Un debate dobre Mayo del 68 en las páginas de L’Humanité

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Cara a cara entre Daniel Bensaïd, filósofo, miembro de las Juventudes Comunistas Revolucionarias (JCR) en 1968, y Pierre Zarka, animador del Observatorio de los movimientos de la sociedad y miembro de la Unión de Estudiantes Comunistas (UEC) en 1968

Marion Esquerre : ¿Con qué estado de ánimo abordasteis, siendo entonces jóvenes militantes, aquel año 1968?

Daniel Bensaïd: A finales de enero de 1968, habíamos organizado una enorme manifestación en Berlín, durante los Juegos Olímpicos de Grenoble, con ocasión de la celebración de un congreso internacional de solidaridad con Vietnam. Podríamos hablar de un preludio de lo que acabó siendo el espíritu del 68. En ese contexto, concretamente el 16 de marzo, tuvo lugar en París la manifestación contra American Express, donde fue detenido Xavier Langlade, militante de las JCR. A título anecdótico, el 22 de marzo por la mañana, decidimos pintar “Libertad para Langlade” en el vestíbulo de la facultad y no en el muro exterior del recinto universitario. Bastó con ese gesto trasgresor ―¡en aquella época!― para crear una dinámica de movilización en Nanterre.

Pierre Zarka: En el fondo, 1968 representa una cuestión generacional. Habíamos vivido nuestra infancia en el contexto de los movimientos de liberación y del hundimiento de los imperios coloniales. Nuestros padres formaban parte de una generación de vencedores, concretamente frente al nazismo. El progreso de las ciencias, de las tecnologías, conferían el sentimiento muy positivista de que, irremediablemente, nos veríamos proyectados hacia arriba. Finalmente, estaba la Primavera de Praga. A pesar de la crítica del estalinismo, sentíamos también que podíamos pensar la sociedad bajo parámetros distintos a los del capitalismo. Sin embargo, yo no me hallaba en el mismo estado de ánimo que Daniel. Por ejemplo, en aquella época, en Nanterre, los estudiantes peleaban contra la prohibición de una residencia universitaria mixta. En la UEC no reíamos de eso, no nos parecía serio ni político. Vista en perspectiva, esa reivindicación cristalizaba sin embargo unas aspiraciones a la autonomía, a la libertad, al derecho a decidir sobre la propia vida, que entonces no supimos detectar. Por otra parte, heredamos un deseo muy profundo de la familia comunista por integrarse en la vida institucional. Así pues, teníamos un a priori hostil contra todo aquello que nos parecía tener algo que ver con la violencia o la provocación, en particular si emanaba de un movimiento que no controlábamos…

D.B.: Mi paso a la oposición, en el seno del Movimiento de la juventud comunista de Toulouse, estuvo ligado al rechazo, por parte del PCF, de los compañeros y compañeras militásemos juntos… ¡cuando estábamos de uno de los raros institutos mixtos de la ciudad! Más tarde, leí “La revolución traicionada” de Trotski, cuyo capítulo titulado “Termidor en el hogar” presta una especial atención al orden familiar y doméstico. También estaba influenciado por la revista “Partisans”, editada por Maspéro, por Boris Fraenkel, que había introducido la crítica del deporte y de la sexualidad, por la edición pirata de “La lucha sexual de los jóvenes” de Wilhelm Reich, difundida bajo mano entre 1966 y 1967… Eso da idea de la atmósfera en que nos movíamos. Por lo respecta a la violencia, cabe recordar que vivíamos en un contexto internacional especialmente duro: la ofensiva del Tet en Vietnam, la Primavera de Praga, los movimientos en México y en Paquistaní… Poco antes, habíamos asistido al giro que supuso la Comuna de Shangai y la muerte del Che en Bolivia. Ese entorno confortaba la idea de que la violencia podía ser emancipadora: “el poder estaba en la boca del fusil”.

M.E.: Hoy en día, algunos evocan mayo del 68 como el momento del advenimiento del individualismo. Por aquel entonces se hablaba de emancipación. ¿Dónde se sitúa la frontera entre ambos?

