primera mano los debates que están teniendo lugar en Fancia sobre la creación de un nuevo partido anticapitalista.
Miércoles 7 de mayo de 2008
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Carta de Raoul-Marc Jennar a Daniel Bensaïd; entrevista a Bensaïd en Lignes:“Hacia la construcción de un nuevo partido anticapitalista”
Documents joints
- Ver: Nouvelle période, nouveau programme, nouveau parti.
- Ver Raoul Marc Jennar: arthttp://www.europe-solidaire.org/….
- Ver Daniel Bensaïd: Et si on arrêtait tout? “L’illusion sociale” de John Holloway et de Richard Day.
- Ver sobre este tema uno de los textos disponibles en ESSF, Daniel Bensaïd: Critique de l’écologie politique.