D.B.: En aquella época, la aspiración a la libertad individual no resultaba en absoluto contradictoria con las solidaridades y los comportamientos colectivos. Afirmar la propia personalidad representaba un progreso. Marx se hacía esta idea del progreso: que la articulación singular de las necesidades de cada cual haga que la humanidad sea cada vez más singular y compuesta de personalidades. Decir “yo” es importante. El problema aparece cuando el “yo” se desborda al tiempo que retrocede lo colectivo. Hoy en día asistimos a un discurso acerca del individuo que se corresponde con la individualización de los salarios, de los horarios, de los sistemas de protección social… y que resulta coherente con la exacerbación de la competencia entre las personas. En mi opinión, el divorcio entre el “yo” y el “nosotros” por cuanto se refiere a las prácticas sindicales y políticas a favor de la justicia, de la igualdad y la solidaridad no procede en absoluto de mayo del 68. Muy al contrario: supone un retroceso en relación al movimiento de mayo del 68, en cuyo seno la liberación de cada cual era concebida como una condición de la emancipación de todos y todas, y viceversa. ¡La emancipación no debe convertirse en un placer solitario!

P.Z.: Yo también considero falso el mito del individualismo. Es indiscutible que, actualmente, se trata de revertir la socialización de los individuos en la organización del trabajo, en la vida cotidiana, etc. Pero no quisiera asimilar demasiado de prisa el “yo” con el individualismo. Desde que existe ese “yo” tenemos también una inquietud universal por el destino del planeta, la gente se preocupa por la dimensión mundializada de las cosas ―aunque en ello haya contribuido también el propio capitalismo―. Evidentemente, hay una voluntad de reducir el individuo a si mismo, diluyendo su sociabilidad. Pero, por lo pronto, no es eso lo que sobresale. Hoy por hoy, me inclino por una visión positiva del “yo”. En 1968, asistimos a la emergencia de algo nuevo, la práctica de la asamblea general. Era una modalidad muy colectiva que, sin embargo, permitía que el individuo se pudiese afirmarse. Al mismo tiempo, paradójicamente, frente a esa novedad, vimos surgir una forma que correspondía al pasado: la figura del líder carismático, como Cohn-Bendit, que hablaba en nombre de todos.

D.B.: Cohn-Bendit supo utilizar muy bien un fenómeno que hoy conocemos a la perfección: el papel de los medios de comunicación, capaces de cooptar a determinadas personas, elevándolas al rango de portavoces.

M.E.: Esa aspiración a la emancipación iba de la mano de la aparición del fenómeno de la autogestión, tal como fue experimentada, algo más tarde, en la fábrica de relojes Lip, en 1973. ¿Qué papel desempeñó esa idea de autogestión en la práctica de la política?

P.Z.: Los obreros de Lip experimentaron, en efecto, esa idea de autogestión, surgida en mayo del 68. La autogestión contiene en si misma una visión distinta, no sólo de la conducción de las empresas, sino del conjunto de la sociedad.

D.B.: En mi opinión, la idea no nació exactamente en mayo del 68. El tema era objeto de discusión entre autores marxistas como Serge Mallet, Gorz y otros, sobre todo a partir de la experiencia yugoslava. Mayo del 68 actuó como una caja de resonancia, con su deseo intrínseco de apostar a fondo por los fenómenos de autoorganización. No se trata simplemente de un palabra, sino de algo fundamental que pone en juego unidad y democracia. Sabemos que, en Francia, el paisaje sindical está muy fragmentado. Disponer de colectivos elegidos en los movimientos de lucha por el conjunto de sus componentes, constituye un medio de consolidar la unidad y disponer de una representación común. Se trata de una forma democrática, se trata de rendir cuentas en un marco unitario.

P.Z.: En el 68 germinó esa aspiración a cierta autonomía. Pero eso no suponía ignorar las fuerzas organizadas. Sin duda, no supimos darnos suficientemente cuenta de ello en el PCF. En sus escritos sobre la cuestión judía ―pero no solamente en ellos, Marx evoca la disociación entre el Estado y la sociedad civil como una manera de alienar y desgarrar al individuo frente a si mismo. En una cierta cultura leninista, somos completamente herméticos a esa noción. Lo que nos lleva, en general, a preferir el carácter institucional de los aparatos frente al movimiento espontáneo. De ahí un cierto desprecio hacia tales colectivos y hacia lo que no esté “organizado”. Sin embargo, en un país capitalista desarrollado, industrializado y donde, a pesar de todo, existe un cierto nivel cultural, resulta del todo imposible imaginar un movimiento de masas que sea la simple adición de las fuerzas organizadas. Entendámonos: no soy partidario de disolver la organización colectiva, política o sindical, en la espontaneidad. No creo en eso. Pero que la organización del colectivo acabe siendo siempre un poco calcada de la estructura del Estado o de la iglesia ―con sus elites y sus “sabios” por un lado, y la sociedad civil o las ovejas descarriadas por otro plantea un auténtico problema de reagrupamiento democrático. Eso nos lleva a una concepción de la democracia por delegación. Pero, por defecto, se acaba delegando siempre en el más fuerte. Conozco a mucha gente que vota PS, pero ni una sola de esas personas aprecia a ese partido…

D.B.: La burocratización es general en la sociedad, en la administración, los sindicatos, las ONG y, por supuesto, en los partidos. Esas organizaciones son percibidas como un marco de alienación de la individualidad y de encuadramiento. Pero, al mismo tiempo, constituyen una herramienta de resistencia mucho más fuerte frente a los medios de comunicación, al dinero y frente a todos aquellos que nos desposeen de nuestra palabra. Las organizaciones colectivas tratan de crear un espacio de debate democrático. Su existencia me parece tanto más importante hoy en día, cuanto que la utilización sobreabundante del “yo” por parte de Ségolène Royal o de Nicolas Sarkozy no me parece casual. Nos hallamos ante la comunión, la fusión entre el individuo carismático y la opinión; una fusión que suprime la mediación de los partidos y, con ella, toda discusión acerca del programa, cualquier deliberación racional. Desde luego, el instrumento del poder no es el partido, sino el consejo, el comité de autogestión, la asamblea popular… Pero, la pluralidad de partidos que aportan sus propuestas en tales instancias es una condición de vida democrática.

M.E.: Pierre Zarka acaba de formular cierta crítica del comportamiento del Partido Comunista en 1968. En cuanto a usted, Daniel Bensaïd, ¿cómo juzga el papel de las JCR en aquel período?

D.B.: Conviene situar las cosas en sus justas proporciones. ¡Las JCR estaban compuestas por unos trescientos chicos y chicas, cuyo hermano mayor, Alain Krivine, tenía veinticinco años! A partir de ahí, podemos decir que se trataba para nosotros de un ejercicio intelectual político. Por otra parte, procedíamos del comunismo y sabíamos perfectamente que la relación del partido con el movimiento obrero se sustentaba en raíces históricas. A diferencia de Cohn-Bendit ―que hablaba simplemente de “crápulas”― y de ciertas tendencias maoístas, teníamos otro tipo de relación con el PCF y la CGT. Por supuesto, cometimos algunos errores izquierdistas. Pero, ¿cuál fue nuestra línea política? En el estadio de Charléty, el 27 de mayo, hubo una operación política para promover al socialista Mendès France como alternativa al gobierno de De Gaulle. Al día siguiente, François Mitterrand ―que aún no había ingresado en las filas socialistas― declaraba que existía un vacío de poder y anunciaba su candidatura a la presidencia de la República, lanzando la consigna de un “gobierno popular sin exclusivas ni dosificación”. Frente a todo eso, nuestra consigna era muy algebraica: “¡Gobierno popular, sí! ¡Mitterrand-Mendès France, no!” A nuestro entender, esos nombres representaban el intento de recuperar el movimiento a favor del centro. Pero, al mismo tiempo, no creíamos que todo era posible, aunque sí pensábamos que otra salida era factible. Por un lado, conocíamos muy bien la legitimidad de la CGT y del PCF. Por otro disponíamos de ciertos significativos: no había ninguna rebelión importante en las filas del ejército, ni tampoco había surgido un movimiento feminista ―eso se produciría más tarde, bajo el impulso del 68―. Ciertamente, hubo consejos en Saclay y la Comuna de Nantes. Pero éramos perfectamente conscientes de que se trataba de fenómenos minoritarios. En ese contexto, mayo del 68 nos parecía un ensayo general y no una verdadera revolución. Nuestra línea tenía, por lo tanto, un valor más pedagógico que práctico. A nuestra escala, creo que, finalmente, no cometimos demasiadas estupideces. A mi entender, la tontería la hicimos después: en la medida que realmente pensábamos que mayo del 68 había sido un ensayo general de la revolución, estábamos convencidos de asistir al “estreno” a corto plazo, dentro de cinco años a lo sumo. A partir de ahí sí que atravesamos una fase izquierdista. Tanto más cuanto que el golpe de Estado de Pinochet en Chile nos hizo temer un escenario similar en el caso de una victoria electoral de la izquierda en Francia. ¡Así pues, nos preparábamos para enfrentarnos al mismo destino!

M.E.: Mayo del 68 permitió la reducción del tiempo de trabajo, aumentos salariales, la introducción de derechos sindicales en las empresas… Sin embargo, ese episodio histórico no alcanzó su objetivo: un cambio en profundidad de la sociedad. ¿Por qué?

P.Z.: ¿Cómo explicar que semejante movimiento se haya saldado finalmente, unos años después, con el triunfo del neoliberalismo? Había algo único e innovador en el 68 francés, no sólo en relación con otros países, sino también en relación a 1936 o 1945: era la primera vez desde hacía mucho tiempo que los propios fundamentos de la sociedad eran cuestionados, y no sólo por parte del movimiento estudiantil. Abundan los testimonios de obreros que contestaban las relaciones de sumisión y de alienación, desbordando los marcos laborales. En mi opinión, el PCF no supo leer políticamente ese movimiento de fondo de la sociedad, porque ni lo había promovido ni lo controlaba; pero también porque vivía en un esquema de disociación entre las reivindicaciones sociales y las aspiraciones políticas. Perdón por repetirme: asistimos al surgimiento de la práctica de la asamblea general y, al mismo tiempo, al retorno de una forma de representación perteneciente al pasado. El movimiento estudiantil, por ejemplo, andaba en busca de referentes, con los ojos puestos en figuras emblemáticas. Ese desfase entre innovación y pasado es perceptible también en el PCF, a través de su incapacidad para encontrar una prolongación al movimiento de 1968, distinta del intento de repetir la política de 1936 ―año en que triunfó el Frente Popular―. El PCF no alcanzaba a formular una interpretación política de aquello que se desarrollaba fuera de los marcos institucionales. Siempre se buscaban soluciones echando mano de las recetas que habían funcionado más o menos en el pasado. Eso ha caracterizado, a mi entender, a todas las fuerzas que participaron en mayo del 68, incluso si algunas estuvieron más atentas que otras a los nuevos fenómenos.

D.B.: Pierre analiza la historia en función de la manera en que vivió la orientación del Partido Comunista frente a la innovación. En las JCR, no teníamos tradición de aparato. Lo que más me interesa es la lección estratégica que podemos extraer de mayo del 68. En un dossier de “L’Humanité”, publicado en 1998, un responsable de la CGT decía: “Nunca nos planteamos la eventualidad de llamar a la huelga general”. Eso hubiese significado organizar la huelga a escala nacional, centralizarla y constituir un contrapoder, frente a las maniobras personales de Mitterrand.

En ese mismo dossier, el dirigente comunista Roland Leroy escribía: “Hicimos cosas interesantes, pero no fuimos hasta el final de lo que sentíamos. (…) A una aspiración revolucionaria y transformadora, respondimos con preocupaciones electoralistas (…) Decíamos: esto no puede ser porque no hemos fijado un programa común, no hay un acuerdo de gobierno de la izquierda. Hay que intentar que el movimiento no dure demasiado y que se acepten los acuerdos de Grenelle”.

He aquí una estrategia que merece ser discutida. El entonces secretario general del PCF, Waldeck-Rochet, decía acerca de las enseñanzas de mayo: “No es cierto que se produjera un vacío de poder”. Y, frente a esa tesis, Mitterrand afirmaba: “Hubo un momento (…) en que la izquierda se vio superada por los acontecimientos, pero menos que el gobierno. Los acontecimientos se sucedieron durante varias semanas sin que el poder llegase a incidir en modo alguno sobre”.

El problema consiste en saber lo que hay que hacer en un momento así. En aquella oportunidad, faltó valor para apostar por la crisis ―lo que no significa necesariamente insurrección, ni guerra civil― y se permaneció en la rutina parlamentaria y electoral. A mi entender, no todo era posible en aquel momento; pero, colocar, incluso a alguien como Mitterrand, en la tesitura de ponerse al frente de un gobierno bajo la presión de la huelga general y en el contexto europeo de la época, hubiese podido cambiar el curso ulterior de los acontecimientos.

P.Z.: No sitúo exclusivamente el problema al nivel del gobierno. Si hubo una decisión de no ir más lejos, el problema no consiste simplemente en que el Partido comunista no haya querido plantear el problema del poder. Afirmando que al margen de una alianza con la SFIO (Sección francesa de la Internacional Obrera, apelación de la socialdemocracia antes de su reconstitución, finalmente bajo la impronta de François Mitterrand, en 1971. NDT) no había salida posible, el PCF se imposibilitaba reflexionar acerca de las nuevas fuerzas que habían emergido con el movimiento. No se trataba de pensar en ellas como fuerzas de sustitución ―no tenían un peso específico suficiente para eso―, pero sí como fuerzas que era necesario reagrupar en un perímetro más amplio que el representado por el binomio SFIO-PCF para llegar a plantear, efectivamente, la cuestión del poder. He aquí el problema político de fondo, que ha generado la década siguiente y determinado las condiciones del triunfo de Mitterrand en 1981. Porque, al fin y al cabo, después del 68, él ha sido el único que ha “innovado” políticamente al disolver la vieja SFIO y reagrupar a una parte de la izquierda bajo el epígrafe de Partido socialista en el Congreso de Épinay. A su izquierda, las distintas componentes se hacían la guerra…

D.B.: Habría que añadir algunos elementos. En mi opinión, el giro se sitúa entre 1975 y 1979. La secuencia europea de mayo del 68 se prolonga hasta esas fechas. Ahí tenemos el frenazo a la revolución portuguesa en 1975, el Pacto de la Moncloa en España, el giro hacia la austeridad y el compromiso histórico en Italia, etc. También entonces se produce la división de la izquierda en Francia, cuando parecía que la victoria electoral estaba al alcance de la mano en 1978. Ese giro de la situación “permite” que, en mayo de 1981, Mitterrand gane las elecciones presidenciales en unas condiciones radicalmente distintas a las que hubiese tenido que enfrentarse si, en 1968, se hubiese visto izado hasta el gobierno por el ímpetu de la huelga general. En cuanto al movimiento obrero, incluso a nivel europeo, aún permanecía instalado en el pacto keynesiano del crecimiento y la empresa, que tenía la ilusión de poder renegociar y prolongar. Eso tuvo una gran influencia.

P.Z.: Yo diría que el giro que evoca Daniel era ya perceptible desde el mismo 68. Las cosas empezaron a ir mal con el aplastamiento de la Primavera de Praga, en agosto. Perdimos la esperanza en la capacidad del sistema soviético de reformarse. La obsesión del PCF acerca del programa común jugó asimismo un papel considerable. Incluso por el hecho de que esa cuestión se convirtió en uno de los temas principales de confrontación política en las filas de la izquierda. Al mismo tiempo, otros movían ficha. Los Estados Unidos empezaron a saldar el problema de los derechos civiles de la población afro americana. Comenzaron a plantearse abandonar Vietnam. Así, poco a poco, buscaban la manera de ser menos impopulares. En ese período igualmente, la patronal empieza a modificar sus métodos de dirección: los tradicionales encargados dan paso a los “círculos de calidad” y a los “departamentos de recursos humanos”. Dicho de otro modo: en el fondo, todo el aparato reaccionario se pone en movimiento, respondiendo a los cambios que se han producido en la sociedad. Mientras tanto, aquellos que hicieron mayo del 68 fueron incapaces de entender el pluralismo y situarse al nivel que ellos mismos reivindicaban. Por eso mayo no pudo cumplir sus promesas.

L’Humanité des débats, 7 de abril de 2008
Traducción: Lluís Rabell.

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